La próxima semana comienzan en Zamora las Jornadas Internacionales de Magia, que ya alcanzan su decimoquinta edición. Ahora me pregunto por qué nunca fui a ver las actuaciones de las anteriores convocatorias, por qué no acudí a ver chisteras, barajas, conejos y palomas, con lo que me gusta la magia. No lo recuerdo. Tendría otros planes, o no estaba en la ciudad. El hombre es raro y sólo quiere ir a esas celebraciones de su ciudad cuando ya no vive en su tierra. Algunas personas ven más procesiones de Zamora desde que se fueron a vivir a otra provincia. Los museos de la ciudad de cada uno suelen llenarse de turistas y viajeros, pero los propios ciudadanos no suelen visitar esos museos. Uno dice: “El edificio está ahí, no va a irse corriendo. Estará ahí por siempre. Ya iré”. Y te haces viejo y no has ido. Supongo que eso me ocurrió con las Jornadas de Magia que se celebran en Zamora y de las que se habla siempre muy bien. ¿A quién no le gusta la magia? No se trata de un engaño, ni de una mentira. La magia es ilusión. Es crear una cortina de humo para que no sepas cómo ni por qué salen palomas del interior de un sombrero que estaba vacío.
Hace una semana estábamos cenando en casa de unos amigos y, al retirar los platos, un colega pidió una baraja. Estuvo inscrito durante unos días en la Gran Escuela de Magia de Tamariz y, como le enseñaron unos cuantos trucos, quiso mostrarnos sus habilidades. Igual que en las películas, cuando empiezan las timbas y todos se colocan alrededor de una mesa, nuestros anfitriones le pasaron una baraja nueva, sin abrir, con el precinto puesto. Eran sólo trucos de magia con las cartas, pero bastaron para dejarnos boquiabiertos. En YouTube hay colgados un montón de vídeos que muestran juegos con las cartas. Recomiendo ver dos o tres para alucinar. Los trucos que nuestro colega nos hizo con los naipes empezaron con la premisa habitual: “Coge una carta”. Ya sabes. La que quieras. La que te dé la gana. Sin miedo, la baraja es nueva, no está marcada. Colócala en el mazo. Baraja. Corta. Corta de nuevo. Y en ese plan. La carta escogida siempre aparece. A uno le cuesta comprender cómo lo ha hecho. Todos pensábamos: “No puede ser. A este tío lo conocemos desde hace siglos y no es mago, ¿cómo es posible?”. Es posible porque la magia es ilusión, ya digo. En la espléndida “El truco final: El prestigio”, el narrador dice: “Todo gran truco de magia consta de tres partes o actos”. En la primera, el mago muestra algo real, te invita a que compruebes la veracidad de sus palabras. En la segunda, convierte algo ordinario en extraordinario, y lo hace desaparecer ante nuestros ojos. Y la tercera consiste en traer de vuelta lo que había desaparecido. No son mis palabras, sino las de la película.
Después de los trucos que hizo nuestro amigo con la baraja, alguien le pidió que explicara el funcionamiento. Quería saber cómo demonios lo había hecho. Ninguno de nosotros hallábamos lógica. Para mi desgracia, los explicó. No quise que lo hiciera. Pero lo hizo. Y no era plan de levantarme de la mesa e ir a otro cuarto en casa ajena. Tampoco hubiera funcionado lo de taparse los oídos, pues ya sabemos que la curiosidad siempre es más fuerte. Sabiendo el truco, desvelando los secretos, ¿qué sucedió? Lo que tenía que suceder. Que se evaporó la magia. Que se desvanecieron los sueños. Que era más bonito no saber. A veces es mejor no saber, decían en “House”. Es como cuando uno ve por primera vez el “making of” de “El imperio contraataca” y observa a Yoda convertido en un muñeco inerte de trapo. No se enteren de los trucos. Es más emocionante la magia y su seducción.