Simone Sassen, mujer del escritor, hizo las fotos de esas tumbas. Cees Nooteboom añadió los textos. Y los textos varían. En ocasiones, se trata de recuerdos asociados al poeta o pensador muerto, al que Nooteboom conoció. A veces nos habla de la impresión que le causaron sus libros. A algunos autores les escribe un poema. En otros casos, pone poemas del fallecido o poemas escritos por terceros. El retrato de algunas tumbas sólo consiste en fragmentos en prosa de sus obras o de las memorias de otros. Nooteboom cuenta anécdotas del autor o anécdotas de cómo encontró la lápida. A la lectura de este libro no mueve el morbo que podrían dar las fotos, sino lo interesante que resulta cuanto narra el escritor y viajero. Él y su mujer recorrieron unas 84 tumbas. Entre ellas, las de Baudelaire, Nabokov, Goethe, Joyce, Cervantes, Kafka, Flaubert, Bernhard, Wilde o Simone de Beauvoir. Este es un extracto de la extensa introducción del propio autor:
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Si queremos decir algo verdaderamente desalentador, sólo tenemos que explicar con Shelley que la poesía abarca all science [toda ciencia] y es algo to which all science must be referred [a lo que hay que remitir toda ciencia] y, además, aseverar que leer poesía es un oficio. Pero, por fastidioso que parezca, así es. Es un oficio que se aprende leyendo poesía. Los poetas que leemos devienen maestros, a la par que nosotros mismos, y el proceso de aprendizaje dura toda una vida. En la casa de la poesía hay muchas moradas, infinitas, tan diferentes entre sí como lo son los poetas y las épocas, las sociedades y las tradiciones en las que aquellos han vivido. El lector entra y sale de esta casa, no quiere ni imaginar una vida sin poesía, vive en un permanente vaivén de voces y lenguajes, en una incesante conversación babilónica de hablas llameantes. Para el verdadero amante de la poesía siempre es Pentecostés.