En Ediciones Paidós tienen una colección titulada “La memoria del cine”, algunos de cuyos títulos eran difíciles de conseguir. Suelen ser textos y entrevistas publicados originalmente en la prestigiosa revista Cahiers du cinéma Unas semanas atrás leí “Mis placeres de cinéfilo”, de Martin Scorsese, y la semana pasada volví a disfrutar con “El placer de la mirada”, que aglutina textos de François Truffaut. ¿Es necesario citar películas del maestro Truffaut? Quizá sí, para las nuevas generaciones que sólo han visto el cine norteamericano que se ha rodado a partir de “Matrix”. Aquel director francés hizo milagros como “Los cuatrocientos golpes”, “Jules et Jim” o “La noche americana”. Tengo por ahí una colección con muchas de sus obras en dvd y las degusto poco a poco. Me ha fascinado el libro de Truffaut por varias razones, pero aquí sólo voy a dar dos. Son las razones de las que hoy me interesa hablar.
Primero. Truffaut predijo que sucederían ciertas cosas en el cine y se han cumplido. Dos años después del estreno de “La guerra de las galaxias” escribió que George Lucas inauguraba un nuevo género que daría lugar a varias secuelas: “Efectivamente, en los próximos veinte años se producirán una decena de Guerras de las galaxias”. No han sido una decena, pero en realidad lo son si contamos los diversos inventos que Lucas se ha sacado de la manga para hacer caja: series, videojuegos, cómics, novelas. Existen otros ejemplos que demuestran cómo Truffaut se anticipaba. Predecía lo que iba a suceder, pero no porque tuviera dotes de adivino, sino porque conocía el cine mejor que su propio cuerpo. De hecho, Truffaut es el cine.
Segundo. Él y sus compañeros de la revista dignificaron géneros y nombres que, en general, tenían mala fama entre los círculos de intelectuales. Por ejemplo: Alfred Hitchcock. Cuando yo era pequeño, la gente consideraba sus películas como “cine de palomitas”, historias de intriga para entretenerse y poco más. Tuvieron que ser Truffaut y sus colegas quienes le dijeran al mundo que Hitchcock era un maestro, que lo suyo era poesía en movimiento, que sus técnicas y sus maneras de rodar y de componer planos eran innovadoras. Hoy nadie duda de la valía de sus películas. También dignificaron la novela popular de crimen y misterio que se publicaba en USA. Autores como David Goodis, Jim Thompson o William Irish eran, entonces, considerados “menores”. Escribe F. T. en el año ochenta lo siguiente: “Es difícil para los lectores franceses medir la soledad en la que viven en Estados Unidos los escritores que han optado por la literatura popular. Los amateurs franceses de la serie negra, sin tener que leer forzosamente todo lo que está traducido a nuestra lengua, enseguida llegan a reconocer el talento de tal o cual novelista y lo hacen saber”. Admiremos la sabiduría de Truffaut: “Cada vez que he conocido a un escritor de la serie negra, me ha impresionado su modestia, su profesionalidad, pero también su tristeza. A menudo hay algo desesperante y fatal en el destino de un novelista que se gana la vida contando historias criminales”. Y defendió el cine de Steven Spielberg cuando en España lo criticaban. Él supo que aquel cineasta era bueno y no erró. Además, rescató del olvido a Henri Pierre Roché, un hombre que empezó a escribir novelas a los setenta y seis años. Roché es el autor de “Jules y Jim”, “Dos inglesas y el amor” y la inacabada “Victor”. Las dos primeras las adaptó Truffaut. Encontró “Jules y Jim” en una librería, a precio de saldo. Su intuición le dijo que aquel libro podía ser bueno y se lo llevó a casa. Roché murió antes de que rodaran la película. Truffaut, sabio y lúcido, lo sacó del anonimato.