En “Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar”, divertidísima película de Woody Allen, amalgama de varios capítulos o cortometrajes en torno al tema tabú del título, Gene Wilder interpretaba a un hombre enamorado. Enamorado, por cierto, de una oveja. Consciente de su desviación, acude a un doctor. Pero el doctor acaba padeciendo el mismo problema: también se enamora del animal. Una de las escenas más jocosas presenta al personaje de Wilder metido con la oveja en la cama; después de una sesión de sexo, él, complacido y feliz, se fuma un cigarrillo. Un tema tan escabroso, el de la zoofilia, sólo podía presentarse bajo el velo del humor, que es lo que mejor se le da a Woody Allen, junto al romanticismo del otoño y las crisis de pareja. En la obra teatral “La cabra o ¿Quién es Sylvia?”, que vi la otra tarde en el Teatro Bellas Artes de Madrid, el protagonista se enamora de una cabra. Y se la cepilla.
Edward Albee es el autor de “La cabra”. Ha obtenido varias veces el Premio Pulitzer. Él escribió el texto original en el que se basa esa maravilla titulada “¿Quién teme a Virginia Woolf?”, de Mike Nichols, con dos soberbias interpretaciones de Elizabeth Taylor y Richard Burton, uno de los mejores actores de la historia y posiblemente uno de los menos valorados. En España sólo se han publicado dos obras del dramaturgo norteamericano: “Historia del zoo” y “¿Quién teme…?”; de ésta última tengo un ejemplar que leeré un día de estos. Albee ostenta una prodigiosa habilidad para escribir diálogos que no dan un respiro al espectador, pero también para meter el dedo en la llaga. En la película citada, Taylor y Burton encarnan a un matrimonio consumido por el alcohol. Durante una velada en la que habían invitado a una joven pareja, ambos empiezan a airear sus trapos sucios, a humillarse mutuamente, a despedazarse hasta que las verdades salen a la luz. El ámbito en el que se desenvuelve Albee es el de las relaciones familiares. Es un maestro en poner sarcasmos en boca de las mujeres y crueldades en los labios de los maridos. “La cabra” reincide en esa habilidad.
Josep María Pou es el hombre orquesta que se ha encargado de descubrirle al público esta obra, que en Broadway interpretaron Bill Pullman y Mercedes Ruehl. Él ha traducido el texto, lo ha adaptado, dirigido e interpretado, y por estas labores se ha llevado un montón de premios. Se los merece. “La cabra” no es sólo un notable texto con buenos actores, sino una obra polémica que incomoda al espectador, pues habla de bestialismo, de infidelidad, de intolerancia, de aceptación, de culpa, de traiciones y de un matrimonio que se resquebraja al revelarse un secreto. En la primera parte predomina el humor. Existe un McGuffin: la cabra, pero podía ser otro animal o incluso una muñeca u otro hombre. Alrededor de ese McGuffin, el secreto guardado por el protagonista, el padre de familia y arquitecto, Martin (Josep María Pou), giran las preguntas y los silencios y los olvidos. ¿Quién es Sylvia?, le preguntan. Martin conversa con su amigo Ross (Juanma Lara) y le confiesa la verdad. En la segunda parte, la traición de Ross enfrenta al arquitecto con su mujer, Stevie (Amparo Pamplona), y con su hijo homosexual, Billy (Alex García). Es aquí cuando estalla el drama como una bomba. Cuando la esposa se convierte en fiera herida, dispuesta a atacar y proteger su territorio. Cuando todo se va al garete y los personajes se destrozan entre ellos. Pou está inmenso en su papel, pero Amparo Pamplona, con sus giros entre el sarcasmo, la tristeza y la furia, se convierte en la gran sorpresa del espectáculo.