De vez en cuando ocurre así: alguna editorial
independiente traduce a algún autor del que nunca habíamos oído hablar y se
convierte en la sensación de la temporada (pienso, por ejemplo, en Anna
Starobinets, en Ben Brooks o en Svetislav Basara, por citar algunos). Eso va a
suceder, espero, con Joost Vandecasteele, quien pronto estará en la Feria del
Libro de Madrid firmando ejemplares de este compendio de relatos con conexiones
entre ellos.
Por qué el mundo
funciona perfectamente sin mí contiene diez relatos. Sorprendentes.
Deslumbrantes. Cómicos. Futuristas. Cañeros. Sórdidos. Se le ha comparado con
varios autores. Yo lo veo muy próximo a J. G. Ballard: distopías, mundos en
descomposición, arquitecturas imposibles… Pero con más rabia, con más
exabruptos y rudeza. Los narradores de Vandecasteele no suelen cortarse un pelo
y dicen las cosas sin tapujos: el lector encontrará a menudo palabras como
“semen”, “coño” y “polla”. También hablan mucho de sexo en el libro, y lo practican, como en el texto que abre el volumen, y en
el que el narrador nos cuenta: Mi tarea
había llegado a su fin. Le había extirpado a Dios del cuerpo a aquella chica
con sexo guarro e historias tristes. Mi primer exorcismo completado con éxito.
Los relatos tienen conexiones entre sí, como digo (una y
otra vez vuelven a aparecer algunos de los personajes y todo se articula en
torno a una ciudad que ha crecido tanto que resulta irreal), y sus
protagonistas se mueven por ahí entre promesas de nuevas sectas, ataques
terroristas de “ateos fundamentalistas” y famosos en declive que ahora deben
prostituirse para ganar algún dinero. No falta en estas historias la lucha por
sobrevivir en el territorio inhóspito de la ciudad y en el laberinto en el que
se ha convertido cada centro comercial: laberintos verticales, que crecen hacia
arriba hasta límites insoportables, como en ese cuento del fabuloso libro Risas peligrosas (de Steven Millhauser),
titulado “La Torre”. Hay algún relato que empieza como una novela de Douglas
Coupland o de Bret Easton Ellis, con el protagonista en busca de sexo, drogas y
desenfreno, y termina como el Soy leyenda
de Richard Matheson, a la caza de comida y de supervivientes. A cada renglón,
el autor es capaz de desconcertarnos y de sorprendernos. Y siempre está esa
ciudad que muta:
Yo me refiero más a
los pequeños inconvenientes del día a día, molestias minúsculas que se van acumulando
y multiplicando, síntomas de una ciudad que ya no es capaz de soportar su
propio peso.
[…]
Jack dice que
exagero. Según él los engranajes de esta metrópolis nunca dejarán de funcionar.
-Esta ciudad ha
crecido más allá de nuestro control y es capaz de sobrevivir a cualquier forma
de terror humano. Se ha convertido en algo indestructible con vida propia, como
el monstruo del doctor Frankenstein, y seguirá existiendo con o sin nosotros.
Puede que Jack tenga
razón.
Tampoco escasea el humor. Un humor negro que siempre
bordea lo políticamente incorrecto, y que a veces parece el resultado de una
cuchillada… Un extracto de este libro absolutamente recomendable:
Sigo navegando y
descargando archivos en un intento de averiguar cómo ha caído El Cielo 2.0.
Algunos mensajes hablan de una incursión troyana y otros de un ataque frontal,
pero nadie es capaz de aportar pruebas concretas.
Hasta que encuentro
un banner que promete imágenes sin censurar de la batalla. Pincho sobre él
temiendo lo peor. En un vídeo formato YouTube veo la Casa Blanca de los Loomans
en llamas. Nuestro once de septiembre particular. Más tarde, la televisión
emite el vídeo una y otra vez.
[Traducción de Gonzalo Fernández]