sábado, julio 05, 2008

Mareos

En cierta ocasión me dijo una de mis tías que evitara tomar té en ayunas. Que te dejaba hecho polvo, sin fuerzas en el cuerpo y tan débil como si acabaras de salir de un ring tras recibir la paliza de tu vida (esto último es de mi cosecha). Me quedé con el aviso, pero naturalmente no hice caso. Ella me lo advirtió porque en algunas visitas matutinas me había visto tomar varias tazas de té con el estómago vacío. Y no hice caso porque, hasta entonces, esta infusión me proporcionaba fuerzas en vez de restármelas. El té que más consumo es el rojo. Me parece que es el más beneficioso, aunque esto también podría ser un cuento para vender. Tomo varias tazas y, a media mañana, desayuno algunas galletas.
Sin embargo, hace poco encontré en el supermercado un “Té del Himalaya”. Dado que la caja era verdosa, pensé que se trataba de té verde. Más tarde me fijé en que, en un recuadro, ponía “Darjeeling”. Té negro, por tanto. En cualquier caso, es uno de los más fuertes del mercado. Una mañana abrí la caja. Me preparé una infusión y la tomé tal y como acostumbro a beber el té en los últimos tiempos: sin azúcar. Si lo tomara con azúcar, tendría exceso en la sangre, ya que tomo varias tazas al día. La bebida estaba muy caliente. Sin azúcar. Y en ayunas. Unos tragos después me encontré hecho polvo, literalmente. Sin fuerzas. Con cierta sensación de náusea. Con malestar en el estómago. Mareado. Con sudores que variaban del frío al calor. Igual que cuando te atacan los efectos secundarios de algunos medicamentos. No tenía energía ni para estrujar un mosquito. Recordé las palabras de mi tía. Tal vez no estaba acostumbrado a este té, y mi organismo sólo había asimilado el té rojo en ayunas. Los mareos y náuseas que padecí me empujaron al pasado. No había sentido ese malestar desde hacía décadas. Te lo cuento. Cuando éramos niños, a veces viajábamos en el coche de mi abuelo. El vehículo era tan nuevo que la tapicería echaba un olor penetrante y fuerte a artículo recién comprado; y ese olor mareaba a los niños: a mis hermanos, a mis primos y a mí. Parece que los adultos lo resistían mejor. En cuanto entrábamos a la parte de atrás nos acometían las náuseas. A veces vomitábamos. Los adultos nos suministraban chicles y bolsas para echar la pota, para resistir el viaje de algún modo. Lo peor del asunto es que los años transcurrieron y al coche jamás se le quitó aquel perfume a tapicería trasnochada. Las mismas sensaciones de mareo, de náusea, de vacío, son las que he sentido tomando este té en ayunas.
Otro día volví a intentarlo. Me dije que si lo tomaba después de una comida, o después del desayuno, no me vapulearía. No fue así. Me dejó un poco molido, pero no tanto. Cambié de táctica. Empecé a beberlo tras la ración de té rojo y galletas. No me iba tan mal, pero no era precisamente el paraíso. Decidí dejar de tomarlo. Pero un rato antes de escribir estas líneas fui a por mi primera taza del día. No quedaba té rojo. Me preparé una taza del Darjeeling. Lo bebí templado y con azúcar. Cuando llevaba unos tragos, me sentí mal. Eché el resto al fregadero. No volveré a probarlo, al menos esa marca. A medida que escribía esta página he ido recobrando las fuerzas: también se hace uno fuerte con la escritura. Nunca he fumado un porro, pero no creo que te deje más molido que esta infusión. He buscado por internet y no soy el único tipo que ha sufrido estos síntomas. Toma nota. Cuando quieras robarle las fuerzas a un enemigo, o traicionar a alguien y darle una paliza, convídale primero a un “Té del Himalaya”. Échale poco azúcar y estará en tus manos, a tu merced.