Cuando aún vivía en Zamora, y antes de tener reproductor de dvd en el pc, cogía algunas películas de vídeo en la Biblioteca Pública, uno de los edificios públicos mejor surtidos de discos y de libros. En una de esas ocasiones elegí “Réquiem por un sueño”, de Darren Aronofsky, que en mi ciudad no llegó a estrenarse. La vi doblada, algo que no me entusiasma aunque puedo soportarlo. No obstante, la película me gustó por varios motivos: la extraña visión de su director y sus retorcidos planos, el trabajo de los protagonistas (Jared Leto, Jennifer Connelly, Marlon Wayans y una Ellen Burstyn que debió ganar el Oscar al que estaba nominada y que, sin embargo, se llevó Julia Roberts por su papel en “Erin Brockovich”), el argumento y el guión en el que había colaborado el autor de la novela en la que se inspira, o sea, Hubert Selby jr. Dije una vez que no comprendo por qué casi todas las obras de Selby continúan inéditas en castellano. Quizá porque “Réquiem…”, la película, no tuvo éxito en las taquillas (pero sí entre la crítica y entre cierta minoría que la ha encumbrado, con razón, a la categoría de filme de culto). De haberlo tenido, probablemente hubieran inundado el mercado editorial con sus obras y nos hubieran abrasado, como hicieron con otros escritores cuyas adaptaciones y biopics triunfaron, caso de Truman Capote o C. S. Lewis, muy de moda ahora por sus “Crónicas de Narnia”.
Pero volvamos a “Réquiem por un sueño”: en su momento me gustó. Pero no estaba preparado para tanto dolor, para tanta amargura y para tanto sufrimiento: me dejó hecho fosfatina. La otra tarde decidí alquilar una copia en dvd. Quería verla en versión original subtitulada y necesitaba conocer la entrevista a Selby, incluida en el apartado de contenidos extras. Esta vez, ya preparado para el triste destino de los personajes, no sufrí tanto y me concentré más en los diálogos y en los modos narrativos de Aronofsky. Y me ha fascinado. Nos cuenta el devenir de cuatro personas. Un chico blanco y su colega negro, capaces de cualquier cosa con tal de conseguir dinero para drogarse. La novia del primero, que llega al punto de prostituir su cuerpo a cambio de un chute. Y la madre del blanco, quizá el personaje más desgarrador: una mujer solitaria y enganchada a la televisión y al café que, con la promesa de que participará en su show favorito, previamente se somete a un severo régimen de adelgazamiento para entrar en el vestido rojo que ha escogido para acudir a la tele y ser famosa; un doctor le recomienda pastillas para adelgazar y termina convertida en adicta a las anfetaminas.
El retrato de Selby jr. y de Aronofsky es, insisto, desgarrador. Cada personaje pretende alcanzar un sueño, sea salir en televisión, ganar dinero o ser feliz, y pagará un alto precio por intentar conseguirlo. La película representa lo que solemos llamar un descenso a los infiernos. Explica lo que alguien puede llegar a hacer para alimentar su adicción. Por ejemplo, las primeras escenas del filme, en las que el protagonista roba la tele de su madre y la lleva a una casa de empeños, para sacar algo de pasta y poder meterse una raya o un pico con su colega. Lo de Selby era el análisis del sufrimiento, del dolor del mundo, como explica en la entrevista y demostraba en “Última salida para Brooklyn”. Es “Réquiem por un sueño” una de esas películas que deberían poner en clase, en los colegios y en los institutos. No porque sea un alegato contra las drogas, sino porque muestra sin tapujos hacia qué abismos podemos despeñarnos si no controlamos nuestras adicciones y en qué nos convertimos si cedemos a sus caprichos. Es un drama, pero también un filme de terror.