Dicen que Vicio propio es uno de sus libros más flojos y al mismo tiempo más accesibles de Thomas Pynchon. A mí me ha fascinado. Para empezar, que un tipo de unos 74 años escriba todavía así, inundando el texto de referencias pop y de frescura y de humor, supone una rareza.
Vicio propio es un homenaje a la novela negra de los grandes (Chandler, Hammett…), pero con su propio estilo: hippies, contracultura, iconos populares (Charles Manson, Howard Hughes, etc), música de los 70 y drogas. Empieza como siempre: una mujer visita a un detective y contrata sus servicios. El detective se enreda en una madeja de asesinatos, tramas paralelas, personajes secundarios e interrogatorios. A mí me recordó a la novela de Chandler El sueño eterno: es la clase de argumento enrevesado que lleva al lector a extraviarse, a perder el hilo hasta darse cuenta de que la identidad del culpable es lo de menos; lo que importa es otra cosa: la narración, los personajes, la recreación de una época y de un estilo. Pynchon llena el libro de referencias al cine y a la música, de fulanos salidos de una pesadilla de ácido, con nombres imposibles y rimbombantes (Doc Sportello, Glen Charlock, Ensenada Slim, Puck Beaverton, Trillium Fornight…), de situaciones disparatadas y descripciones tan irónicas que a menudo me provocaron la carcajada. Parece que Paul Thomas Anderson quiere adaptarla al cine con Robert Downey Jr., a quien se le ajusta el personaje de Doc como un guante.
No sé si es una obra maestra, pero seguro que roza esa calificación. Para mí ha sido uno de los mejores libros que he leído en lo que va de año. Podría copiar cualquier párrafo porque todos rezuman talento e ingenio. Vayamos al principio, propio de la novela negra:
Ella vino por el callejón y subió las escaleras traseras, como antes. Hacía un año que Doc no la veía. Que nadie la había visto. Por entonces iba siempre en sandalias, con la parte de abajo de un bikini estampado de flores y una camiseta desteñida de Country Joe & the Fish. Pero esa noche vestía de pies a cabeza como una chica de tierra adentro y llevaba el pelo mucho más corto de lo que él recordaba: la pinta que ella juraba, en el pasado, que nunca tendría.
-¿Eres tú, Shasta?
-Se cree que está alucinando.
-Supongo que es por el nuevo envoltorio.
Los iluminaba la luz de la calle que entraba a través de la ventana de la cocina, a la que nunca se había molestado en poner cortinas, y desde la falda de la colina les llegaba el estampido de las olas. Algunas noches, con el viento apropiado, se oía el oleaje en toda la ciudad.
-Necesito tu ayuda, Doc.
[Traducción de Vicente Campos]