Si mal no recuerdo, Cosmópolis
fue el primer libro de Don DeLillo que leí. Y recuerdo con precisión el
momento: me acababan de ingresar en el hospital (sólo serían un par de noches)
y ésa fue la lectura que me llevé para acompañar aquellas horas de encierro. Para
mí es uno de sus mejores libros: la odisea de un Ulises contemporáneo que
atraviesa la ciudad en limusina y se erige en uno de los representantes del
mercado financiero y uno de los emblemas del capitalismo.
David Cronenberg, uno de mis directores predilectos, siempre
sale bien parado de cualquier empresa, incluso cuando se trata de adaptar
libros imposibles de filmar: los de J. G. Ballard, Stephen King, Patrick
McGrath, William S. Burroughs… No se me ocurre otro cineasta para adaptar el
mundo de DeLillo, tan complejo como su prosa, tan rotundo como las situaciones
en las que a veces involucra a sus personajes.
Aunque Cosmópolis
no ha gustado a mucha gente, a mí me parece una de sus películas más logradas. Sus
más antiguos defensores prefieren sus primeras películas: yo no. Porque, aunque
me gustan, técnicamente Cronenberg ha dado un paso de gigante. Rabia, por
ejemplo: es muy buena, pero carece de la planificación cuidada, precisa,
minimalista, artesanal de Cosmópolis.
Cada plano de este filme parece pensado hasta el último detalle, y la puesta en
escena ha sido examinada con lupa para que todo sea perfecto: el encuadre, los
detalles del fondo, el punto donde se coloca la cámara…
Por si esto no bastara, Cosmópolis
es tan compleja como la novela: perturbadora, filosófica, marciana. El director
adapta casi al pie de la letra el libro. Retrata a la perfección el momento
actual: Un espectro recorre el mundo. Es
el espectro del capitalismo, leemos en una escena. Incluso los detalles
característicos de Cronenberg (ese chófer con cicatriz en el ojo, esa
exploración anal, esa llaga que le ha salido al protagonista y de la que un
médico le dice: Dejaremos que se exprese, etcétera) en realidad ya estaban en
la prosa de DeLillo. Pero Cronenberg los absorbe, los asimila, los hace suyos,
digiere la narrativa literaria y devuelve la narrativa cinematográfica.
Es una película que detestarán quienes odien la abundancia
de diálogos en el cine, quienes se nieguen a reflexionar en una sala, quienes
sólo quieren ver a los héroes de Hollywood correr de aquí para allá. Al cinéfilo
de raza ha de gustarle. Contiene un montón de secuencias magistrales: pienso
ahora en la de la peluquería, en la charla con Samantha Morton, en toda la
parte final, en el momento de la discoteca… Es un filme para ver varias veces,
buscando los detalles y los matices que se nos hayan escapado en los diálogos. Su
lectura sobre el capitalismo la convierte en una película explosiva para el momento
actual. Y no faltan en ella referencias, casi guiños o quizá homenajes, a otras
películas de la filmografía cronenbergiana: a Crash, a Videodrome, a eXistenZ, a Promesas del este…
Mención especial merece el reparto. Robert Pattinson, un
tipo al que yo odiaba por su pretensión de estrella teen, es perfecto para el
papel: frío, hierático, fantasmagórico, casi vampírico (y no he visto la saga
de Crepúsculo). Las estrellas brillan
en papeles breves: Juliette Binoche, Samantha Morton, Mathieu Amalric, Paul
Giamatti… Pero son los actores desconocidos quienes más me gustaron: la mujer
del protagonista (Sarah Gadon), el guardaespaldas (Kevin Durand), el peluquero
(George Touliatos). Hace ya tres días que vi la película, y cuanto más pienso
en ella… más me gusta.