Tres ejemplos de un libro de cuentos muy divertidos,
experimentales y plagados de sorpresas:
Morí antes del
amanecer, pero no dejé de escribir. Esta loca manía ha superado incluso a la
muerte, y ahora, en vez de ocuparme de mi destino, escribo y escribo, mientras
unas fuerzas horribles e incomprensibles me llevan y arrastran cada vez a más
profundidad, o cada vez más lejos, si es que los complementos adverbiales (que
ni siquiera me importaban mucho mientras vivía) tienen algún sentido. Nunca he
creído demasiado en la muerte.
[Del relato “Chönyid Bardo”]
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Me he perdido en el
supermercado. Quería comprar algo, una cosita sin importancia; he caminado un
buen rato a través del laberinto de góndolas llenas de mercancías y de repente
me he dado cuenta de que estoy perdido y nunca más encontraré el camino hacia
la salida. Eran aproximadamente las ocho menos cinco, me encontraba en la
página 127, el supermercado cerraba a las ocho, las posibilidades de llegar a
la salida eran casi nulas. ¿Qué podía hacer? Me senté en ALGO, estaba inclinado
y por eso lo escribo en cursiva, suspiré y me cubrí el rostro con las manos.
[Del relato “Perdido en el supermercado”]
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[…] Estamos
igualmente perdidos; tú en ese lado del papel y yo en este. Piensas que soy
todopoderoso, que el curso de la narración es un capricho mío. Te aseguro que
no es así. No sé por qué la historia empezó como empezó, ni sé cómo acabará. Lo
único que sé es que debe fluir. Que debe tener treinta páginas. Ten un poco más
de paciencia. Casi estamos en la mitad.
[Del relato “Perdido en el supermercado”]
[Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek]