Tuve la suerte de ver, hace años y con motivo de su reestreno en mi ciudad, The Lost Weekend en pantalla grande. Recuerdo que me cautivó. En España la titularon Días sin huella, sumaba unas cuantas nominaciones y ganó cuatro Oscar (película, director, actor, guión). A pesar del cartel de la izquierda, la película está rodada en un maravilloso blanco y negro. Pertenece a la etapa oscura de Billy Wilder y es, sin duda, una auténtica obra maestra.
Antes de Leaving Las Vegas y de Barfly y de Días de vino y rosas, The Lost Weekend analizó (como ninguna otra lo ha hecho) las consecuencias del alcoholismo. Es un devastador retrato de un escritor alcohólico, a quien interpreta un Ray Milland roto, enfermo y desastrado, en el mejor papel de su carrera.
Después de aquel reestreno en cine, la pasaron en televisión y me grabé una copia. Como no estaba en dvd, hace poco la descargué de internet. Este fin de semana volví a verla, y esta tarde iré a comprarme la edición en dvd, que salió a la venta hace unos pocos meses. No ha perdido vigencia y cuantas más veces la veo, más me gusta.
The Lost Weekend, como su título indica, cuenta el fin de semana de un escritor alcoholizado, Don Birnam (Milland), quien, pese a los esfuerzos de su novia, de su hermano e incluso de su barman, no logra salir del infierno en el que se ha metido. Lo único que importa es la botella. Para procurarse siempre el trago, Birnam esconde las botellas en los rincones más insospechados de la casa, es capaz de empeñar cualquier objeto de valor para procurarse unos dólares e ir al bar, capaz de suplicar por un chupito, de mentir y de robar.
Una de las escenas más dolorosas es cuando, atrapado por la necesidad de beber, coge su máquina de escribir y recorre las calles en busca de una casa de empeño. O aquella otra en la que despierta en un hospital, rodeado de locos y de enfermos. En el YouTube alguien ha colgado algunas de las escenas más impactantes: el primer trago de la película, la explicación a su barman de su sentimiento de grandeza al beber, la compra de un par de botellas, la súplica por un sorbo o la noche en que es acosado por las alucinaciones del delirium tremens. Sugiero no perdérselas, son muy cortas.
Wilder nos ofrece un retrato descarnado, el de un hombre que cae en el alcohol una y otra vez, un hombre que no ve para sí mismo un futuro y que cuenta en la barra del bar algunos pasajes de su pasado. Los diálogos son una delicia, y la música que compuso Miklós Rózsa contiene algunas alusiones al suspense y al fantástico cuando la cámara enfoca los vasos, los círculos viciosos que estos dejan en la barra o las pesadillas reales.
Dos días después de volver a verla, busqué el libro en el que está basada. Lo escribió Charles Jackson y creo que es autobiográfico. Por fin lo encontré en una librería de viejo, próxima al Retiro. Por doce euros conseguí este ejemplar cuya portada veis a la izquierda. Es una edición argentina del año 46. Otra joya.
Si alguien no ha visto esta película, debería saber que es de visión obligatoria.