Había olvidado a la banda australiana de pop Crowded House. Suele sucederme con grupos de música que escuché mucho a finales de los ochenta y principios de los noventa y que dejé de oír al cambiar a los discos compactos y, por tanto, al renunciar así a escuchar mis viejos discos en vinilo y mis antiguas cintas grabadas. De vez en cuando oigo algún tema de uno de esos grupos y recuerdo que hace años que no lo pongo. Los de Crowded House habían grabado sólo cuatro discos cuando se separaron. Como escriben en un reportaje encontrado estos días en El País, a la banda la marcaron dos despedidas, y ambas por parte de una misma persona, el batería Paul Hester: “Su marcha en 1993 prologó la disolución de la banda. Y su muerte repentina ha propiciado ahora el retorno”. Su disco de regreso se titula “Time on Earth”, y se pueden escuchar algunos temas entrando en la web oficial del grupo.
El domingo por la noche tocaron en la sala La Riviera, de Madrid. Así que fuimos a verlos. El directo estaba programado, al principio, para la Sala Heineken. Pero el gran éxito de venta de entradas hizo que este último sitio se quedara pequeño, y los organizadores cambiaron el concierto para La Riviera, un local con más aforo, y con unas siete barras para atender a la clientela. Todo esto yo no lo sabía cuando entré allí, ya que en mi entrada, posterior al boom de ventas, figura La Riviera. El garito estaba abarrotado. Hasta los topes. Y me sorprendió porque, de algún modo y por su disolución hace tantos años, parecía como si todo el mundo hubiese olvidado a Crowded House. Es probable que su disco más conocido sea “Woodface”, en cuya portada hay una extraña careta de madera. Contiene, por ejemplo, el famoso tema “Weather With You”. Nos perdimos, adrede, a los teloneros. No los conocíamos, y, además, un domingo por la tarde uno suele estar perezoso. Llegamos justo a las nueve y media, hora a la que estaba programada la actuación de Crowded House. Empezaron unos cinco minutos más tarde, o así. Como ponerme entre las primeras filas y soportar los pisotones y codazos de la gente que baila y de los beodos que se transforman en saltamontes es un sacrificio que sólo reservo para los dioses (The Rolling Stones, Bob Dylan y poco más), optamos por subir a una de las barras laterales, encima de una tarima, y ver el concierto desde allí, acodados en la barandilla. En ese lugar no puede haber dos filas de gente, porque los de la segunda no verían un carajo: había, pues, pocas personas y pude escuchar la música sin que me echaran cerveza ni me pisaran las zapatillas.
Desde donde estábamos sólo veía al cantante, Neil Finn, y al bajista, Nick Seymour. El primero ya peina canas, y el segundo va con la cabeza afeitada. Ambos salieron vestidos de traje y corbata. Tocaron alrededor de una hora y cuarenta minutos, y en el repertorio incluyeron un montón de temas nuevos. Aunque el público estaba muy animado, y enfervorizado en unas cuantas ocasiones, con los temas nuevos sucedió lo habitual: que el personal, como no conocía esas canciones, estaba parado. Por suerte ofrecieron sus viejos éxitos, entre ellos el tema que mencioné en el párrafo anterior. No faltaron las canciones que aparecen en la banda sonora de “Reality Bites”. Eché un vistazo al público y me pareció que había dos clases de espectadores: los de mi generación, o sea, quienes vivieron los años de éxito de esta banda, y gente mucho más joven, tal vez motivada por su reaparición y este nuevo disco. Tampoco faltaron temas de culto, como “Distant Sun”, “Four Seasons in One Day”, “Don’t Dream It’s Over” o “Fall at Your Feet”.