Hace aproximadamente un mes, merodeando por una librería del barrio, di por casualidad con este libro, El silencio de los árboles en Hyde Park (La Poesía, Señor Hidalgo). No conocía a su autor. Leí, de pie, un poema. Me bastó para comprarlo. Y su lectura me apasionó, como dije en esta entrada. Lo recomendé a unas cuantas personas y, por suerte, me hicieron caso. Ayer, Ana Pérez Cañamares contaba que el autor le había escrito para agradecerle la inclusión de varios poemas en su blog. Y yo, esta mañana, al levantarme y abrir el correo, me encuentro con una carta del propio Richter en la que, en inglés, me agradece que colgara dos poemas suyos.
Esto es una LECCION para nosotros, los españoles. Y lo digo porque estamos acostumbrados a no agradecer a los demás que hablen o promocionen nuestros textos. Y a no recibir misivas de agradecimiento cuando nosotros citamos a los demás (salvo algunos casos: ellos saben quiénes son). Y ahí tenemos a Milan Richter, un poeta extraordinario y con la suficiente humildad como para escribirnos. Para dar las gracias. Debemos aprender de él.
Como hizo Ana, creo que lo justo es colgar otro poema de Richter:
MUNDO EN BLANCO Y NEGRO
En la pantalla del televisor en color
dan una película para aquellos que vivieron
tiempos que más valdría olvidar
o no recordar a malas.
«Ponnos el color», pide mi hija de seis años.
«Es una película antigua», le explico.
«Entonces yo era pequeño como tú
y los colores aún no existían.
Los árboles, la hierba, la gente, los coches
eran blancos, negros o grises.
El color lo inventaron más tarde…»
Ese instante de horror hasta que comprende
que bromeo.
Ese instante de horror al pensar que en la infancia
me faltaban el verde, el azul, el rosa.
Y que, igual que en esa película,
hasta la sangre de los inocentes corría negra.
Pero basta salir a la ciudad y ver
a la gente con trajes grises, camisas blancas,
caras sin color, mirada negra,
el humo de las chimeneas gris como ceniza,
el negro de los periódicos, y en ellos
las partes en blanco…
En la pantalla del televisor en color
dan una película para aquellos que vivieron
tiempos que más valdría olvidar
o no recordar a malas.
«Ponnos el color», pide mi hija de seis años.
«Es una película antigua», le explico.
«Entonces yo era pequeño como tú
y los colores aún no existían.
Los árboles, la hierba, la gente, los coches
eran blancos, negros o grises.
El color lo inventaron más tarde…»
Ese instante de horror hasta que comprende
que bromeo.
Ese instante de horror al pensar que en la infancia
me faltaban el verde, el azul, el rosa.
Y que, igual que en esa película,
hasta la sangre de los inocentes corría negra.
Pero basta salir a la ciudad y ver
a la gente con trajes grises, camisas blancas,
caras sin color, mirada negra,
el humo de las chimeneas gris como ceniza,
el negro de los periódicos, y en ellos
las partes en blanco…