jueves, agosto 13, 2009

Dos películas sobre perros y hombres

En un verano plagado de estrenos para el público infantil y adolescente, como es habitual, a veces hay un hueco para dos o tres obras que merecen la pena. Sé que lo mejor llegará mañana: “Enemigos públicos”, de Michael Mann. Mientras tanto, he visto dos películas recomendables. Una más que otra, dentro de su género: no por compararlas entre sí. Pero tienen un punto en común, pues suponen una reflexión sobre la condición humana. Sobre lo que somos y en lo que nos convertimos.
Primero fui a ver “Desgracia”, de Steve Jacobs. La novela en que se basa, de J. M. Coetzee, es extraordinaria. La leí hace años en una edición de Círculo de Lectores que tiene a un perro en la portada. Los perros son importantes en la película y aún más en el libro. Coetzee nos contaba la historia del profesor David Lurie, quien va de mal en peor desde que se lía con una de sus alumnas. A partir de entonces será un proscrito. Pero Lurie, aunque no logra cambiar las cosas, al menos inicia un aprendizaje en su descenso: pasa de ser frío y frívolo a ser cálido y humano. O esa fue una de mis lecturas de la novela, que admite varias. Mi primera sorpresa fue la elección de John Malkovich para interpretar a Lurie. No me imaginaba así al personaje. Me imaginaba a alguien como Kevin Kline, o incluso una variante del Michael Douglas de “Chicos prodigiosos” (pero despojado del humor de aquel). Me gusta Malkovich, a pesar de algunos de sus tics característicos. Pero no me lo esperaba. Sin embargo, el actor sabe trasmitirnos el dolor de Lurie, su sorpresa ante ciertos acontecimientos y su indiferencia ante otros. En la novela y en la película tienen importancia los perros. Los perros que cuida la hija de Lurie en su granja, a la que él va a vivir una temporada. Los perros que el profesor ayuda a sacrificar en una clínica veterinaria, empezando a mostrar su humanidad desde el momento en que los coge en brazos y los acuna para llevarlos al sacrificio. No es una película redonda porque no alcanza las profundas reflexiones de Coetzee, pero uno sale del cine dándole vueltas a unas cuantas ideas. El director se permite un apunte de esperanza: coloca el penúltimo pasaje del libro en la secuencia final, y el último en la precedente. Si conocen ambas obras, sabrán a lo que me refiero.
Un filme magistral es “Up”, el último largometraje de Pixar y Disney. Pensé que sólo me iba a entretener. No que me fuera a gustar tanto. Yo llevaba un tiempo “peleado” con el cine de animación. Salvo “Persépolis”, “Los mundos de Coraline” y “Vals con Bashir”, en los últimos meses no he querido ir a ver películas de dibujos porque estaba harto de animalitos que hablan y de espantosos doblajes de niños y de celebridades de la tele convertidas en dobladores. “Up” me reconcilia con el cine de animación dirigido a priori a los niños, pero en realidad destinado al público adulto. “Up” salta de sorpresa en sorpresa. Los primeros minutos son una obra maestra: la historia de una pareja desde que se conocen de críos hasta que la mujer muere. Está rodado a la manera del cine mudo, sin diálogos. Los siguientes minutos, que describen el viaje aéreo del anciano y de un niño, bajan un poco el nivel. Pero entonces hace su aparición el villano y los perros que le obedecen y a los que ha instalado collares que traducen sus ladridos y pensamientos a nuestro lenguaje, y la película alcanza el cénit. El malo, con rasgos basados en antiguas estrellas de cine, es otro anciano con malas pulgas. La pelea que sostiene con el protagonista, en la que los dos sufren los achaques propios de la edad mientras luchan, es impagable. Y no me olvido de la reflexión final. De no rendirse aunque uno sea viejo y lo haya perdido todo.