Es muy engorroso sufrir chaperones y visitas de técnicos y de obreros. La vecina de abajo avisa: hay una gotera en su ducha y no sabe si el problema es suyo o nuestro. En efecto: soporta una mancha de humedad que ha socavado el techo, dejándole un agujero del tamaño de un plato. El primer tipo que viene es el del seguro de nuestro piso. Justo el día antes de su visita, en una de las habitaciones junto al cuarto de baño aparece un poco de humedad. El hombre hace pruebas y observa. Mira la ducha y, sin dar tiempo a que uno proteste, se mete dentro con los zapatones. Lo deja todo sucio. Huellas de suela allá donde yo pondré los pies descalzos. Inspecciona. Baja a casa de la vecina, vuelve, me pide que abra el grifo durante unos minutos, se va. Regresa, me pide que abra otro grifo y baja. Vuelve y tira de la cadena. Cree que el problema no está en este piso, sino que lo tiene la vecina u otro inquilino. Días después mandan a un técnico del seguro de la vecina de abajo. Mira, olfatea, toca las paredes, husmea. Estos hombres son como detectives, pero detectives de averías caseras. Incluso toma unas notas. Pero, en vez de gabardina y sombrero, visten mono y gorra. Asegura que el problema no es de este piso ni tampoco de la vecina. Ahora falta por llegar el técnico del seguro de la comunidad, que se dedicará a llamar a todas las puertas de los vecinos que vivan por encima de la señora, hasta descubrir el origen de las goteras. Pasados unos días aparece, en otra de las habitaciones, una mancha de humedad gigante. Quiere decirse que todos vienen, miran y se van y nadie aporta soluciones.
Llegan otros dos hombres a arreglar dos aparatos que deberían funcionar. Han tardado en venir año y medio. Siempre decían lo mismo: “Sí, mañana vamos”. Y nunca venían. Se presentan con sus máquinas, meten algo de ruido, se pasan dos o tres horas o más solucionando el problema. Se van. Ese mismo día, por la tarde, uno de los aparatos empieza a soltar humedad. La humedad es la gran asesina de los edificios: ablanda las paredes y los ladrillos, se come las vigas, pudre la madera, rompe los techos, te deja todo patas arriba. Así es la humedad, como un cáncer de las casas. Tardan unos cuantos días en regresar, después del nuevo aviso. Pasan conmigo media mañana. Poco después de presentarse, uno de ellos me pide permiso para picar y romper un trozo de pared, porque es la única manera de encontrar esa humedad del aparato (no confundir con las otras humedades, que afectan a la vecina de abajo). Golpes, trozos de yeso que caen al suelo y ya tenemos un agujero que deja ver las tripas del aparato de aire. Me explica lo sucedido: cuando cubrieron las paredes, los ñapas rompieron un tubo y lo arreglaron a su manera, o sea, mal. Tiene que ir a buscar una arandela para repararlo. Regresa con la arandela. Pero el agua sigue mojándolo todo. No se lo explica.
Finalmente, tras sus pesquisas de detective de los nudos interiores del edificio, dice: “Quienes instalaron esto colocaron hacia arriba la goma por la que sale el agua. El agua no fluye, no puede subir, así que se atasca, regresa por el tubo y se desborda”. Llama a su superior y éste ordena que haga un apaño provisional. Pero se niega: dice que, de hacerlo así, jamás se arreglará el problema. Que deben abrir la pared y colocar bien el tubo. Por fin un hombre que no es chapucero. También me pide una escoba y un cogedor y recoge los pedazos de pared rota. Se van: ya volverán. Me huelo, a tenor de sus explicaciones, que los subcontratados que hicieron las reparaciones del piso eran los mismísimos Pepe Gotera y Otilio. Esto es una telenovela: no acaba.