lunes, mayo 07, 2007

La ventana alta, de Raymond Chandler


Desde hace unos años leo las novelas de Chandler-Marlowe en orden cronológico. Tras degustar El sueño eterno y Adiós, muñeca (de momento, esta última me parece su obra maestra), he leído en los dos viajes de avión de este fin de semana la tercera, La ventana alta. Necesitaba distraerme, ya que odio volar. Y no hay nada como leerse una novela negra, sobre todo si es de Chandler, o de Hammett, o de Thompson, o de Ellroy, o de Charyn, o de Leonard...
Es cierto que La ventana alta no está a la altura de su precedente, Adiós, muñeca, pero funciona porque ahí están la ironía de Marlowe, su desencanto frente al mundo, las descripciones exhaustivas y siempre precisas del narrador y, sobre todo, ese mundillo de mujeres fatales, mafiosos y detectives, con unos diálogos magistrales que uno relee con deleite. En esta ocasión, Philip Marlowe es contratado para buscar una moneda robada, lo cual es sólo el hilo de un ovillo de engaños y chantajes que tendrá que resolver.
Anoto algunos diálogos para que los disfruten:
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Marlowe y el hijo de su cliente:
-¿Es usted Marlowe?
Asentí.
-Estoy un poco decepcionado -dijo-. Esperaba ver a alguien con las uñas sucias.
-Pase -dije-, y podrá hacerse el gracioso sentado.
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Marlowe y un camarero borde:
-¿Cómo se llama usted?
-Marlowe.
-Marlowe. ¿Tomará algo mientras espera?
-Con un martini seco me apaño.
-Un martini. Seco. Muuuy, muuuy seco.
-Eso es.
-¿Se lo comerá con cuchara o con cuchillo y tenedor?
-Córtelo en tiras -dije-. Le iré dando bocaditos.
-Camino del cole -dijo-. ¿Le pongo la aceituna en una bolsa?
-Tóqueme las narices con ella -dije-. Si con eso se siente mejor.
-Gracias, señor -dijo él-. Un martini seco.
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Marlowe y su cliente, una señora agria:
Entonces se le endureció el rostro y apretó con fuerza los labios. Hablando entre dientes, dijo:
-No me gusta su tono. No me gusta nada su tono.
-No se lo reprocho -dije-. A mí tampoco me gusta. Nada me gusta. No me gusta esta casa, ni usted, ni la atmósfera de represión que tiene este antro, ni la cara consumida de esa chiquilla, ni ese mequetrefe de hijo que tiene usted, ni este caso, ni la verdad que no me cuentan y las mentiras que me cuentan, ni...
Entonces empezó a chillar, un ruido que salía de una cara emborronada por la furia, con los ojos saltándosele de rabia, afilados por el odio.
-¡Fuera! ¡Salga inmediatamente de esta casa! ¡No se quede ni un instante más! ¡ Fuera!
Me levanté, recogí el sombrero de la alfombra y dije:
-Con mucho gusto.