Tengo la impresión de que a Hollywood y al sistema de estudios, e incluso a los propios espectadores, les entusiasma la biografía del actor medio que asciende al cielo de la fama con su primera o segunda película y luego desciende al infierno del anonimato, sobreviviendo entre trabajos basura y telefilmes de ínfima calidad, hasta que un día, tal vez diez o veinte o treinta años después, alguien lo rescata y regresa al primer plano de la actualidad y empieza a incorporarse a los repartos de obras estimables y a cosechar premios. Uno de estos rescatadores de viejas glorias que andaban perdidas en el fango, no haría falta decirlo, es Quentin Tarantino. Experto en recuperar a intérpretes como John Travolta, David Carradine, Pam Grier, Robert Foster o Eric Stoltz.
Las series de la televisión norteamericana suponen un adecuado refugio para volver a levantar cabeza. Gracias a ellas, actores que triunfaron en los años ochenta y que se han pasado dos décadas trabajando en subproductos (salvo algunas excepciones), han resucitado. Actores como Rob Lowe, recuperado en “El ala oeste de la Casa Blanca”, Patrick Dempsey, en “Anatomía de Grey”, Anthony Michael Hall, en “La zona muerta”, o Jon Cryer, en “Dos hombres y medio”, por mencionar unos cuantos, viven hoy un período de recuperación. El cine también abre sus puertas, de vez en cuando, a gente que estaba de capa caída.
De todas estas resurrecciones, la que me ha embargado de felicidad es la de un actor cuya primera película reventó las taquillas para convertirse, con el tiempo, en un título de culto. Yo la reviso de vez en cuando, porque me devuelve el entusiasmo y la fe en la aventura juvenil. El actor es Josh Brolin y la película se titula “Los Goonies”. Aun a riesgo de ser llamado pelmazo, insistiré en que debe verse alguna vez en versión original, pues el doblaje le robaba parte de su gracia y convertía a los actores infantiles en bobos. Y es que no hay nada más insoportable que el doblaje de un niño, por lo general hecho por mujeres que impostan la voz y, por tanto, acaban poniendo tono afeminado a los chavales. Fue el primer papel de Josh Brolin, hijo de ese galán para las señoras llamado James Brolin (y al que, por cierto, acaban de recuperar en un papel secundario en “La sombra del cazador”). Interpretó al hermano mayor, a Brand Walsh, que usaba una cinta alrededor del pelo y vestía pantalones superpuestos, en el colmo de lo ochentero. Desde entonces, apenas lo hemos visto aparecer en unos pocos títulos, y ni siquiera su presencia era demasiado notable: “Flirteando con el desastre”, “Mimic”, “El hombre sin sombra”, “Melinda y Melinda”. Ha sido gracias a Robert Rodríguez, otro director con olfato para el rescate de estrellas apagadas, por quien el mundo ha vuelto a fijarse en él. En “Planet Terror” se convierte en una de las sorpresas: un médico de voz ronca que chupa un termómetro y que recela de la infidelidad lesbiana de su mujer, y que maneja las jeringuillas como sólo saben hacerlo en el cine de terror de serie B. Luego ha trabajado con Paul Haggis en “En el valle de Elah”, que aún no hemos visto por aquí, y con Ridley Scott en “American Gangster”. Son papeles secundarios, pero golosos. Su personaje inmoral y corrupto de “American Gangster” es una bomba, y, aunque no haya sido nominado a los Globos de Oro, sabemos que su interpretación está a la altura de las de Russell Crowe y Denzel Washington: no en vano, el tío que más miedo y repugnancia da en este filme es él, que encarna al detective Trupo. Los hermanos Coen le han dado un papel protagonista en “No es país para viejos”. Y su próximo trabajo será a las órdenes de Gus Van Sant.