domingo, septiembre 09, 2007

Fragmentos y anotaciones

Una clase de libro cuya lectura me satisface de una manera parecida a como lo hicieron las novelas de misterio y aventuras en mi infancia, es el que podríamos denominar libro de notas. De vistazos y anotaciones. No se trata de un diario en sentido estricto, aunque la observación cotidiana y la memoria juegan un papel muy importante, casi diría que definitivo. Tampoco es un prontuario de aforismos, aunque a menudo aparecen en sus páginas las sentencias concisas y explosivas. No es, en absoluto, un tratado filosófico, aunque varios chispazos de filosofía surgen de vez en cuando, aquí y allá. Creo que mi devoción por este género escurridizo y, para mí, difícil de definir, nació a la sombra de la lectura de “Para qué sirven los charcos”, obra de Tomás Sánchez Santiago de la que he hablado hasta la extenuación, y en la que por tanto no voy a insistir, pero que los lectores pueden completar con otro libro de Tomás ya mencionado aquí, “Los pormenores”. Pero demos un ejemplo. Éste, que es breve y tomo del último libro mencionado, y que se titula “Ante el agua”: “Cruzo temprano el puente. Y escucho abajo al agua sonar con estrépito de cascada, cerca de la azuda ya. Estaría cruzando eternamente ese puente. Para seguir oyendo la risa del agua. Para ver las arrugas del río, su dignidad antigua. Y, también, para no llegar nunca a la ciudad”.
Desde entonces trato de hallar, en las librerías, otros textos que reúnan estas características. Hace poco encontré uno que todavía no he leído, pero que de vez en cuando abro al azar para sorber algún fragmento: “En la belleza ajena”, una especie de diario de Adam Zagajewski en el que, sí, caben pequeños ensayos, aforismos y anotaciones sobre lo que el escritor ve en la ciudad. El único problema, si es que esto puede considerarse un problema, es la desigualdad en la extensión de los fragmentos y de las anotaciones de este tomo: al lado de frases de no más de diez o doce palabras conviven reflexiones que ocupan varias páginas. Escojo una breve: “Enfermedades en la infancia; fiebre, labios agrietados y el sabor del té tibio con limón”. En esta clase de libros no se desdeña el apunte onírico, el recuerdo de un tiempo feliz, la observación de lo que pone en los carteles de los comercios y de los muros.
La otra tarde iba buscando por las librerías un par de novedades. No las habían recibido aún, así que me entretuve en echar un vistazo a otros títulos. Me dio por acercarme a la sección de filosofía, y allí encontré (aunque no creo que “filosofía” pueda definirlo por completo) un libro titulado “Cool Memories”. Su autor era el filósofo Jean Baudrillard, de quien había oído hablar mucho pero a quien, de momento, no me había dado por leer: me interesó la filosofía en el instituto; ahora me interesa menos o prefiero otros géneros literarios. Llamó mi atención el título en inglés. Lo abrí. La revelación y la sorpresa se produjeron. Porque era exactamente la clase de libro de notas que yo andaba buscando. En la contraportada hay varias críticas. Una de ellas reza así: “Un enjambre espléndido de fragmentos, de confesiones, de nostalgias rigurosas, de sueños registrados desde el primer día del resto de su vida”. Luego he sabido que este diario abarca cinco años, en los ochenta; y que su autor escribió cuatro tomos más, que permanecen inéditos en España. Espero que Anagrama traduzca y publique el resto. He leído fragmentos al azar y topo con cosas como ésta: “La gloria junto al pueblo, a eso debemos aspirar. No encontrarás nada tan valioso como la mirada perdida de la charcutera que te ha visto en la televisión”.