En Facebook, el portal donde se mueve ahora el cotarro, un amigo recomendaba el último libro del escritor alemán Wilhelm Genazino, “Un poco de nostalgia”. El nombre me resultaba familiar y luego supe el motivo: alguna vez me había fijado en la extraña portada, donde vemos la foto de un hombre en el aire, en mitad de una caída. Aunque no se sabe con certeza si se está cayendo o se ha tirado adrede al suelo. Busqué sus libros en la red y la búsqueda me arrojó varios resultados: un total de seis títulos traducidos en España, cuatro de ellos publicados por Galaxia Gutenberg. Esta es una de las grandes editoriales de este país, pero no me gusta que presente los libros envueltos en celofán porque así no puedo leer el primer fragmento de cada libro, como tengo por costumbre. El caso es que los argumentos de Genazino me atrajeron lo suficiente para ir caminando hasta La Central, la librería del Museo Reina Sofía y una de mis favoritas. No faltaba mucho para la hora de comer. Calculo que eran alrededor de las dos menos cuarto. Pero allí sólo les quedaba uno de este autor, el último, y antes quería echar un vistazo a los cuatro de Galaxia para decidir cuáles compraría. Decidí ir andando hasta la librería del Círculo de Bellas Artes, cerca de Cibeles. Antes de tomar la decisión eché un vistazo a un libro que han recomendado mucho por ahí: “Mis dos mundos”, del argentino Sergio Chejfec. Son las reflexiones de un hombre que camina por un parque. No estaba muy seguro y allí lo dejé.
El camino hasta Cibeles se me hizo larguísimo. Cuando a veces, a las tantas de la madrugada de un domingo he hecho el mismo paseo, pero a la inversa, no me ha parecido tan largo, quizá porque en esas ocasiones llevaba alguna copa de más. Por el camino topé con los habituales negros del top manta, que exponen sus películas en una tela sobre la acera y tienen un ojo en los posibles compradores y otro en el horizonte, por si viene la policía. Por Atocha también se ven muchos de esos hombres que extienden, en un pedazo de manta, lo primero que encuentran: zapatos, tres o cuatro libros viejos, un par de postales, algún juguete y cosas así. Estuve merodeando bastante tiempo por la librería del Círculo. No voy a menudo, así que en cada visita me paso bastantes minutos registrando los anaqueles. Esta librería depara sorpresas agradables: tenían los cuatro libros de Genazino de Galaxia. Hice cuentas. Comprarlos de golpe, a final de mes, no era oportuno. Los libros de Galaxia son caros. Elegí dos: el último (el que me habían recomendado) y uno más antiguo, “Un paraguas para este día”. Éste prevaleció respecto a los otros sólo por esta línea de la contraportada: “Un hombre cuya existencia avanza entre la soledad de sus paseos y la originalidad de sus reflexiones”. Me gustan los libros sobre caminantes, sobre hombres solitarios que pasean. El paseo en solitario propicia el pensamiento y de ahí se deriva la reflexión.
Salí tarde de la librería y, de camino, pensé en ese libro de paseos. Lo cual me condujo al de Sergio Chejfec que no había comprado. ¿Por qué no lo había comprado, si es un género que me entusiasma? Aún recuerdo los “Paseos con Robert Walser”, que me prestó el poeta Tomás Hernández Castilla. De regreso a casa me toparía de nuevo con La Central. Así que subí otra vez al segundo piso para llevarme “Mis dos mundos”. Las reflexiones de un hombre que camina. Un género que dudo que entre en las listas de best-sellers. Al salir de La Central diluviaba. Esperé un minuto. Luego me dije que al verdadero caminante no le arredra la lluvia y empecé a andar. Llegué a casa a las cuatro, empapado de pies a cabeza y sin haber comido aún.