La nueva película de Lars von Trier me reconcilia con su obra: detesté Anticristo (de la que sólo destaco el formidable inicio), no vi El jefe de todo esto y tampoco sus últimas aportaciones en películas y documentales colectivos. Pese a sus dotes de provocador y manipulador, y a que en todas sus películas siempre una o más mujeres sufren física y/o psicológicamente, von Trier es un cineasta que conoce el oficio a la perfección. Su cine es deudor, a la vez, de la pintura clásica, de las obras de Bergman y Dreyer y de la música clásica, pero al mismo tiempo sus gustos y filias enlazan con la cultura pop y la música norteamericana (véanse Rompiendo las olas o Bailar en la oscuridad o Dogville), lo que provoca que sus películas sean explosivas, con pasajes muy cuidados estéticamente (y con célebres canciones de fondo) y un alto porcentaje de cada una sometido a los dictados del Dogma, con iluminación pobre, cámaras de vídeo al hombro y secuencias sin música.
El inicio de Melancolía, como siempre en este director, resulta ejemplar: varias escenas rodadas como si fueran cuadros (por ejemplo, el instante en que Kirsten Dunst parece la protagonista de “La muerte de Ofelia”) gracias a la fotografía, a la plasticidad y a la puesta en escena, punteadas por la música de Wagner (el tema “Tristán e Isolda”, que no se había utilizado con tanta brillantez en el cine desde Excalibur) y alusiones a El año pasado en Marienbad. En este prólogo, que deslumbra al espectador, nos ofrece los primeros síntomas de una catástrofe que desconocemos.
A continuación, el filme se divide en dos partes. La primera se centra en Justine (Kirsten Dunst), quien el mismo día de su boda descubre que en el cielo se divisa alguna estrella o planeta que antes no estaba allí. En esta primera mitad abundan las tensiones, sobre todo porque von Trier nos hurta información: no sabemos si Justine está loca o enferma o simplemente son sus familiares los que no cuadran con su comportamiento. Durante la boda aparecen las tensiones entre los personajes, algo en lo que el director es un maestro: la madre déspota (Charlotte Rampling), el cuñado (Kiefer Sutherland, en un registro muy diferente a lo acostumbrado) al que sólo le preocupan los gastos del convite, el padre jocoso y en declive (John Hurt), el jefe (Stelland Skarsgard) que asiste para sacarle un slogan a su empleada… En la segunda se centra en Claire (Charlotte Gainsbourg), la hermana de Justine. Hemos dado un salto: lejos quedan las nupcias y ya sabemos que aquella estrella es el planeta Melancolía. Algunos científicos dicen que chocará contra la Tierra; otros, que pasará de largo. Y la primera certeza asfixia a Claire con el temor a la muerte.
Todo lo que se nos ha hurtado en la primera parte aflora en la segunda. Entre esos datos, entre esas llaves que nos proporciona el guión, sabemos ya por qué Justine es infeliz, porque la aqueja una especie de melancolía, igual que el nombre del planeta a la deriva. De manera que ambas partes van encajando hasta llegar al final… que es una extensión del prólogo. Melancolía me parece, en suma, una película casi redonda, bastante desoladora y muy pesimista en relación con el ser humano. Un cuento cruel sobre el fin del mundo.