Me parece que este año es en el que más veces he visitado la Feria del Libro de Madrid. Y ha sido por diversas circunstancias, entre las que quiero citar aquí los numerosos amigos que han firmado en las casetas y los libros que he conseguido (azote para mi cartera). He pasado por allí unas seis veces. Hay que tener en cuenta que debo utilizar dos líneas diferentes de metro y darme un paseo largo por el Retiro. El paseo entre las casetas se hace interminable, a pesar de los libros expuestos y de los amigos exhibidos. Hay que tener en cuenta que, desde el momento en que uno dice en casa “Me voy a la Feria” hasta que regresa a su barrio, pueden pasar varias horas. Por eso insisto en que, para mí, se trata de un pequeño esfuerzo, repleto de compensaciones. Entre ellas saludar a buenos editores y mejores tipos, como Enrique Redel (de Impedimenta) y Pepo Paz (de Bartleby Editores). Sólo con el catálogo editorial de ambos, centrado en el primer caso en la narrativa y en el segundo en la poesía (aunque no exclusivamente: también publican cuentos, diarios y novelas), se podría uno ir perfectamente a una isla desierta y disfrutar allí de sus publicaciones y no necesitar más. A mí me parecen dos catálogos para quitarse el sombrero y hacer reverencias. A Pepo lo he visto varias veces en mis visitas a la Feria. Me decía que este año se nota mucho el descenso de ventas. La crisis, supongo. Espero que sea eso, y no que la gente ya no quiere leer. Lo primero es más remediable, a largo plazo, que lo segundo.
El último día de mis visitas vimos por allí a la Infanta Elena. Noté que sólo la acompañaban una o dos personas y le dije a un colega, pues nosotros pasamos justo a su lado: “Qué raro, apenas lleva guardaespaldas”. Y me respondió que habría un montón, pero que no los veíamos. Pensé en francotiradores subidos a los árboles y en espías camuflados, o sea, sin el traje y la corbata de rigor. Mi colega me dijo: “¿Ves a esa niña que juega por ahí? Pues es una guardaespaldas y bajo la chaqueta lleva un rifle”. Era broma, pero me hice cargo de lo que quería expresar. Un famoso nunca está a salvo hoy día, en estos tiempos turbulentos. Que se lo digan a la actriz Sara Casanovas, a quien un fanático alemán, desequilibrado y despechado, intentó matar hace unos días con una ballesta. La esperó a la salida del teatro y la flecha no la alcanzó porque ella tuvo reflejos para esquivarla. Ese susto le va a durar toda la vida. Le provocará pesadillas, sesiones de terapia y largas noches de insomnio. Yo ignoraba su trabajo porque ha aparecido principalmente en series de televisión. La chica es muy guapa, por cierto. Y eso y la fama hacen que obsesione a los locos, como el mentado alemán.
En algunas de las casetas encontré lo que yo considero joyas (a priori) o libros difíciles de ver en otras partes. Por ejemplo, dos guiones de sendas películas de los Hermanos Marx. Nunca me canso de su humor: aunque haya visto mil veces “Sopa de ganso” o “Una noche en la ópera”, o leído los guiones, o esos libros donde recopilan sus frases más célebres, siempre me parto el pecho. Por ejemplo, un volumen de textos de Lenny Bruce. Supe quién fue aquel cómico por la película en blanco y negro que protagonizó Dustin Hoffman en los 70: “Lenny”, biopic de Bob Fosse. El humor de Lenny Bruce era corrosivo. Sus críticas y otros asuntos le granjearon problemas legales. Mi último día de visita fue el martes pasado. Con ese paseo bajo el sol dejé zanjado, por este año, lo de la Feria. Lo mejor del asunto es que no me he perdido ni una sola vez en el Retiro. Lógico: en vez de atajar por el bosque, preferí seguir el camino, que no era “de baldosas amarillas”, sino de arena.