Leer inéditos ajenos tiene sus ventajas y sus inconvenientes (que se lo digan a los editores). Para mí, el mayor engorro consiste en imprimir el texto en folios, ordenarlos y procurar que no se extravíen, ya que no los envío a encuadernar; o, peor aún, cuando ese día te faltan resmas de papel o se ha terminado el cartucho de tinta y optas por leer en pantalla. Se cansa la espalda y no tenemos la misma concentración que sentados en el sofá. Una de las ventajas de leer inéditos ajenos reside en el gozo secreto de conocer algo que el público aún desconoce, que no ha salido al mercado, que no han vestido aún con los afeites propios del libro. Pero la mayor ventaja está en descubrir algo bueno, algo que desprende talento. Esto no significa, ni mucho menos, que esté dispuesto a leer los inéditos de medio planeta. No soy crítico, ni editor, ni consejero editorial. Lo que me lleva a leer esos originales es la amistad, primero; y, segundo, la curiosidad y el interés por conocer textos todavía ocultos de aquellas personas a las que suelo leer, sea en blogs o en periódicos. He leído las novelas inéditas de dos autores zamoranos, dos amigos a los que cito aquí con asiduidad. Y, mientras los editores se deciden a publicarlos, quiero compartirlo con ustedes, aunque procuraré no desvelar los títulos (podrían enviar alguno de esos textos a un concurso: nunca se sabe), en los que ambos, curiosamente, coinciden en emplear letras y números.
David Refoyo. Leí su primera novela y él ya está trabajando en la actualidad en la segunda. Suena a tópico, lo sé, pero su manuscrito es lo que llaman “soplo de aire fresco”. Capítulos breves, ráfagas de pop/rock, cruces de caminos, viajes imaginarios, historias entrelazadas. En su momento le recomendé que se tirara a la piscina, que intentara llamar a la puerta de alguna editorial conocida. Y sonó la flauta. Su manuscrito ha gustado a un editor, quien por cierto publicó en el pasado a varios amigos míos, entre ellos algún zamorano. Se espera que la novela esté disponible en las librerías en octubre, o por ahí. Mientras tanto, David pule también ese manuscrito. Él es ambicioso y quiere perfeccionarlo. Los libros no se dejan de escribir hasta que se publican. Hasta entonces, a uno le mueve la inquietud, el afán de mejorar, el repaso, la relectura, las correcciones interminables. Este libro posee la frescura propia de las primeras novelas. El mejor cumplido que puedo hacerle es que su novela es puro rock, música para ser oída en la carretera, en ruta por esas interminables autopistas americanas que imaginamos y evocamos gracias al cine y a los videoclips.
Mario Crespo. En poco tiempo me ha pasado dos novelas. La primera es más extensa, con un único narrador en primera persona y con paisajes y asuntos que me remiten a mi infancia y a mi adolescencia: paisajes comunes, pertenecientes a nuestra ciudad. La segunda es más corta (menos de cien páginas en formato word), pero más compleja, con varios narradores y personajes que se encuentran en los mismos escenarios, con abundante simbología y claves medio ocultas. Y transcurre en Leeds (Gran Bretaña), pero se abre a otras ciudades y países. Como hicieran Kurosawa y Tarantino con “Rashomon” y “Jackie Brown”, respectivamente, Mario nos cuenta un mismo día en la vida de seis personas. En cada capítulo seguimos a cada personaje, con lo cual unos y otros acaban coincidiendo en el tiempo y en el espacio. Partiendo de su experiencia, transforma sus vivencias en ficciones. Hay mucho ritmo vital en ambos libros. Viene del cine y se le nota. Esto no es malo, sino todo lo contrario. Las dos novelas están en busca de editor, aún. No por mucho tiempo, espero.