Leo el reportaje sobre una librería madrileña cuyos dueños iban a cerrar, pero entonces veinte clientes (y lectores) se hicieron socios para impedir el cierre. Es un gesto único, de los que se extinguen. Más abajo, una clienta dice: “Cuando mis hijos me piden dinero para libros nunca les digo que no”. Qué suerte, esos hijos. Cuando, siendo adolescente, le pedía dinero a mi padre para comprarme una novela, me respondía siempre: “Vete a la biblioteca y la coges allí”. Jamás subvencionó un solo libro de los mil seiscientos y pico que cobija mi biblioteca. Jamás.
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