Me parece paradójico que Santiago Montobbio sea un poeta elogiado por Camilo José Cela, Juan Carlos Onetti, Miguel Delibes, Antonio Muñoz Molina, Ernesto Sábato y Carmen Martín Gaite, y que sus poemas se hayan traducido a varios idiomas, y sin embargo no sea tan conocido en España como debiera. Pero ya sabemos que, en este país, triunfar como poeta significa plegarse a ciertos amigos, a ciertas instituciones, tejer relaciones con los responsables de los suplementos culturales y cosas así.
La poesía de Montobbio, muy trabajada, está hecha de poemas nacidos del desgarro, como si él hubiera descendido a un abismo horrible, en solitario y sólo con pluma y papel, y hubiese regresado de allí con manuscritos que hablan del dolor y de la soledad, casi siempre marcados por un toque fino de humor. El poeta, a menudo, se castiga y destruye a sí mismo (Por todo ello sabedlo bien, e incluso repetidlo: / por los poemas hay que dar la vida. / Pero por los míos que nadie dé un duro), parece cansado de vivir y de los amores contrariados y, no obstante, sigue al pie del cañón, escribiendo poemas, confesándose, analizando su corazón mordido, saturado de pesimismo (No se mueren los niños: la vida los empeña). Cuelgo aquí uno de los poemas más breves:
GLOSA
Igual que dejé de ser joven dejé de ser poeta.
(La vida quita y da sus
silencios y sus cuerdas). Pero
escribo garabatos, muertes, agujeros.
Pero escribo para creer salvarme,
para creer que puedo
salvarme aún. Y no
son más que estratagemas.
(La vida quita y da sus
silencios y sus cuerdas). Pero
escribo garabatos, muertes, agujeros.
Pero escribo para creer salvarme,
para creer que puedo
salvarme aún. Y no
son más que estratagemas.