viernes, mayo 04, 2007

Windows on the World, de Frédéric Beigbeder


Me gusta este tipo, Beigbeder. Admito que es, básicamente, un escritor de eslóganes, y ahí está su antiguo trabajo de creativo de publicidad para demostrarlo. Pero me entretiene, suelta frases como cañonazos y su tradición es la americana: el cine, la música, la literatura norteamericanas, como afirma en uno de los capítulos iniciales del libro. Beigbeder tiene la habilidad de lograr ser profundo sin ser un coñazo.
En Windows on the World nos ofrece una doble mirada sobre el 11-S. Un norteamericano, padre de dos muchachos, desayuna con ellos en el restaurante de la Torre Norte de Nueva York, cuando impacta el primer avión. Como el protagonista de American Beauty, él ya está muerto, y puede contarnos lo que le sucedió desde el más allá. En París, el autor, Beigbeder, reflexiona sobre Francia y Estados Unidos, sobre el amor, la vida, la muerte, la escritura y la responsabilidad. Hasta que decide viajar a NY y visitar la Zona Cero. Cada capítulo lleva el nombre de un minuto: El infierno dura una hora y cuarenta y cinco minutos, este libro también. Con la primera frase ya entra al trapo: Ya conocen el final: todo el mundo muere. El autor, que ama París y Nueva York, y también las odia un poco, nos demuestra que el personaje que desayuna en la Torre Norte, y cuya peripecia vamos a seguir, es ficticio. Así entramos en un juego en el que se unen realidad y ficción. El final es modélico: el narrador prefiere ahorrarse descripciones de las agonías porque, dice, es más espantoso que los lectores las imaginen. Lo que queda de cada hombre, agonizando en el World Trade Center o emborrachándose en un pub, al final siempre es, cuando se acerca la muerte, la necesidad de amor y de haber sido mejor persona.