lunes, noviembre 26, 2007

El cercado

En la plaza del barrio han instalado una valla hecha de tablones de colores que forman un cuadrado, muy parecido a esos pequeños corrales para guardar el ganado. El primer día sólo estaba la valla y uno se preguntaba por su finalidad. Sabíamos que acabarían poniendo algo dentro: es obvio decirlo. No podía tratarse de un recinto para que los perros hicieran sus necesidades porque suelen estar hechos de vallas metálicas con alambre, y porque quedaría un poco feo en mitad de una plaza. Esa especie de váteres para los animales suelen estar en los parques. Me imaginé que sería para colocar dentro un parque infantil.
En los días en que estuvo vacío, el cercado ya atraía a los chiquillos. Saben usar la imaginación y, aunque no había mucha diferencia entre ese trozo de plaza rodeado de vallas y el resto de la misma, se metían dentro a jugar y a corretear. No sé lo que se imaginarían, pero andaban pasándoselo en grande allí dentro. Aún no han comprendido que uno debe mantenerse siempre fuera de la valla, y no en su interior. Esos recintos recuerdan al ganado, a los prisioneros de guerra, a todos aquellos que apartan y agrupan. Por las tardes, veíamos a los niños obsesionados con ese espacio que, si para nosotros representa la prisión o la jaula, para ellos acaso simbolice lo raro, lo prohibido, y por tanto la libertad. El lugar en el que no se van a meter sus padres, pero ellos sí. Alguna noche que otra vi dentro a dos o tres adultos. Probablemente fueran los alcohólicos, no me detuve a examinarlos. Conversaban. Como si tal cosa. Quizá, para ellos, también el cuadrado suponía un juego. No vi si tenía algún uso durante las madrugadas de fin de semana, pero no me sorprendería que allí dentro se hubieran celebrado botellones con guitarra y tambor. Estas cosas funcionan así. Pon una valla en una plaza sin nada en su interior y la gente querrá cruzar al otro lado. Pon una puerta en el campo y todos trataremos de franquearla. Pinta una entrada en un muro y desearemos atravesar el muro y cruzar al otro extremo, lo cual sólo existe en nuestra imaginación, en los sueños y en las películas de Harry Potter (no he leído los libros). El ser humano es así. Pero no es tan raro. Nuestras mascotas no son muy diferentes. Hagan la prueba. Todo lo que sea distinto y novedoso las atrae. Si llego a la casa de mi familia en Zamora y deposito un macuto en el suelo, mi gato se obsesiona por colarse dentro. Si le pongo una caja o una bolsa al alcance, prefiere estar en su interior. Pero existe, creo, una diferencia: nosotros lo hacemos por morbo y curiosidad; el gato y demás animales lo hacen por curiosidad y para refugiarse del exterior, probablemente de nosotros mismos.
Un tiempo después instalaron, en efecto, unos cuantos columpios. La clase de columpios coloristas y como de plástico que ahora se llevan en todos los parques, para que los niños no se hagan daño. La escena ha cambiado. Los padres esperan fuera y los niños juegan dentro, como antes, pero ahora hay un par de policías al lado, vigilando. Está bien eso de que los niños tengan más de un guardián para cuando van entre el centeno. Sin embargo, me pregunto por qué lo han hecho. Lo de este parque. Lo de ponerlo en un punto conflictivo en el que siempre hay camellos, borrachos, alcohólicos, desesperados, vagabundos y gente dándose de tortas. ¿Fue porque no había otro espacio disponible en el barrio? ¿O porque un parque con niños que juegan junto a los tipos del lumpen siempre tendrá cerca a la policía, y así el barrio dispone de un par de agentes fijos que controlen el cotarro por las tardes?