Continúo escuchando los nuevos discos de las viejas glorias de la música. Ya saben: Mick Jagger, que también es muy bueno en solitario, y The Rolling Stones, y Bob Dylan, y Tom Waits, y Eric Clapton, y Bruce Springsteen, y Leonard Cohen, y Neil Young, y otros que ahora mismo se me olvidan. Estos viejos dinosaurios, como los llaman por ahí, nunca fallan. A mí no me fallan. Sus discos siempre desprenden calidad, oficio, y mucha experiencia sobre los hombros. Ya no suelen encabezar los primeros puestos de las listas de los más vendidos (aunque a veces dan sorpresas: así, el último Dylan ha supuesto una sorpresa en ventas), pero les sigue un público fiel, incondicional. Son consecuencias de la veteranía. Un veterano tiene enormes lecciones que dar. Son tipos llenos de las cicatrices que les ha hecho la vida, a pesar de los éxitos y las glorias, y en sus letras aún se huele el polvo de la carretera. Han estado “on the road” durante demasiado tiempo: saben lo que valen y de lo que hablan.
Estos días escucho el triple trabajo de Tom Waits. Se titula “Brawlers, Bawlers and Bastards”, tres palabras que empiezan con la misma letra y que podrían traducirse como “Camorristas, chillones y bastardos”. Entre los tres discos reúnen cincuenta y seis canciones, desesperadas, agrias, melancólicas, suaves, poéticas, animales. Son temas que había descartado anteriormente, rarezas, versiones, poemas de escritores célebres a quienes ha puesto la música. Siempre me gustó Tom Waits. Habrá quien le reproche que sus temas, por lo general, son muy lentos. Pero es que este cantante no compone música para pincharla en una fiesta, sino para estar en casa o tomar una copa en un tugurio tranquilo. Cuando escucho su voz áspera, como si tuviera la garganta arrasada por la gravilla, me siento como si yo mismo estuviese acodado en la barra de una polvorienta taberna, uno de esos locales en los que el humo aún enturbia el ambiente y a los que van a parar los náufragos. Estos “Brawlers, Bawlers and Bastards” son una maravilla. En plena época de pachanga en las listas de los más vendidos, el trabajo de este hombre y de quienes he citado más arriba supone un alivio para quienes aún creemos en la música seria y con oficio.
Otra de las novedades que escucho es el disco en el que colaboran Eric Clapton y J. J. Cale. Se titula “The Road to Escondido” y acaba de salir a la venta. El camino a Escondido, pleno de folk y blues, que recorren juntos Clapton y su viejo maestro, Cale, a quien tanto debe. Escondido es una ciudad de San Diego. Dice Clapton, en una entrevista, que está en “un valle mágico para los indios en el sur de California”. Canciones serenas, adecuadas para uno de esos viajes por carreteras americanas, secundarias y repletas de buitres. Oí hace poco un disco de versiones de temas de Leonard Cohen. Gran homenaje de varios artistas, que cantan sus letras más conocidas. Suena bien, pero se nota que ninguno está a su altura. Y no digamos el “Modern Times” de Dylan, un tipo en constante proceso de riesgo y experimentación, un aventurero de la música y de la palabra. Creo que ya escribí sobre este disco. O el imprescindible Neil Young, que el año pasado nos sirvió “Living with War”, un trabajo que podía escucharse en la red, en su página web. Muy diferente es el “Love” de The Beatles. Es una tomadura de pelo, un disco de nuevas mezclas, pensado para hacer caja. Se trata de un puñado de canciones a las que han añadido unas cuantas mezclas y experimentos. El proyecto lo aprobaron los Beatles supervivientes y las viudas de los fallecidos, pero da igual. Preferimos sus viejas grabaciones.