Descubrí a Albert Cossery al día siguiente de su muerte (creo que no fui el único), cuando Patxi Irurzun enlazó en Hank Over una necrológica de aquel escritor que había vivido casi toda su vida en un hotel de París. Se trataba de un tipo sencillo, sin ambiciones, de origen egipcio, con una obra abundante que había pasado desapercibida en España. En seguida busqué sus libros traducidos y compré cinco de ellos, de los que por el momento sólo he leído uno. Esta entrevista con el autor, cuya obra está rescatando Pepitas de Calabaza, es una buena guía para adentrarse en sus intereses, en su método de trabajo y en sus personajes. Unos ejemplos:
A. C.– ¿Sabe usted?, ya no me acuerdo de lo que he escrito, porque eso lo escribí cuando tenía dieciocho años, y yo no me releo nunca. No soy alguien que esté contento… con lo que escribe, pues siempre puede uno llegar más lejos. Y eso es lo que hace duro el trabajo del escritor: la lucidez.
M. M.– El espíritu crítico.
A. C.– Sí, saber que nunca es bastante.
M. M.– ¿En qué momento se detiene?
A. C.– Cuando ya no puedo hacer más.
M. M.– ¿Considera, entonces, que ha logrado expresar lo que buscaba?
A. C.– Sí, pero quizá podría llegar más lejos. Por eso nunca estoy contento y no me releo jamás, porque si no, me parecería que lo puedo cambiar todo. Una vez el libro está impreso, me desintereso de él…
**
M. M.– ¿Cómo nace la idea de un libro?
A. C.– Es una larga preparación. Por eso me lleva tanto tiempo escribir. Para empezar, porque no tengo prisa. No tengo ninguna ambición.
**
M. M.– ¿No explota siempre, en cierto modo, un material limitado e invariable? No me refiero solamente a su fidelidad exclusiva a Egipto.
A. C.– La misma idea se encuentra en todos mis libros, solo que la trabajo de forma diferente. El auténtico escritor dispone de un material limitado, que es su visión del mundo.
**
M. M.– ¿Qué es lo que caracteriza el arte de vivir de los personajes que ha creado?
A. C.– Para empezar, la falta de ambición. Lo que mata a la gente es la ambición. Y también esa tendencia hacia la sociedad de consumo. Por mi parte, cuando veo la publicidad en la tele, me digo: ya pueden hacerlo durante años que jamás compraré nada de lo que me muestran. Jamás he deseado un coche bonito, jamás he deseado otra cosa que ser yo mismo. Puedo caminar por la calle con las manos en los bolsillos y me siento un príncipe.
[Pepitas de Calabaza. Traducción de Diego Luis Sanromán]
A. C.– ¿Sabe usted?, ya no me acuerdo de lo que he escrito, porque eso lo escribí cuando tenía dieciocho años, y yo no me releo nunca. No soy alguien que esté contento… con lo que escribe, pues siempre puede uno llegar más lejos. Y eso es lo que hace duro el trabajo del escritor: la lucidez.
M. M.– El espíritu crítico.
A. C.– Sí, saber que nunca es bastante.
M. M.– ¿En qué momento se detiene?
A. C.– Cuando ya no puedo hacer más.
M. M.– ¿Considera, entonces, que ha logrado expresar lo que buscaba?
A. C.– Sí, pero quizá podría llegar más lejos. Por eso nunca estoy contento y no me releo jamás, porque si no, me parecería que lo puedo cambiar todo. Una vez el libro está impreso, me desintereso de él…
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M. M.– ¿Cómo nace la idea de un libro?
A. C.– Es una larga preparación. Por eso me lleva tanto tiempo escribir. Para empezar, porque no tengo prisa. No tengo ninguna ambición.
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M. M.– ¿No explota siempre, en cierto modo, un material limitado e invariable? No me refiero solamente a su fidelidad exclusiva a Egipto.
A. C.– La misma idea se encuentra en todos mis libros, solo que la trabajo de forma diferente. El auténtico escritor dispone de un material limitado, que es su visión del mundo.
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M. M.– ¿Qué es lo que caracteriza el arte de vivir de los personajes que ha creado?
A. C.– Para empezar, la falta de ambición. Lo que mata a la gente es la ambición. Y también esa tendencia hacia la sociedad de consumo. Por mi parte, cuando veo la publicidad en la tele, me digo: ya pueden hacerlo durante años que jamás compraré nada de lo que me muestran. Jamás he deseado un coche bonito, jamás he deseado otra cosa que ser yo mismo. Puedo caminar por la calle con las manos en los bolsillos y me siento un príncipe.
[Pepitas de Calabaza. Traducción de Diego Luis Sanromán]