miércoles, febrero 28, 2007

Tarantino/Rodríguez: más noticias

Soy un rendido admirador de Quentin Tarantino y también (aunque menos) de Robert Rodríguez. Ellos me han devuelto con sus películas y sus gamberradas a las viejas películas de serie B que veía de niño en las matinales y en las sesiones dobles del cine de barrio que tuvo mi abuelo. Por eso aprecio tanto su cine, realizado, además, con elegancia. Reúno aquí las últimas noticias sobre sus películas, bandas sonoras y ediciones en dvd. Gracias, sobre todo, al blog Tarantinospain.


Hoy ha salido en dvd la Edición Especial de Abierto hasta el amanecer:



El 27 de marzo saldrá la Edición Especial de Jackie Brown:



El 9 de mayo saldrán las respectivas Ediciones Especiales de Pulp Fiction y Sin City (Recut & Extended):





Pero aún hay más: es oficial la lista de canciones de la banda sonora de Death Proof, el segmento de Tarantino para Grindhouse. Contiene temas de Morricone, T-Rex, Pino Donaggio, entre otros. Al parecer, la música de Planet Terror, el otro segmento, será compuesta por el propio Rodríguez. Información completa en el blog Tarantinospain.

Juegos de niños, de Tom Perrotta

La espléndida Little Children (Juegos secretos) se inspira en una novela no menos espléndida, aquí titulada Juegos de niños y muy bien traducida por Luis Murillo. Su autor, Tom Perrotta, fue nominado este año al Oscar por el guión, escrito junto a Todd Field. Parece que sus libros son imanes para los indies: aparte de Field (director de En la habitación), Alexander Payne se basó en una de sus novelas para Election, y el dúo de Pequeña Miss Sunshine acaba de comprar los derechos de su nuevo libro para adaptarlo, The Abstinence Teacher, y ni siquiera ha aparecido aún en las librerías.
El autor está dotado de habilidad para hurgar en las miserias de los habitantes de los barrios residenciales, donde por fuera todo es perfecto. Por dentro, sin embargo, se multiplican los secretos: Todd, un padre que no logra aprobar el examen final de Derecho y que ha perdido pasión en su matrimonio y encuentra un alivio en la infidelidad; Sarah, también harta de su pareja y del papel de madraza y que se lía con el anterior; Richard, el marido de Sarah, que encarga las bragas de una pin-up de internet para masturbarse con ellas; Larry, un ex policía torturado, a quien retiraron la placa porque mató a un chico que empuñaba una pistola de juguete; Mary Ann, una vecina hipócrita que sólo echa un polvo con su marido los martes por la noche; Ronnie, un pedófilo que acaba de salir de la cárcel y a quien los vecinos repudian por ser el primer sospechoso de la desparición de una niña. Hay más personajes, aunque un par de ellos no aparecen en la película.
La adaptación es fiel, a pesar de ciertos cambios. Si el filme contenía un final desgarrador y cerrado, en la novela todo queda más abierto, ambiguo y los personajes resultan ser más culpables de lo que parecen.

Fascículos: ver/descargar



En la web de Fotogramas En Corto se puede ver y descargar este cortometraje, dirigido por mi paisano Oscar Pedraza, y del que hablé hace unos meses. Joaquín Notario y Celia Blanco son sus protagonistas. No es lo mismo verlo en una pantalla grande de cine de Madrid, como lo vi en su momento, que en el ordenador y a baja resolución, pero de momento es lo que hay. Abajo, el director dando instrucciones a Celia Blanco, que siempre resplandece. Fascículos: aquí.

Bajo nuestros suelos

Ocurrió en un Taco Bell de Manhattan. Las imágenes se han repetido por la red y por los medios de comunicación. Taco Bell es un restaurante de comida rápida y alguien filmó su interior con una cámara, y luego colgó el vídeo en la red. Por los suelos del establecimiento corrían las ratas, en busca de comida. Después de leer la noticia y encontrar una foto, busqué la grabación. Apenas dura un minuto. Una toma nos muestra los suelos y la parte inferior de las mesas y los asientos del restaurante. El reparto incluye, al menos, a unas seis ratas. Algunos informadores hablan de diez roedores. Pero es difícil saberlo, ya que van y vuelven durante ese minuto, se esconden bajo los armarios y reaparecen. Son bastante gruesas, se nota que se han alimentado bien. Por culpa del vídeo, mientras tecleo estas líneas sufro picores en todo el cuerpo. Pero son gajes del oficio: si uno quiere escribir sobre ciertas cosas debe informarse, saber de lo que habla. El aspecto divertido del asunto es que, el día anterior a la grabación, el mencionado local pasó una inspección de sanidad, aunque detectaron excrementos de roedor. Quizá el inspector en cuestión era primo de Mr. Magoo o de Rompetechos. Sólo así entendemos que no viera nada. Aunque no es necesario ser ciego: también basta con dejarse sobornar y mantener la boca cerrada.
Lo que a uno le preocupa, tras ver estas imágenes de los orondos ejemplares de rata paseándose por el restaurante, no es la limpieza del local, sino algo aún peor: que las ratas fueran el menú y que las pillasen en mitad de la gran evasión, intentando salvarse de ser arrojadas a la plancha en forma de filetes de hamburguesa. Ya saben que hay demasiadas leyendas sobre el tema. Como la noticia la he leído en distintos diarios, para contrastar informaciones, me detuve en un párrafo de El Diario de Chihuahua, en el que dicen, al final de la noticia: “Las ratas han sido desde hace mucho tiempo un problema en Nueva York, donde la gran densidad de población y la enorme cantidad de comida disponible les ayudan a sobrevivir. Frecuentemente se las ve corriendo por los túneles del metro, en depósitos de basura o corriendo por parques, pero rara vez puede verse a tantas concentradas en un lugar público”. Este fragmento me ha traído a la memoria un estudio del que hace tiempo hablé en estas páginas, un ensayo sobre estos roedores que escribió un norteamericano, Robert Sullivan. Estudió el comportamiento de las ratas en un callejón de Nueva York durante un año. El título del libro es “Ratas”. Es un estudio apasionante sobre sus conductas, sus hábitos, sus gustos en cuanto al menú (son más exquisitas de lo que pensamos).
Nuestro problema, el problema del hombre contemporáneo, es que vivimos tan cómodamente instalados que olvidamos que, bajo nuestros suelos, siempre viven las ratas y las cucarachas. Una noche, caminando con unos amigos por la ciudad, les conté que acababa de devorar aquel libro de Sullivan. Me preguntaron qué me había empujado a leer algo sobre un tema tan raro. La respuesta es sencilla: todos convivimos con ellas, aunque nos separan unos cuantos pisos. El autor llega a decir que, allá donde hay hombres, habrá ratas. En mi barrio aún no he divisado ninguna, pero eso no significa que no existan: las he visto en las imágenes que sacó Julien Charlon, estupendo fotógrafo a quien hace unos meses pude saludar en una tasca próxima a casa. Julien bajó a las alcantarillas e hizo fotos a las ratas grises que las habitan. Piensen ahora en toda la gente que ha cenado en ese Taco Bell. Tendrán náuseas. A mí, de momento, me están angustiando los picores.

martes, febrero 27, 2007

Nuevas historias en la Ciudad del Pecado


Titular, imagen y textos de El País:
Inmerso en la promoción de 300, la adaptación a la gran pantalla del cómic de la atroz batalla de las Termópilas, que llegará a los cines españoles en poco menos de un mes, Frank Miller no puede evitar las preguntas sobre la esperada secuela de Sin City (Ciudad del Pecado). En ella volverá a compartir dirección con Robert Rodríguez y repetirán actores como Jessica Alba, Brittany Murphy, Devon Aoki, Clive Owen, el resucitado de entre los muertos -cinematográficamente hablando- Mickey Rourke y quién sabe si finalmente Angelina Jolie. (...)
Miller ha confirmado que la secuela está basada en Mataría por ella, el segundo de los relatos de la novela gráfica Sin City publicado, y que era precuela de El duro adiós, la historia que en la primera película protagonizaron Bruce Willis y Jessica Alba. Otras dos historias también aparecerán en la película, serán Ojos azules y Las chicas de Old Town. (...)
Pero además, Miller ha revelado que habrá novedades y que en esta secuela habrá otra historia "completamente nueva" que no aparecía en los cómics y que trata de Nancy Callahan (el personaje de Jessica Alba), pero ahora en un rol "muy diferente y terrorífico". (...)
Noticia completa: aquí.
[Si alguien aún no ha leído los siete tomos de Sin City, no sé a qué espera].

El concepto de ficción


En el año 2003, viviendo aún en Zamora, fui jurado del IV Certamen de Relatos Cortos e Ilustración "Los Sueños de Cada Uno". El tercer premio se lo dimos a un argentino, Marcelo Luján, por su relato En celuloide. Posteriormente, cuando se dieron los galardones, pude charlar con Luján, un tipo simpático, muy amable. Intercambiamos direcciones de e-mail. Desde entonces, alguna que otra vez nos escribimos; ambos vivimos en Madrid. Desde entonces, no para de cosechar premios de cuentos, como puede comprobarse en su blog, El concepto de ficción. Hace tiempo que quería darle la enhorabuena en este espacio, pero por unas u otras razones lo he ido aplazando.
[Nota al pie: cuando se dieron los premios, y tras charlar con Marcelo, conocí a Gustavo Martín Garzo, a quien invitaron como maestro de ceremonias del evento. Garzo me dio su correo electrónico y me dijo que le escribiera. Lo hice. Jamás me respondió, claro: ¿qué esperaban? En su momento me dolió, me habían gustado sus primeros libros. Ahora, vistas su últimas producciones literarias, sólo puedo alegrarme de que nunca me respondiese].

The Girl Next Door



Este es el cartel de la adaptación de La chica de al lado, la cruda y salvaje novela de Jack Ketchum que hace meses recomendé aquí. Dudo que el film sea tan explícito como el libro. Me huelo que pasará como con American Psycho. Pero espero que tenga éxito: quizá así traduzcan más libros de Ketchum.

Nuevas temporadas

Sigo con fervor las nuevas temporadas de las series que me subyugaron el año pasado. Jamás hubiese creído que alguna vez estaría enganchado a varias series de televisión. Pero uno no tiene la culpa de su calidad y de su impecable factura. Procuro seguirlas en el televisor, pero en otros casos recurro a internet: cuando las nuevas temporadas tardan en emitirse en España o cuando ciertos títulos tardan años en ser comprados en nuestro país. Aún me falta meterme en la trama de otras series que la gente de mi entorno me ha recomendado hasta la saciedad: “Prison Break”, “Heroes”, “24”, “Los Soprano”. Pero todo se andará.
La tercera temporada de “House”, tan lúcido e implacable como de costumbre, incluye un secundario de lujo en los primeros capítulos: David Morse, ese actor eficaz y sólido que es ya un especialista en interpretar a tipos traidores y desagradables, pero elegantes; y también a hombres de buen corazón. Casi siempre se introduce en la piel de policías y soldados. En “House” es el detective ofendido con el doctor, y tratará de hacerle la vida imposible con ánimo de vengarse y bajarle los humos. Aparte de la aparición de Morse, continúan desfilando por la serie actores invitados, célebres en su día: Sheryl Lee (“Twin Peaks”), John Larroquette (“Juzgado de guardia”), Pruitt Taylor Vince (“Identidad”), Patrick Fugit (“Casi famosos”), entre otros. El episodio que espero con más ansiedad es el número doce: lo dirige Juan José Campanella, autor de “El mismo amor, la misma lluvia”, “El hijo de la novia” y “Luna de Avellaneda”. Hay quien dice ahora que la serie se repite demasiado y que no se aparta de los patrones que la han hecho famosa. Pero nos da igual: lo que importa en “House” es el propio doctor, la interpretación de Hugh Laurie y sus frases como relámpagos; sin olvidarnos de ese personaje con alma de Pepito Grillo que compone magistralmente el actor Robert Sean Leonard. Las de James Bond también suelen ser idénticas y no cambian la estructura argumental, y pese a ello no dejamos de verlas y disfrutarlas.
“Me llamo Earl” ya va por su segunda temporada. Al contrario que “House”, la disfruto en versión original. Esta serie, deudora del humor de Kevin Smith, contiene una plantilla de personajes secundarios que resultan aún más divertidos que el propio protagonista: su hermano freak, su ex mujer, la limpiadora latina, el Hombre Cangrejo que está liado con su ex, el viejo amigo que siempre aparece para meterle en líos de robos y de armas. Me interesa especialmente el personaje del hermano de Earl Hickey, o sea, Randy (Ethan Suplee, a quien hemos visto en varios filmes de Kevin Smith): su pasión por la cultura pop tiene que ver mucho con mi generación, aún obsesionada con “La guerra de las galaxias”, las canciones de los ochenta y las series de televisión de la infancia. En la segunda temporada de “Me llamo Earl” no se quedan atrás, y la nómina de estrellas invitadas incluye a Burt Reynolds, Roseanne o Christian Slater. Earl y el karma son una forma de vida. Otra de las series con reparto de caras conocidas es “Maestros del Horror”. En breve me tragaré la segunda temporada. Por si no lo saben, se trata de historias independientes, maquinadas por algunos de los grandes directores del cine de terror. Unos cuantos episodios se inspiran en cuentos de autores célebres: Lovecraft, Joe R. Lansdale, Richard Matheson, Clive Barker. El mejor episodio de la primera temporada es “Cigarette Burns”; aquí lo han titulado “El fin del mundo en 35 mm”. Lo dirige John Carpenter y es una joya. El único problema de esta serie es que me depara, por las noches, unas pesadillas brutales.

lunes, febrero 26, 2007

Yonqui, de William S. Burroughs


Leí hace muchos años El almuerzo desnudo. No me gustó. Desde entonces, rehuía cualquier cosa escrita por Burroughs. Sin embargo, la semana pasada me topé en una librería con la edición de bolsillo de Yonqui, le eché un vistazo y me enganchó.

Si El almuerzo desnudo es la paranoia del adicto, las imágenes que ve y las alucinaciones que sufre, Yonqui es el primer paso de la historia. Porque Burroughs nos narra, mediante lo que llaman una prosa limpia y sobria, cómo contrae el hábito, cómo se pincha, dónde compra y dónde vende el material, a quiénes conoce, las diversas curas de desintoxicación por las que pasa, su caída en el alcohol en cuanto está limpio de droga, el infierno que significa el síndrome de abstinencia, las detenciones policiales, su estancia en ciudades distintas en las que localiza al camello (El Hombre, como en ese tema de Lou Reed y Velvet Underground, I'm Waiting For The Man).

Todo el mundo debería leer este libro: supone, amén de la apasionante lectura de un material autobiográfico bien escrito, un modo de comprender al adicto. Comprenderlo sin juzgarlo. Comprender su enfermedad, su dolor, sus necesidades, su dependencia. El protagonista, Lee, dice en un pasaje del libro: Una vez yonqui, siempre yonqui. Puedes dejar de consumir droga, pero nunca te desenganchas del todo.

Oscar' 07



Por fin triunfa Scorsese.

Un alemán y un polaco

En el círculo de amistades en el que me muevo en Madrid (casi todos zamoranos, por cierto) hay un alemán y un polaco. El alemán estuvo viviendo unos cuantos años en España y lo conozco desde hace tiempo. Al polaco, en cambio, me lo presentaron el año pasado. Cuando organizan fiestas y cumpleaños, entre los invitados suele haber gente de otros países que estudia o trabaja en Madrid. Cuando aún residía en mi ciudad natal, una noche un colega trajo a Los Herreros a un tipo alemán del que nos había hablado y con el que vivía o estudiaba en Madrid. Pronto se interesó por nuestras costumbres, como la ruta de tapeo, la incursión nocturna en Los Herreros, la Semana Santa y los gracejos mediante los que pasamos el rato en los bares. Hace tan sólo unos meses le ofrecieron un trabajo en su tierra, en Alemania. Lo aceptó. Pero parece que su alma se ha quedado atrapada en España, porque regresa cada poco. En realidad, en Madrid se han quedado sus amigos, su espíritu festivo, sus antiguos compañeros de piso y su pareja. En una fiesta que dieron recientemente, él se trajo incluso a sus padres: al país, y también a la fiesta.
Este alemán y este polaco estudiaron en Madrid. Uno curra en la ciudad y, el otro, ya digo que recibió una oferta de trabajo en Alemania que no pudo rechazar. Si hablo hoy de ellos es porque me asombra la manera en que se han adaptado al país. Aparte de manejar con una soltura envidiable el castellano, que para sí quisieran muchos de los políticos ibéricos que dan la brasa en el Congreso de los Diputados, son capaces de captar todos los dobles sentidos de nuestras bromas. Y lo que resulta más divertido: ellos mismos utilizan los juegos de palabras y los tacos propios de los españoles. Eso no es habitual: cuando uno habla con extranjeros y suelta alguna frase hecha o algún juego de palabras intraducible a otros idiomas, los extranjeros suelen permanecer perplejos, y entonces nos toca intentar explicarles los dobles sentidos; por supuesto, nunca somos capaces de hacerlo y al final no entienden el chiste. A mí me ha ocurrido, y es frustrante no lograr que te entiendan. Con estos dos colegas, en cambio, no hace falta: se han adaptado a los gracejos y los dobles sentidos y los sueltan por doquiera que van. Se sienten tan españoles que, a veces, los he visto ponerse camisetas del toro de Osborne y otros símbolos y emblemas típicamente hispanos.
Suelo verlos en fiestas y reuniones especiales. Y a veces, aunque nunca digo nada, siento cierto rubor delante de ellos y me cohíbo: siento vergüenza ajena por este país cuando me pregunto si ambos habrán leído esas declaraciones en la prensa en las que se hace carnicería de los inmigrantes, o esos debates televisivos entre exaltados en los que se presenta al extranjero que entra en España como un tío con navaja en el bolsillo, y a la extranjera como a una mujer que viene a hacer la calle o a conseguir un marido para obtener los papeles. Entonces suelo ponerme en su lugar. Imagino que yo soy el que está en Alemania, o en Polonia, estudiando aún o trabajando en la escritura, y que aprendo bien el idioma y me adapto y luego leo la prensa y tropiezo con una retahíla de frases xenófobas. ¿Qué pensaría yo en ese momento? Probablemente, hiciera la maleta y me largara con viento fresco. Nos queda el alivio de saber que no todos piensan, pensamos, de ese modo. Cuando recuerdo a este alemán y a este polaco (y a un par de escritores latinoamericanos que viven aquí y a quienes conozco personalmente), y leo esa basura hostil al extranjero que escriben algunos columnistas, sólo puedo sentir asco y rubor. Porque mis colegas también son inmigrantes.

domingo, febrero 25, 2007

Citas. 33



Toda legislación que castiga maneras de vivir es propia de un estado policial.
William S. Burroughs, Yonqui

La ceremonia

Me gustan los Oscar: la ceremonia, el tinglado que montan y el glamour de las estrellas y de quienes no son estrellas y sin embargo comparecen en una edición y luego no vuelven porque se sienten incómodos y ajenos al espectáculo: estos últimos son los que no se casan con nadie y aún menos con Hollywood. Desde hace años no podemos seguir la retransmisión en directo en la tele, como era mi costumbre antaño, cuando permanecía despierto toda la noche, luego dormía una hora o ninguna y me iba a clase, con las ojeras por las rodillas y cara de muerto viejo. Cuando los Oscar pasaron al canal de pago, estuve unos años escuchándolos por la radio. Luego me cansé, porque no es lo mismo. Además, en la radio siempre meten en el equipo a un listillo que equivoca los nombres de los presentadores, cree que a un actor le han cortado mal el pelo (ignorando así que la imagen de los actores depende del personaje que esos días interpreten), comete errores garrafales en su archivo de datos cinematográficos y no tiene ni idea de la procesión en la que le han embarcado. Hoy nos queda otra posibilidad, y es seguirlo por internet, apoyadas las noticias por los comentarios de los corresponsales. Pero difiere bastante de la televisión: imaginen seguir un partido de fútbol por internet: pierde su emoción, supongo.
No obstante, en los últimos años he experimentado un desencanto respecto a la fiesta que monta Hollywood. Dicho desencanto tiene parte de la culpa de mi renuncia a escuchar la retransmisión por la radio, como acostumbraba a hacer cuando era un estudiante. En vez de permanecer despierto, bebiendo té y comiéndome las uñas, prefiero irme a la cama y ver la lista de resultados a la mañana siguiente, y los resultados son a veces decepcionantes. El desencanto se acentuó esta semana, tras leer el excepcional libro de Peter Biskind titulado “Sexo, mentiras y Hollywood”, especie de continuación de aquel otro del que les hablé, “Moteros tranquilos, toros salvajes”. Si en este último Biskind radiografiaba la industria en los años setenta, tan espléndidos en joyas y en maestros tras las cámaras, en el primero se mete en las tripas del cine independiente y sus chanchullos. Toma como base el Festival de Sundance y Miramax, la productora y distribuidora de dos de los empresarios más famosos del cine, a saber, los hermanos Weinstein, dueños de unos modales y unas actitudes que para sí quisieran los mafiosos de medio pelo. Los Weinstein amenazan en público y por teléfono a sus colaboradores, los agraden, vuelcan el mobiliario durante una reunión poco satisfactoria para sus intereses, hacen llorar a las actrices en las fiestas, “entierran” las películas de los directores que se les rebelan (es decir: no las promocionan, no las estrenan y las mandan directamente al dvd, como vendetta a la rebeldía) y prepararan otras argucias contra sus competidores que no voy a desvelar aquí.
Sin embargo, los Weinstein son “culpables” de grandes películas: las de Quentin Tarantino, “El Señor de los Anillos”, “El paciente inglés”, “Amor a quemarropa”, “Beautiful Girls”, “El aviador”, “Sin City”. Pero también son responsables de una práctica lamentable, de la que había oído hablar, y que estimuló mi recelo de los Oscar: una práctica consistente en adular a los votantes de la Academia, promocionar sus películas nominadas, prepararles fiestas y pasear a sus actores para lograr el voto. Pero esto sólo pueden hacerlo las grandes empresas: Miramax ya lo es. Por eso un film tan elegante como “Brick” siempre será ignorado. En cuanto a los nominados, mis favoritos son Clint Eastwood y Martin Scorsese. Dos maestros.

sábado, febrero 24, 2007

Portadas exquisitas


Magical Thinking: True Stories, libro de relatos de Augusten Burroughs. Inédito en España.

Entrada triunfal de un candidato

Creo que se me han sonrojado hasta los huesos. Me refiero al contenido de las crónicas sobre Mariano Rajoy en su entrada triunfal en Zamora. Sólo faltaron cofrades batiendo palmas a su paso por la ciudad. No había, según parece, una borriquita para subirse a lomos de ella pero, si hubiera pedido una montura, hubiesen sobrado voluntarios dispuestos a doblar el espinazo y llevarlo de paseo por ahí. Si he sentido vergüenza ajena no ha sido, desde luego, por la forma de esas crónicas, pues los redactores cumplen su cometido, que es el de recoger el sentir ciudadano; tampoco porque Rajoy haya llegado a mi ciudad en plan “estrella del rock”; sino por la actitud servil de algunos de los curiosos, políticos y admiradores que le rodeaban.
No exagero: gente que gritó que le quería; que, ejem, aduló su delgadez y su belleza; niños que cantaron su presunta pertenencia al Partido Popular (a su edad y ya metiéndose en berenjenales, con la cantidad de disgustos que da la política); señoras con el calentón; señores que lo jaleaban en su labor de la oposición como si, en vez de ser un candidato a la presidencia, fuese un púgil aspirante al título de campeón en el ring; gente que le pidió autógrafos, le hizo fotografías, lo colmó de besos y abrazos, que tuvo el detalle de obsequiarle con productos de la tierra. Me da igual que hablemos de Rajoy, de Zapatero, de Aznar o de Llamazares: cuando a un político lo tratan como a un guaperas de la música, es que el mundo ha perdido la chaveta. Es la fama, que nos corrompe. No se crean, ni siquiera, que se trata de política ni de ideologías. Ojalá. Es el poder puro y duro del famoseo. Y Rajoy lo es. Acabamos de comprobarlo, en su entrada triunfal en Zamora. Pero Rajoy sabe que, como muchos otros antes que él, el día en que se retire de la política caerá en el olvido. Salvo que se dedique a dar conferencias o a publicar autobiografías escritas por negros, para mantener caliente la memoria del personal. Así es la política: y sí, en el fondo se parece al deporte.
Aún más lamentable que ese seguimiento de multitudes alborotadas que se postraron a sus pies son los rostros de los políticos que se esforzaron por salir en las fotos junto a él. Miren, por ejemplo, la fotografía de portada de este periódico en su edición de ayer. Maíllo se ha colado de milagro por un lateral, y posa junto a Rajoy con su mejor sonrisa de Joker (lástima que el casting para la nueva aventura de Batman ya esté cerrado, al menos en lo que respecta a este personaje): es igualito a la caricatura que le hace Guillermo Tostón. Al alcalde se le divisa al fondo, rompiéndose el cuello para aparecer en la foto y que no le tape Rosa Valdeón, candidata del PP y, posiblemente, futura alcaldesa de Zamora. Hay alguno que, incluso, ni siquiera mira a Rajoy, sino al fotógrafo. Las imágenes no suelen mentir y son más importantes de lo que creemos. Porque esta foto engloba una metáfora de la vida política de nuestra ciudad: o sea, Rosa Valdeón eclipsando a Antonio Vázquez. En poco tiempo, sólo veremos la cara de ella y apenas intuiremos la de él. Quizá les parezca triste, pero así es la política. Como hemos visto, se montó un circo. Que es como todos los circos mediáticos y populosos: si algún día el gallego sube al sillón del poder, no volverá a la ciudad. No seamos ingenuos: cada visitante dice que va a rodar aquí una película, que va a escribir un libro, que volverá de ganador, que luchará por nosotros. El tiempo suele desenmascarar esas imposturas. ¿Qué nos queda en medio de tanto arrebato? Unas cuantas cosas. Por ejemplo, el artículo de Braulio Llamero en la última página del diario de ayer. Dio en el clavo, y con su característico humor.

viernes, febrero 23, 2007

Inland Empire: decepción absoluta


No suelo perder el tiempo poniendo a parir las obras que no me gustan. Pero hoy quiero hacer una excepción. Vaya por delante que soy un fanático del cine de David Lynch: casi todas sus películas las he visto varias veces, incluso las menos alabadas (caso de Dune). Por eso fui emocionado esta tarde al cine. No quería perderme el estreno de Inland Empire.
Bien: puedo soportar, como en las magníficas Carretera perdida y Mulholland Drive, vueltas de tuerca de guión, elementos surrealistas y oníricos, saltos en el tiempo y en el espacio, etcétera. Pero lo que no puedo soportar es aburrirme. Y, en este sentido, el último film de Lynch es uno de los más tediosos que he tenido que aguantar en mi vida. Tres horas que se hacen eternas, como si las hubiera filmado en cemento, que diría Alvite. Varios espectadores se salieron a la mitad, y el resto resistimos entre resoplidos y boqueadas. Aparte de ese sopor que despide Inland Empire, ofrece otros elementos que lastran la película: carece de lógica, de estructura y de guión, algunos actores salen un par de segundos (y no parece que se trate de cameos), la puesta en escena es paupérrima, se nota que está rodada con cuatro duros, incluye en su montaje los experimentos que rodó para su web, no tiene ni pies ni cabeza. La única conclusión es que Lynch ha querido filmar una pesadilla; pero ya tengo bastante con mis propias pesadillas, porque son igual de tenebrosas, pero más entretenidas. En el camino hacia Inland Empire, a Lynch se le ha olvidado que un día rodó clásicos como El hombre elefante y Terciopelo azul. Todos esos críticos que dicen que es una obra maestra... dudo que tengan huevos para volver a verla; o quizá son demasiado pedantes. Decepción absoluta, ya digo. Avisados quedan, allá ustedes.

Esto es Nueva York, de E. B. White



En El Lector Sin Prisas.

Crónicas para decorar un vacío



Gracias, Alfonso.

Labor invisible, pero esencial

Sabemos que nuestras madres, cuando cocinan, ponen el empeño, el amor y el cariño necesarios para que el menú sea más apetecible y los platos se devoren como si viviéramos en un paraíso gastronómico. Antes de los festejos, de las cenas navideñas y en general todos los días, las madres pasan horas junto al fuego, dejándose la piel de las manos en los fogones y en la pila de los platos sucios. Hablo de nuestras madres, no de las nuevas y jóvenes madres, porque los hombres de mi generación ya cocinamos junto a ellas. Esas amas de casa, trabajen o no fuera del hogar, se dedican concienzudamente al arte de la cocina, porque la cocina también es un arte. Luego despliegan el menú en la mesa y se sientan las últimas, cuando el marido, los abuelos y los hijos están a punto de meter cuchara o tenedor en sus platos. Las madres suelen permanecer a la expectativa, aguardando el veredicto. Y se han acostumbrado a que nuestro veredicto sea injusto: el silencio o la crítica. Si la comida está cocinada a la perfección, todos se dan por satisfechos y no comentan la habilidad de la cocinera. Nadie dice que le ha gustado tal receta o que esta paella ha alcanzado el punto justo de cocción y de especias. Nadie comenta la maravilla de ese pescado al horno. Si la comida está bien hecha, se devora y punto. Luego toman el postre y se levantan de la mesa. Si, por el contrario, a la madre se le han quemado las lentejas, o ha echado poca sal en los macarrones, o si la textura de una salsa no es la adecuada, entonces los comensales (salvo si son invitados de fuera de casa: jurarán que el menú está muy sabroso, aunque sepa a rayos) ametrallan a la madre con su balacera de críticas. La juzgan y la acusan de haber desperdiciado un cochinillo o un arroz a la cubana, de haber maltratado sus paladares e incluso de no saber cocinar. La suya, pues, resulta siempre una labor invisible, pero esencial. Sólo hablamos de ella para criticarla, nunca para aplaudirla.
Tomando como referencia la labor esencial y mal juzgada de las madres que cocinan para toda la familia, podemos compararla al oficio de los traductores en España. Son, aunque no lo crean, casos similares. Si un libro extranjero está traducido a la perfección a nuestra lengua, jamás lo reconoceremos. No señalaremos en nuestros comentarios a terceros, ni en nuestras recomendaciones, ni en nuestras reseñas, la impecable labor del tipo que se dejó las pestañas traduciendo un texto, quizá mal pagado (como denunciaron en un reportaje del diario El País y como luego señaló Javier Marías en un artículo). Es más: no solemos nombrarlo ni aplaudir su trabajo. Permanecen ahí, invisibles, a la sombra. Si, por el contrario, la traducción nos parece floja o creemos que incurre en vaguedades o pensamos que el traductor se ha tomado demasiadas libertades o ha traducido al pie de la letra, sin molestarse mucho en obtener la musicalidad de la prosa, entonces lo machacamos. Sacamos su nombre a relucir, y lo criticamos en foros, en periódicos y en blogs, lo arrastramos por el barro hasta que está lo bastante manchado como para caerse en la lona y no levantar cabeza.
Créanme: sé de lo que hablo, pues he visto cometer esta injusticia consistente en silenciar lo correcto y denunciar lo incorrecto demasiadas veces, y yo mismo he pecado de ello en algunas ocasiones, tanto en lo que compete a las madres como en lo referente a los traductores. Estaría bien que nos aplicáramos el cuento en ambas cuestiones. En el caso de las madres, creo haberme redimido. En el de los traductores no sé si lo lograré, dado que aplaudir la labor de una traducción digna implicará abuchear la labor de una traducción pésima. Y viceversa.

jueves, febrero 22, 2007

Little Children, en Salamandra


Días atrás hablé de la película Little Children (rebautizada aquí como Juegos secretos), y comentaba que el libro de Tom Perrotta en el que se basa permanecía inédito en España. Pues bien, Salamandra publica estos días la traducción: lo titulan Juegos de niños. Creo que aún no está en librerías (ayer no lo vi en las mesas de novedades), pero en La Casa del Libro podemos ver la ficha: la portada, que encabeza estas líneas (lamento que la foto sea tan pequeña, pero no he encontrado otra y al ampliarla no se distingue nada), el precio y el número de páginas. Abajo, la portada original, mucho más atractiva.

Heridas bajo la lluvia, de Stephen Crane


Admito que no he leído el clásico de Crane, El rojo emblema del valor, y no puedo comparar ambos libros. Tampoco creo que sea necesario. Si aquella era una novela sobre una guerra en la que el escritor no había estado, estos son relatos verídicos sobre la presencia de Stephen Crane como corresponsal en la Guerra de Cuba en la que Estados Unidos luchó contra España.

Son once relatos que eliminan la grandeza de la guerra y los actos heroicos: Crane siempre habla de los soldados como tipos que hacen su trabajo, que actúan como personas corrientes, más preocupadas por un dolor en el pie que por formar parte de la historia que saldrá en los libros. Corresponsales, soldados que agonizan ante sus compañeros de refriega, hijos de papá que se valen de un enchufe para ir al frente, señaleros que cumplen su cometido mientras las balas silban a su alrededor, hombres que enloquecen, heridas mortales... Subtitulado Un relato de la Guerra de Cuba resulta interesante por varios motivos: Crane estuvo allí y volvió para contarlo, los textos no habían sido traducidos hasta ahora y fueron escritos dos años antes de su muerte en un sanatorio. La única pega es que un par de relatos son de difícil digestión, se hacen algo pesados: acaso por el abuso de las descripciones en ambos.

Transgressions, en España en dos volúmenes


Ed McBain reunió en un único tomo diez novelas cortas e inéditas, de género negro, y las tituló Transgressions. Pues bien, en España han decidido ponerlas a la venta en dos volúmenes.
El primero, Transgresiones I, ya puede verse en las librerías. Engloba las novelas inéditas de los siguientes autores: Donald Westlake, Anne Perry, Joyce Carol Oates, Walter Mosley y Sharyn McCrumb.
Ignoramos cuándo saldrá la segunda parte, pero los escritores reunidos serán: Ed McBain, Stephen King, John Farris, Jeffery Deaver y Lawrence Block. Apetecible, ¿verdad? Me compraré el primer tomo un día de estos, sin falta.

Maneras de regresar

Si uno trasnocha y sale de juerga en una ciudad grande y se aleja demasiado de su barrio, existen varias maneras de regresar a casa sin vehículo propio: a pie, en taxi, en autobús nocturno y en metro si entra antes de la una y media de la madrugada o después de las seis de la mañana. A veces me toca hacerlo de las tres primeras maneras. Si, por ejemplo, salgo de la casa de un colega o de un bar lejano y no encuentro paradas de taxi ni servicio nocturno de autobuses, primero hay que usar las piernas y patearse las aceras hasta encontrar uno de los dos. Lo más fácil es toparse con una parada de bus. El problema es que nunca van a donde uno quiere. Casi siempre terminamos el viaje por Cibeles, por donde confluyen los noctámbulos, los taxistas, los borrachos, los barrenderos y los que van a trabajar temprano en domingo o vuelven de cumplir su turno. Desde Cibeles hay tres formas de llegar a casa: de nuevo a pie; en otro autobús si uno tiene la suerte de encontrar el que no le deje muy lejos de su barrio; o en taxi. En Cibeles me resulta imposible conseguir un taxi libre. Las esquinas suelen estar llenas, a las tantas de la madrugada, de gente que también acaba de bajarse del búho y busca un hueco en un taxi. Incluso aunque uno haga cola, los taxistas siempre pararán antes o después de donde estaba uno, cumpliendo así con los postulados de la famosa y temible Ley de Murphy. Lo más socorrido y seguro es regresar a pie, salvo que uno tope con atracadores; la semana pasada dijeron, en un periódico, que habían detenido a unos chavales que robaban a quienes volvían ebrios a casa de noche. Pero ir a pie a las cinco de la mañana, cuando uno ya está cansado, termina siendo una tortura, especialmente si le aprieta el hambre o el cansancio le doblega.
Viajar en estos autobuses nocturnos es toda una experiencia. El personal suele ir cocido hasta las orejas. La gente sube con copas en las manos. Se tambalean por culpa de la bebida y los traqueteos del bus. En la prensa a menudo salen historias: de tipos que sacaron un arma y dispararon al techo en mitad del trayecto, asustando al conductor y al resto de los pasajeros; de hombres que se pelean o amenazan al individuo que va al volante. Una noche viajamos en un búho que llevaba a bordo a un par de vigilantes de seguridad. No es raro ver a alguien que, en los asientos de la última fila, se ha dormido de regreso a casa o a ninguna parte.
Luego está el caso de los taxistas. Ciertas noches y algunas madrugadas es imposible encontrar un taxi. Si lo encuentras, no está libre. Si está libre, es posible que el conductor, cuando le des la dirección, no quiera llevarte. Me ha sucedido ya varias veces: “Hola, vamos a la Plaza de Malasaña”. Y responde: “No, yo allí no voy”. O, también: “¿Me lleva a Lavapiés?” Y la respuesta: “A Lavapiés yo no llevo a nadie”. O, si el tipo no es agradable ni recibió clases de amabilidad en la infancia, suelta un seco y rotundo: “No”. Y arranca. Si esa noche hay un cruce de circunstancias de buena suerte y todo sale bien, es decir, si ves un taxi y tiene luz verde y lo paras y el tío acepta llevarte a donde pides, queda otra posibilidad: que sea un borde o que, mediante su silencio, adviertas que el aire está helado, que al hombre no le agrada su trabajo o no le gustas tú o está harto de ir a barrios que, a priori, son peligrosos. He topado con taxistas que aceptan llevarme, pero luego, durante la carrera, dicen: “Desconfío de este barrio. No me gusta traer aquí a los clientes. Me han atracado dos veces”. Hay excepciones, como siempre en esta vida: a veces uno encuentra un taxista amable, simpático y hablador. Pero, en cualquier caso, volver es una travesía con sorpresas.

miércoles, febrero 21, 2007

Citas. 32


Parecía que la literatura era irreductible, y que los escritores también eran irreductibles, y eso estaba bien, tenía su gracia, su punto de fuerza, su humanidad pura. Pero ya la literatura es esto: una mesa de novedades, las mafias, una feria, un premio, la televisión y la pasta, y ni siquiera mucha pasta. O sea, el éxito. Pero para eso ya estaba la política y el mundo de los negocios, las cenas de sociedad y los discursos de los pedantes. ¿Dónde está la literatura entonces? Se está muriendo. Casi ni queda. Casi ni existe. No, chaval, la literatura nunca fueron libros de éxito. Era otra cosa. Era lo inesperado, lo gratuito. Y no me hables de calidad, como si los libros fuesen electrodomésticos o coches.
Manuel Vilas, Literatura (fragmento de artículo en ABC)

AzulOscuroCasiNegro


Gran película que me perdí en el cine y recupero ahora. Obra en torno a perdedores, gente herida, personas que deben luchar con todas sus fuerzas para cumplir una mínima parte de sus sueños. En definitiva, uno de mis géneros favoritos.

Closer

Recordarán, supongo, la adaptación cinematográfica de Mike Nichols a partir de la obra teatral de Patrick Marber, “Closer”. La interpretaban Julia Roberts, Jude Law, Natalie Portman y Clive Owen. La película era digna por las actuaciones de estos dos últimos, Portman y Owen, y sobre todo por los afilados diálogos de Marber, plagados de sexo y giros argumentales en las relaciones de estos cuatro personajes, capaces de hacer daño a sus parejas y de enamorarse y desenamorarse con la velocidad que caracteriza a estos tiempos. Sigo sin comprender que los textos de Patrick Marber no estén traducidos: de él sólo conocemos un relato incluido en la antología “Hablando con el ángel”, y seguimos esperando. “Closer” era y es una obra sobre sexo en la que no hay sexo, es decir, en ningún momento vemos realizar el acto sexual, pero sus personajes no paran de hablar de ello, y sueltan agudezas y preguntas sobre las felaciones, las posturas y los orgasmos, oratoria que escandalizará a la audiencia más beata.
En el Teatro Lara de Madrid, detrás de la conflictiva Plaza de Soledad Torres Acosta, hoy en obras, han estrenado “Closer” en versión española. Dirige la función Mariano Barroso, cuyo oficio en el cine se nota en los escenarios: pantallas en las que vemos la conversación de chat que entablan los dos hombres, flashbacks en mitad de una escena que aclaran lo ocurrido en la escena que nos habían ocultado, dos acciones simultáneas y distintas en el espacio. El Teatro Lara es pequeño y antiguo y su sala roja recuerda a la del Teatro Principal de Zamora (pero nuestra “bombonera” es mucho más cómoda y dispone, creo yo, de mejor acústica). Antes de entrar, había algo que acentuaba mis recelos: el reparto. Porque, como ya se ha dicho y repetido por ahí, es imposible que en España no pensemos en la película de Nichols cuando vamos a ver la versión de Barroso. En el repertorio de Nichols estaban Law, Portman y Owen, tres grandes actores contemporáneos. Pero jugaba con una desventaja: salía Julia Roberts, estrella antes que actriz. Y Julia Roberts suele hacer, casi siempre, de Julia Roberts, salvo en algunos casos excepcionales, como cuando interpretó a Erin Brockovich. Por fortuna, en el “Closer” español no está ella. A cambio, nos beneficiamos de la presencia exuberante de Belén Rueda, quien mejora con los años como actriz y como mujer e interpreta a Anna. Sergio Mur se encarga de Dan, el personaje más antipático de la obra, y nos recuerda a Jude Law. José Luis García Pérez es el cínico Larry, y su gran virtud radica en que, si Clive Owen dotó a su Larry de rasgos hostiles y algo desagradables, García Pérez acentúa el humor de este médico primitivo y descarado, y así obtiene las carcajadas del público y su doctor tiene más de golfo vividor que de cabrón implacable. Por último, Lidia Navarro retoma a la chica desvalida que fue Natalie Portman. Y se convierte, a mi juicio, en lo mejor de esta versión: aparte de bordar un papel que es un bombón, nos regala una Alice adorable, juguetona y de mente desordenada.
Si no conocen “Closer”, palabra que indica el acercamiento, la proximidad, entre los personajes (acercamiento sexual, aunque ellos anhelan un acercamiento sentimental, necesitan ser queridos), vayan a verla al Teatro Lara. La obra es moderna, irónica, agria y magnífica. Si han visto la película, vayan igualmente: los actores aportan otros matices a las ricas interpretaciones de Law, Portman y Owen. La puesta en escena, por otro lado, es demasiado pobre, aunque funcional, cumple su cometido, o sea, servir de fondo sin distraernos de los diálogos entre unos personajes siempre dolidos y en busca del amor.

martes, febrero 20, 2007

Sexo, mentiras y Hollywood, de Peter Biskind


Si el anterior libro de Biskind, Moteros tranquilos, toros salvajes, era apasionante, como dijimos en su momento, no lo es menos este otro volumen, subtitulado Miramax, Sundance y el cine independiente.
Biskind repite el patrón: se ha entrevistado con casi todo Hollywood y esta vez se introduce en las entrañas de los indies. El ensayo se centra, sobre todo, en los hermanos Weinstein de Miramax. El retrato de uno de ellos, Harvey, es tan absorbente y siniestro como una novela de la mafia. Porque Harvey Weinstein, también conocido por El Gordo y Harvey Manostijeras, es célebre por dos motivos: olfato para comprar y producir películas diferentes, con las que nadie se atreve; actuar con los modales de un mafioso de baja categoría, insultando a los actores, a los directores, a los productores, arrojando mesas y ceniceros en sus cabreos legendarios, jugando sucio y soltando amenazas e incluso agrediendo físicamente a las personas. Por eso alguien, en el libro, lo compara con el personaje de James Gandolfini en Los Soprano.
Aparte de este fulano, y de los chanchullos de Robert Redford en Sundance, Bisnkind nos habla de grandes directores que hicieron historia en los 90 (y de sus películas): Quentin Tarantino, Steven Soderbergh, Todd Solonz, Gus Van Sant, Kevin Smith, Alexander Payne, David O. Russell y Richard Linklater, entre otros. Descubrimos, además, cómo cambiaron ciertos proyectos hasta hacerse realidad: Four Rooms, Gangs of New York, Todos los caballos bellos, Pulp Fiction, Shakespeare in Love, Happiness, Juego de lágrimas o Traffic. Pero también es un ejemplo de cómo el arte acaba convirtiéndose en un negocio.

The Tenants


Película inédita en España, The Tenants, o Los Inquilinos, se inspira en una novela de Bernard Malamud. El punto de partida, pues, resulta muy interesante: la rivalidad entre dos escritores, uno negro y el otro blanco, que viven en el mismo edificio, un inmueble que están a punto de echar abajo. Harry Lesser (un irreconocible Dylan McDermott) alcanzó un gran éxito con su primera novela y tuvo un tropiezo con la segunda; por eso quiere redimirse con un nuevo libro y no está dispuesto a mudarse hasta que lo termine. Pronto descubre que otro hombre, Willie Spearmint (Snoop Dogg), se aloja durante varias horas al día en el edificio casi abandonado y, sin pagar alquiler, trata de escribir su primera obra.
Esa es la propuesta. Dos escritores radicalmente opuestos que intentan, primero, echarse una mano; y, luego, ponerse la zancadilla. Sin embargo, el filme está un poco desaprovechado y, al final, se sostiene gracias al guión y a la interpretación de un torturado McDermott. No conozco la novela de Malamud, aunque aún se puede conseguir en las librerías de viejo. El director es novel; si este material lo hubiese cogido, por ejemplo, Scorsese, nos hubiera ofrecido una obra más profunda. Para pasar el rato.

En retrospectiva

Me metí en la cama, en la madrugada del sábado al domingo, con algo de cansancio físico encima. Acabábamos de dar una caminata nocturna desde la Gran Vía hasta casa. La razón por la que estábamos por allí, en esa calle siempre populosa y contaminada por el ruido: era una de las paradas del BúhoMetro. El sitio más próximo al barrio en el que nos dejaba esa línea de autobuses. Habíamos tomando el búho a la salida de un pub más allá de la estación de Príncipe Pío, en un garito donde varios de mis amigos habían celebrado sus respectivos cumpleaños. En dicha fiesta lograron que nos cobraran sólo cuatro euros por copa, lo cual es un regalo en una ciudad tan cara. Si salir de la fiesta y encontrar un autobús fue coser y cantar, no lo fue tanto encontrar un transporte que antes nos llevara a esa fiesta. Estuvimos veinte minutos, o más, buscando un taxi libre junto a la estación de Príncipe Pío, en uno de cuyos establecimientos (el famoso Cien Montaditos) acababa yo de tomar una cena rápida.
Llegamos a Príncipe Pío después de una larga caminata desde la Sala Riviera, junto al Puente de Segovia que cruza el Manzanares. Nunca antes había pisado la Riviera, una discoteca amplia dotada de varias barras y escenario donde estuvimos viendo el directo de Jet, la banda australiana de rock. A pesar de vender las entradas a un precio asequible, en torno a veinte euros, el local no estaba lleno. Quizá el tema más conocido de Jet, que cuentan con un par de discos, sea “Are You Gonna Be My Girl?”, que sonaba en un anuncio televisivo de Vodafone. La banda hizo un notable trabajo: tocaron con nervio y con influencias de grupos como AC/DC. Sin embargo, la nota media decayó por dos objeciones: la actuación duró alrededor de una hora y media; el sonido de la sala era penoso, la música distorsionaba e incluso el grupo desapareció del escenario a mitad del concierto para que los técnicos comprobasen el equipo, y después de la supervisión mejoró un poco el sonido. Habíamos llegado a la Riviera justo en el momento en el que se iban los teloneros y aparecían los componentes de Jet. La culpa la tuvo el transporte: los innumerables transbordos que nos tocó hacer para llegar hasta allí, y los consabidos retrasos de los trenes del metro.
Pero, antes de meternos en el metro para viajar hasta las orillas del Manzanares, habíamos parado en casa unos minutos, tras un rato de compras en El Corte Inglés de la zona de Goya. Lo de entrar a este edificio fue casualidad, ya que íbamos en dirección a la parada de metro al salir del cine, de ver una película en versión original subtitulada: “La ciencia del sueño”, otra locura onírica y surrealista de ese gran director que es Michel Gondry. Conviene verla así, en V.O., porque en el guión hablan en inglés, en español y en francés. Cuando entramos en la sala de los Renoir Retiro empezaban los créditos de la película, lo cual significa que anduvimos todo el día de cabeza, llegando justo a tiempo a los sitios y hartos de caminatas y de rutas por el metro. Gondry no ha conseguido superar su obra maestra, “Olvídate de mí”, y dudo que lo consiga porque aquella película era perfecta y encantadora. Su nuevo filme es aún más raro, y hacia la mitad de la misma no sabemos cuándo el protagonista está soñando o cuándo está despierto, y llega un momento en el que sueño y realidad se solapan. No es apta para públicos fáciles y conformistas, y de ella destacaría lo que caracteriza a Gondry: que sabe poner en imágenes unas hermosas historias de amor, caracterizadas por el desasosiego y los impulsos del inconsciente. Pero no está a la altura de su anterior obra. Y así comenzó este día, pleno de variedades, transportes y paseos.

lunes, febrero 19, 2007

Little Children


Cartel de la película de la que hablo en el artículo de abajo.

Caramelos envenenados

Uno de los temas más complejos y jugosos de la literatura de Estados Unidos consiste en mostrar las dos caras de la moneda de esos barrios residenciales donde todo es precioso por fuera, pero está podrido por dentro. Casas de dos pisos con tejado y chimenea, porche para relajarse durante el crepúsculo, un patio trasero, un césped que cuida el hijo mayor para ganarse la propina del fin de semana o cumplir un castigo por mal comportamiento, el coche de cinco puertas aparcado en el garaje y la familia rondando por allí, con el perro atado a una correa mientras florecen las sonrisas y el vecindario se saluda amablemente. Pero luego nos cuentan sus intimidades: los vecinos se ponen a parir entre ellos después de las barbacoas y las carcajadas, los matrimonios no funcionan y se ahogan en crisis, el sexo se practica con amantes, los hijos hacen de las suyas en otros barrios al caer la noche, siempre hay un perturbado con el arma a punto y las parejas beben tanto alcohol que terminan rotas y aisladas.
Se me ocurren ahora unos cuantos títulos, de temas similares o parecidos: los cuentos de John Cheever y varios de Raymond Carver, las novelas “Vía Revolucionaria” de Richard Yates, “Personajes desesperados” de Paula Fox, “Música para corazones incendiados” de A. M. Homes, “Las vírgenes suicidas” de Jeffrey Eugenides… Dicho tema no ha sido ajeno al cine; pensemos en “American Beauty” y “Happiness”. En todas estas historias el escenario exterior parece idílico, pero esa idea de cielo o paraíso encierra un infierno dominado por los comportamientos inmorales, los vicios y las enfermedades del alma. La otra tarde fui a ver la película “Little Children”, bautizada en España con el ridículo título de “Juegos secretos”, como si fuera un telefilme de sobremesa. “Little Children” parte de una novela de Tom Perrotta, inédita en nuestro país, y reconstruye ese universo hipócrita que acabamos de describir, dotado de casas que son caramelos envenenados. Su director es Todd Field, un actor que había dirigido la grandiosa “En la habitación”, basada en un relato de André Dubus senior que, sí, esta vez se tradujo en España y se incluye en “Adulterio”. Dubus junior es el autor de un libro de temática similar, “Casa de arena y niebla”. “En la habitación” tuvo éxito en el reparto de premios y en circuitos minoritarios y festivales de cine. “Little Children” continúa por el mismo camino. Ha recibido varios galardones y tres nominaciones al Oscar que destacan, sin duda alguna, los mejores ingredientes de la cinta: el guión y las interpretaciones de Kate Winslet y del desconocido Jackie Earle Haley, quien construye un personaje de pedófilo recién salido de la cárcel que espeluzna y provoca compasión. La pena es que a Jennifer Connelly le haya tocado un papel tan breve. Pero lo aprovecha: basta comprobar cómo ella lo dota de grandeza interpretativa cuando descubre la infidelidad de su marido.
Todd Field logra que confluyan con habilidad las distintas tramas argumentales: dos matrimonios en crisis, de los que saldrá una relación extraconyugal entre uno de los hombres y una de las mujeres; el pedófilo cuya presencia constituye una espectral amenaza para la comunidad de vecinos; el ex policía violento y con un pasado negro a las espaldas; la vida cotidiana de los habitantes de ese barrio. En cada escena notamos una presencia latente, intuimos que algo terrible ocurrirá pronto. Field desarma con su película. Enseña las imposturas de estos barrios en apariencia felices, y nos da otra muestra casi redonda de su bisturí de familias. De adultos que se comportan como niños pequeños.

domingo, febrero 18, 2007

En el CCAN de León



Russ Meyer + David + Vicente + Tripulantes= en el Húmedo.

Leer la estupenda crónica: aquí.

Próximamente: La estancia vacía


La estancia vacía es un documental sobre los últimos días de Michi Panero. Uno de sus directores es mi colega Miguel Barrero. En su blog ya anuncia la fecha del preestreno: "el sábado 17 de marzo en el Teatro Manuel Gullón de Astorga". Copio aquí algunas de las informaciones que ha ido colgando en su bitácora:

La estancia vacía, el documental sobre los últimos días de Michi Panero que rodamos el pasado mes de septiembre, se preestrenará en Astorga el sábado 17 de marzo. El lugar y la hora aún están por confirmar, pero el Ayuntamiento trabaja ya con esa fecha y a lo largo de las próximas semanas iré avanzando todas las novedades que vayan surgiendo al respecto. Lo que sí está claro es que el pase de preestreno, que se celebrará el día en que se cumple el tercer aniversario del entierro de Michi, tendrá un carácter gratuito. (Hilo de las últimas entradas: aquí)

Ryszard Kapuscinski: Paseo matutino


De El País de hoy:
Este texto no fue publicado en vida del autor. Escrito en la década de los noventa, permaneció guardado en su archivo personal. El pasado 25 de enero, poco después de la muerte de Kapuscinski, vio la luz en la Gazeta Wyborcza:
Todas las mañanas, después de despertarme me tomo un café y salgo a dar mi paseo. Son las siete. Recorro la calle en la que vivo, la Prokuratorska, en dirección a la Wawelska. Paso junto al consulado británico: ante la verja, a esta hora, ya espera un nutridísimo grupo de personas. Pasan allí la noche, duermen en los coches, en los céspedes, en los bancos: han venido para solicitar un visado. Enseguida sé que estoy en el Tercer Mundo. Tamañas aglomeraciones no se dan ni en Oslo ni en Berna, pero sí en Kampala y en Kuala Lumpur. (Seguir leyendo: aquí)

Los nuevos padres

Contemplo con admiración la manera en que mis amigos se adaptan a su papel de padres. Pero no hablo de padres en el sentido de tipos que han ayudado a engendrar un hijo y luego se han echado a dormir mientras sus mujeres se encargaban de todo. No. Me refiero a padres comprometidos con su responsabilidad. Gente que, de momento, está al pie del cañón. Voy de visita y los amigos con los que estudié en el colegio, con quienes he atravesado desde entonces el tiempo y una amistad a prueba de balas, mecen en sus brazos a los bebés recién nacidos, los cogen con las manos con habilidad y fuerza y delicadeza, les cambian los pañales, les dan el biberón, los incorporan para que expulsen el aire con una suave palmada en la espalda, les hacen fotografías y hasta se permiten soltar algún chiste que los hijos, cuando crezcan, ya se encargarán de cobrarles mediante disgustos. Me fascina que este manejo, estos cuidados, este amoldarse a lo que requieren los niños recién nacidos, lo hayan absorbido en un día, con la rapidez con la que un animal se adapta al medio.
Cuando ellos me preguntan si quiero coger a un bebé en los brazos, en seguida rechazo el ofrecimiento. No crean que lo hago por mantener mi reputación de tipo duro (aunque también), sino porque me da respeto encargarme de algo tan frágil y minúsculo. No quiero que ningún padre, ningún amigo, me coloque encima de los hombros esa responsabilidad. Sorprende ver cómo han cambiado los tiempos. Treinta, cuarenta, cincuenta años atrás, es posible que estos padres estuvieran en el bar de la esquina mientras sus mujeres recibían a las visitas con una mano y con la otra cuidaban a los bebés. Al menos, son las historias que los de mi generación hemos oído siempre: por lo general, historias acerca de padres que pasaban de empujar el cochecito, dar el biberón o encargarse de los pañales. Para eso “estaban las mujeres”, ya saben. Los nuevos padres, me parece a mí, son diferentes. Arriman el hombro. Han aprendido que ser padre no significa sólo fecundar el óvulo y comprar la comida. Mis amigos toman en brazos a sus hijos y uno sabe que, volcándose en esa obligación, no sólo están aliviando la tarea de las madres, sino poniendo su grano de arena en la creación del niño. Cuando uno va por la calle, es frecuente ver que el padre es quien empuja el coche del bebé. Porque la educación de un muchacho compete a los dos.
Dice Tomás Hernández Castilla, poeta y amigo, que tener hijos le cambió la vida. Cambió su perspectiva de las cosas, del mundo, de la poesía y de la literatura. “Observándolos, aprendo mucho”, me dice siempre. Y los tuvo a una edad en la que no es costumbre ser padre o madre. Él los observa, mira su sed de aprendizaje y, así, él mismo regresa con paso dulce a su infancia. Jamás mantuvimos una conversación en que no mencionara a sus hijos y el placer que le procuran. Otro de mis colegas, padre y compañero de blog, se pregunta en un post: “¿Cómo pude vivir treinta y un años sin ellos?” Maravillosa sentencia. Probablemente, cuando todos estos hijos crezcan y entren en el terreno resbaladizo de la adolescencia, los padres se abrumarán de preocupaciones. Porque, si los hijos de ahora somos especialistas en hacer sufrir a los padres, no lo serán menos las próximas generaciones: salir de noche, juntarse con extrañas compañías, conducir un coche, volver de madrugada, emborracharse a temprana edad, fumar a escondidas, perder el virgo. Vivir y experimentar, en otras palabras. Aparte de los bebés de mis colegas de pandilla, espero la llegada de nuevos muchachos: los hijos de mis primos.

sábado, febrero 17, 2007

Nuevo cartel de Grindhouse



Vía Impawards.

Elmore Leonard: Reglas sobre la escritura


Circula por la red este documento: las reglas de Elmore Leonard sobre la escritura. Se puede o no estar de acuerdo con ellas, pero en cualquier caso resultan interesantes y nos dan más pista sobre la técnica del autor. Yo he vulnerado unas cuantas. Aquí va el texto completo:
Elmore Leonard aboga por que el escritor sea invisible, que muestre, en vez de contar la historia. Pero si tienes facilidad para el lenguaje, imágenes propias y el sonido de tu voz te encanta... puede que estas reglas no sean para ti. Léelas y luego sáltatelas.
1. Nunca empieces un libro hablando del clima.
Si sólo te sirve para crear atmósfera y no es una reacción del personaje al clima, no debes usarlo demasiado. El lector buscará las reacciones del personaje. Hay algunas excepciones, claro. Si te llamas Barry López y conoces más maneras de describir el hielo y la nieve que un esquimal, puedes hablar del clima tanto como te de la gana.
2. Evita los prólogos.
Pueden resultar molestos, especialmente un prólogo después de una introducción que viene antes de la dedicatoria. Pero en no ficción son muy habituales. En una novela, el prólogo cuenta los antecedentes de la historia, pero no hace falta contarlos al principio, puedes ponerlos donde quieras.
Siempre hay excepciones, claro.
Dulce jueves de John Steinbeck tiene prólogo, pero me parece bien porque es un personaje del libro que deja claras las reglas, que nos explica como le gusta que le cuenten las cosas.
Lo que hace Steinbeck en
Dulce jueves fue titular los capítulos a modo de indicación, aunque algo oscura, de lo que tratan. Hay dos capítulos que llega a titularlos “hooptedoodle” (palabrería) en los que avisa al lector: “Aquí haré vuelos espectaculares con mi escritura, y no se entremezclará con la historia. Sáltatelos si quieres”. Dulce jueves se publicó en 1954, cuando yo empezaba a publicar, y nunca olvidaré el prólogo. ¿Me leí los capítulos hooptedoodle? Cada palabra.
3. No uses más que “dijo” en el diálogo.
La frase, en el diálogo, pertenece al personaje. El verbo viene a ser el escritor husmeando donde no debería. El verbo “decir” es bastante menos intruso que “gruñir”, “exclamar”, “preguntar”, “interrogar”... Cierta vez leí un “ella aseveró” al final de una frase de un personaje de Mary McCarthy y tuve que parar de leer para buscarlo en el diccionario.
4. Nunca uses un adverbio para modificar el verbo “decir”...
... amonestó severamente. Usar un adverbio de esta manera (o de casi cualquier manera) es un pecado mortal. El escritor se expone a interrumpir el ritmo de intercambio cuando usa este tipo de palabras. Un personaje cuenta en uno de mis libros cómo solía escribir sus romances históricos “llenos de violaciones y adverbios”.
5. Controla los signos de exclamación.
Se permiten alrededor de dos o tres exclamaciones por cada 100.000 palabras en prosa. Si tienes el don de Tom Wolfe con ellos, puedes usarlos profusamente.
6. Nunca uses palabras como “de repente” o “de pronto”.
Esta regla no requiere ninguna explicación. Me he dado cuenta de que los escritores que usan exclamaciones como “de repente” suelen tener menos control sobre sus signos de exclamación.
7. Usa términos dialectales muy de vez en cuando.
Si empiezas a llenar la página de diálogo ininteligible, no podrás parar. Un buen ejemplo sería Annie Proulx, que es capaz de captar muy bien el sabor del habla de Wyoming.
8. Evita las descripciones demasiado detalladas de los personajes.
Steinbeck lo hacía. Pero en Colinas como elefantes blancos Hemingway por ejemplo, usa una única descripción para el personaje de la mujer que acompaña al americano: “Se quitó el sombrero y lo dejó en la mesa”. Es la única referencia física en la historia, pero aún y así vemos a la pareja y sabemos de ellos por su tono de voz... sin adverbios que los acompañen.
9. No entres en demasiados detalles al describir lugares y cosas.
Si no eres Margaret Atwood, que pinta escenas con el lenguaje o no puedes describir el paisaje como lo hace Jim Harrison, no lo hagas. Incluso si estás dotado para las descripciones, ten en cuenta que el meollo de la historia debe ser la acción, no la descripción.
Y finalmente:
10. Trata de eliminar todo aquello que el lector tiende a saltarse.
Esta regla se me ocurrió en 1983. Piensa en lo que te saltas cuando lees una novela: largos párrafos de prosa con demasiadas palabras. ¿Qué está haciendo el escritor? Hablar del tiempo, o ha entrado en la mente del personaje y el lector o bien sabe qué es lo que piensa el personaje, o bien no le importa. Me apuesto lo que sea a que no te saltas el diálogo.
Mi regla más importante es una que las engloba a las diez.
Si suena como lenguaje escrito, lo vuelvo a escribir.
Si la gramática se inmiscuye en la historia, la abandono. No puedo permitir que lo que aprendí en clase de redacción altere el sonido y el ritmo de la narración. Es mi intento de permanecer invisible, no distraer al lector de lo que es escritura obvia (Joseph Conrad habló una vez de las palabras que se inmiscuyen en lo que quieres contar). Si escribo una escena, siempre desde el punto de vista de un personaje (el que me da la mejor visión de la vida en esa escena en particular) puedo concentrarme en las voces de los personajes contando quienes son y cómo se sienten, qué ven y qué sucede. Así es como desaparezco de la escena.
Elmore Leonard

Un filón

Los guiñoles, esos muñecos con los que uno disfruta tanto, nunca se superarán a sí mismos tras la creación de José María Aznar. Es el mejor monigote del programa, con sus simpáticas maneras de golfo y caradura. Llevaba un tiempo sin echarle un vistazo a este espacio y la otra noche vi un par de minutos en televisión.
Me hizo reír el modo en que han actualizado el guiñol de Aznar: le han puesto esa melenilla trapera que se ha dejado ahora y que le hace parecer un señorito español de los años setenta recién salido de una peluquería de pueblo, pródiga en caspa y en destrozar la imagen de los clientes que se sientan en el sillón. Vivimos tiempos confusos: si estuviéramos en los setenta, a Aznar lo hubieran cogido para engrosar el reparto de las películas de destape, chaquetas de pana y seductores ibéricos, en vez de obligar al pobre hombre a dar conferencias por el mundo. Porque esa es la imagen que tiene ahora. Relajado. Campechano. Resabiado. Un guay, como suele decirse. Cuanto más pelo se le amontona en el cogote, menos tiene en el filtro de sopas del labio superior. Si le borraran por completo el mostacho y le colgaran del cuello una guitarra, daría el pego en un coro de iglesia. Puede que Aznar sea el único hombre de su edad al que le sienta mal la melena. Tampoco le quedaba bien el pelo corto, aunque no fue esa la opinión de las acaloradas señoras que iban a los mítines a gritarle “¡Tío bueno!” y “¡Guapo!”. Como al ex presidente le gusta dar carnaza a los medios, hace poco protagonizó un pequeño escándalo yanqui: se fue de un almuerzo-coloquio, antes de comenzar, porque había periodistas españoles entre los invitados e iban dispuestos a preguntarle por el asunto de Guantánamo. Dejó a los comensales con las ganas de probar la paella, que era el plato estrella que prepararon. Unas semanas antes, pudimos soltar unas carcajadas tras oírle hablar en italiano. Aznar siempre es motivo de habladurías, y ahí está su única virtud: lo mismo sirve para un suelto que para un breve o un reportaje. Podríamos llamarlo el Chiquito de la Calzada de la política si no fuese porque su intención nunca fue la de hacer reír, sino todo lo contrario.
Pero el guiñol del ex presidente, aunque simpático, en el fondo es lo contrario al individuo al que representa. Nos basta con verlo en la tele, paseando esa arrogancia propia de la vieja derecha: malos modos, declaraciones bordes, estampidas de un restaurante si hay periodistas españoles, sentencias lapidarias que sólo despiden rencores, ideas caducas sobre la Historia y sobre España, y una visión añeja, amén de esas frases que ha soltado recientemente sobre su conocimiento, ahora, de que en Irak no había armas de destrucción masiva. Sabemos de sobra que no habla por su boca, sino por la del jefe americano, igual que los muñecos de los ventrílocuos. A pesar de ser un personaje tan chusco, disfruto con sus intervenciones. Rodríguez Zapatero, en cambio, aunque tiene buenos modales y la cabeza mejor amueblada, es demasiado soso. Le falta la capacidad de generar titulares a la velocidad del tipo al que sucedió. Carece de esa chispa y ese gracejo de Aznar cuando habla en español con acento tejano, en inglés yanqui o en italiano. En YouTube han colgado un vídeo musical en el que mezclan la canción “El antihéroe” de M-Clan con un montaje de las apariciones del guiñol de Aznar, siempre disfrazado de otros personajes: de espía, superhéroe, profesor chiflado, Doctor Maligno, marciano, bebé, torero, Rambo, soldado y hasta de Julieta. Este hombre es un filón para admiradores y detractores.

viernes, febrero 16, 2007

Nuevo trailer de Grindhouse



Ya se puede ver el nuevo trailer de la última locura de Quentin Tarantino y Robert Rodriguez, Grindhouse: aquí.

Para quien no lo sepa, es una película con dos capítulos, Planet Terror y Death Proof, que homenajean a las películas de terror y acción de los programas dobles de los cines de barrio, un tema que conocí muy bien cuando era crío. Conviene visitar la web oficial y buscar en la ficha de IMDb las caras famosas que aparecen en la película, que además incluirá trailers falsos dirigidos por Eli Roth, Edgar Wright y Rob Zombie.


Nota de prensa


Vicente Muñoz me envía esta nota. Copio y pego:

El próximo viernes 16 de febrero, en el CCAN, tendrá lugar la presentación de la antología de microrrelatos *Tripulates. Nuevas Aventuras de Vinalia Trippers*. Este libro celebra el décimo aniversario del fanzine leonés Vinalia Trippers. Para ello, los poetas Vicente Muñoz (León, 1966) y David González (Gijón, 1964), han invitado a casi un centenar de creadores, entre ilustradores, fotógrafos, narradores, cantautores, diseñadores, cineastas y poetas de España y América, a participar en este libro objeto que, por sus características, puede considerarse toda una rareza bibliográfica en el mercado editorial de nuestro país.

Fiel al espíritu de fusión de diferentes lenguajes artísticos que caracterizó al fanzine, Tripulantes es un libro multidisciplinar en el que colaboran ilustradores como Miguel Ángel Martín, Toño Benavides y Mik Baró, cantautores como Nacho Vegas, Kutxi Romero (solista del grupo Marea) y Ángel Petisme, cineastas como Óscar Aibar (Atolladero) y Roxana Popelka (El Columpio), poetas visuales como Antonio Gómez, diseñadores gráficos, fotógrafos, etc.

Entre los más de setenta narradores de la antología destacan nombres como Hernán Migoya (autor de Todas Putas), Salvador Gutiérrez Solís, Ricardo Menéndez Salmón (La Ofensa), Manuel Vilas (Resurrección, Premio Jaime Gil de Biedma), Antonio Orihuela (coordinador de los encuentros Voces del Extremo, de la fundación J.R. Jiménez), Eloy Fernández Porta (coeditor de la antología Golpes. Ficciones de la crueldad social), Manuel Moya, Patxi Irurzun, Rubén Lardín y los leoneses Alberto R. Torices (del Club Leteo), Alfonso Rabanal (coeditor de Vinalia) y Gabriel Oca Fidalgo.

Como colofón, el libro incluye un DVD con un documental dirigido por el realizador leonés Nacho Abad, en el que, mediante entrevistas a los editores de Vinalia y a los protagonistas más destacados de este libro, se desvelan algunas de las claves de la literatura alternativa e independiente española de nuestros días. Con una duración de 23 minutos, el documental fue rodado durante el otoño del 2006 entre León y Asturias, y cuenta con banda sonora de Jesús Rodríguez.

La presentcaión, tras pasar por Madrid y Zaragoza, tendrá lugar en el Club Cultural de Amigos de la Naturaleza (CCAN), el próximo viernes 16 a las 21:30 horas, con entrada libre, en un acto en el que se proyectará el documental Tripulantes, con un concierto del grupo Ciegas con Pistolas, que lidera el percusionista leonés Nilo Gallego. Además contará con las intervenciones del editor de Eclipsados Nacho Escuín, los antólogos Vicente Muñoz y David González, y varios otros autores del libro.

Martes y trece

No desconfío de un martes y trece, pero aquel día fue raro. Nada iba saliendo como esperaba. Un gran amigo me recordó el nombre de Jim Carroll, el poeta que escribió “The Basketball Diaries”, en España traducidos como “Diario de un rebelde”. Desde hace años busco este libro, sin éxito: está agotado. El martes volví a mirarlo en una web que alberga las librerías de viejo. Mi búsqueda tuvo resultados satisfactorios: lo tenían en La Tarde, un pequeño local sito en un pasaje que da a Montera. Salí pitando hacia allí. Cuando se lo pedí al librero, dijo que ya lo había vendido. Imagino que en la web tardan un tiempo en dar de baja los ejemplares vendidos. Me fui de allí con la sensación de haber perdido el tiempo (en esta ciudad, salir un momento a comprar algo puede suponerte una hora en la calle) y me sentí como Indiana Jones cuando, al inicio de “En busca del arca perdida”, Belloq y los obitos le arrebatan el ídolo que acaba de sacar de una gruta surtida de trampas y peligros.
Por la tarde, iba a salir de casa a hacer un recado cuando sonó el móvil. El número que apareció en la pantalla era kilométrico. Cuando respondí, una mujer dijo que era del Círculo de Lectores. Uno de los errores fatales de mi vida fue, años atrás, apuntarme a Círculo y borrarme después. Tienen mis datos personales y, lo que es peor, mi número de móvil y acabo de ser consciente de algo: seguirán llamando para informar de nuevas ofertas y aconsejarme que reconsidere mi suscripción. Llamarán durante años, incluso aunque sea un anciano testarudo. Sólo podré librarme de ellos, supongo, si cambio de número. No importa lo que yo diga, sus comerciales siempre contraatacan. La penúltima vez dije que tenía la casa a rebosar de libros (no es ninguna mentira), y que quería frenar mi ritmo de compra. No funcionó. La mujer me recomendó que tirase a la basura los libros viejos para hacer sitio; y casi cuelgo por esa impertinencia. No basta con soltar un no rotundo: quieren saber las razones. El martes, antes de oír la cháchara, me inventé una historia: dije que todas las editoriales me mandaban sus libros gratis porque trabajaba en un medio de comunicación. No surtió efecto: quiso saber si tenía hijos, me recomendó una tarjeta que incluye ofertas y descuentos, me preguntó si me interesaba la música. Al final, incapaz de quitármela de encima, repetí: “Mire, cada semana me llegan montones de libros. Me los regalan. No necesito comprar. Tengo todas las novedades. Y no me interesa la música”. Su respuesta fue: “Bien, volveremos a llamarle en cuanto tengamos nuevas ofertas”.
Salí irritado. Estas charlas, un tira y afloja, le dejan a uno exhausto. Busqué una tienda de focotopias donde pudieran encuadernarme un par de rimeros de papel. Eran las siete y media y la propietaria de una tienda de material de oficina indicó: “Lo siento. El encuadernador ya no está. Siempre se va a las cinco”. Pensé: Ni que fuera el verdugo, que sólo trabaja a ciertas horas. Harto de buscar, entré en El Corte Inglés, en la sección de fotocopias. Me tocó esperar un buen rato a una cola de tres personas. Al llegar mi turno, el tipo dijo que la máquina estaba medio averiada, pero me rogó que le dejara intentar encuadernar los dos tomos. “Confía en mí”, soltó, como si fuéramos colegas. Acepté: “Vale, pero los quiero con espiral”. Tardó diez minutos. Quizá más. Cuando volvió, comprobé que las había encuadernado con canutillo, y ni siquiera les había puesto tapas de plástico por delante y por detrás. No dije nada y pagué. No quería que tardara media hora en solucionar el desaguisado. No quería tratar con nadie. Al final del día sólo necesitaba refugiarme en casa y olvidar al mundo.