lunes, mayo 28, 2012

El trabajo. Conversaciones con Daniel Odier, de William S. Burroughs



Me ha costado años hacerme con este libro. Y no porque fuera imposible seguirle el rastro, ya que de vez en cuando aparecían ejemplares en las librerías de viejo, sino por el precio que esos libreros le ponían: en torno a los 70 euros. Hace poco lo conseguí por menos de 20 euros. El primer precio me parece una locura, teniendo en cuenta que es una edición bastante burda que data del 71 (el libro carece de solapas, las hojas van pegadas en vez de cosidas, etc).

En la introducción, Salvador Clotas no oculta que el libro le parece un sermón farragoso a ratos. Y es que El trabajo cuenta con una ventaja y con un inconveniente. La ventaja es que leemos las respuestas sabias y premonitorias de Burroughs y no podemos sino anotarlas y maravillarnos. El inconveniente es que, de vez en cuando, y para que veamos ejemplos de lo comentado en las respuestas, ambos autores introducen textos experimentales que dificultan un poco la lectura; se trata de esos experimentos de WSB con el lenguaje, muy interesantes, pero que sobran en medio de una entrevista porque le roban fluidez. A pesar de ese escollo, leer a Burroughs siempre es un placer. Algunas de las notas que tomé:

Para competir con la televisión y las fotonovelas, los escritores tendrán que desarrollar técnicas especiales capaces de producirle al lector el mismo efecto que la fotografía de un hecho violento.

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Tal y como la usan los periódicos, la palabra es, por supuesto, uno de los más fuertes instrumentos de control; y lo mismo la imagen, y, claro está, las dos juntas. En los periódicos hay palabras e imágenes… Ahora bien, si usted los somete a cut-up y los recompone, está derribando el sistema de control. El miedo y el prejuicio están siempre dictados por el sistema de control.

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En realidad, el pasado está a nuestra disposición para conformarlo y cambiarlo. Dos hombres charlan. Dos hombres sentados bajo un árbol de tronco gastado por otros que se sentaron allí, antes o después que el tiempo borre las huellas a través de un prado de florecillas blancas. Si no se graba, la conversación sólo queda en la memoria de los actores. Supongamos que yo tomo la conversación, altero y falsifico la toma, y les hago oír a los actores la cinta adulterada. Si los cambios están técnicamente bien hechos y son plausibles (Sí… el señor B bien pudo decir eso), los actores recordarán la grabación alterada.

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Todos los sistemas de control se basan en el binomio castigo-premio. Cuando los castigos son desproporcionados a los premios y cuando a los patrones ya no les quedan premios, se producen las sublevaciones.

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Personalmente pienso que las discusiones literarias son una gran pérdida de tiempo. No me interesa meterme en polémicas, manifiestos y condenas de otros escritores y otras escuelas literarias.

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Los jóvenes son los únicos que plantean un desafío efectivo a los poderes establecidos. Los poderes establecidos atacan a los jóvenes en todas partes. Ser joven hoy es un delito virtual.


[Traducción de Antonio Desmonts]