James Blunt. Dicen de él que escribió una de las letras de su famoso disco en un cuartel de Kosovo, durante la guerra, cuando aún era oficial de las tropas británicas. Entró en el ejército por tradición familiar y porque su padre, un viejo coronel, le empujó a hacerlo. Dicen de él que, cuando comandaba a un batallón en la contienda, ya sabía tocar el piano y la guitarra. El instrumento acabó cansando a sus colegas de "fregao", lo mismo que le había granjeado problemas en sus tiempos de estudiante. Los profesores lo definieron como un tipo que armaba mucho jaleo con la guitarra en los pasillos. Un buen día colgó el fusil para siempre y tomó la guitarra para los restos. A su padre no le debió hacer gracia que dejara un trabajo fijo y se embarcara en el inestable y cenagoso mundo de la música. Al dejar el ejército llevaba consigo algunas maquetas. Un año después, gracias a su productora, grabó las once canciones que componen "Back to Bedlam" (su único álbum oficial, de estudio). Lo demás ya lo conocemos: el single "You´re Beautiful" fue uno de los más vendidos y escuchados del año anterior. El ex soldado y ahora cantante estuvo en Madrid el jueves, y fui a ver su directo.
El problema de James Blunt, supongo, es que se ha convertido de la noche a la mañana en uno de esos artistas que corren el riesgo de ser devorados por su éxito. Un amigo me dijo que se trataba del típico jeta que ha compuesto una buena canción y vive de las rentas. No es cierto. Si uno escucha el álbum entero, dejándose llevar por la música, averiguará que los diez restantes temas son mejores que su exitazo. Pero impera el mercado, no el artista. Por eso aprovechan a exprimir ese éxito mientras él prepara un segundo disco. Antes de "Beautiful" salieron un par de singles de menor repercusión. El problema es que la gente sólo ha oído una canción en la radio y en los bares. Hay que oír las demás para juzgar. Y el otro problema: esa noche también actuaba Shakira en la ciudad. Ambos problemas, sumados, posiblemente fueran la causa de la escasez de público que poblaba el interior del recinto ferial del Madrid Arena. Un público, no obstante, muy animado: coreando las canciones, dando palmas y tal. Mayoritariamente femenino, muy joven y algo pijo. No encontré ni rastro de la golfería vista en los conciertos de Red Hot Chili Peppers o Guns N´ Roses. No había botellas ni vasos en el suelo, ni dentro ni fuera del recinto, no se oyó a nadie insultar a los músicos ni la gente se caía al perder el equilibrio ni se bañaban la espalda y el gaznate en cerveza. Es, creo, el directo en el que físicamente más relajado me he sentido: sin sudar la camiseta, sin que me empujaran los bailarines y los beodos, sin problemas en el campo de visión, sin agobios ni codazos. Pero emocionalmente se me hizo raro: asistir a un concierto de pop con poco público es como ver una comedia en un cine vacío o entrar a un espectacular teatro en el que no hay un alma.
Resumamos la actuación. Todo era sobrio allí: el escenario, la puesta en escena, la ropa de andar por casa de los músicos. Apenas algunos focos y una pantalla en la que podíamos ver el logotipo de la banda y vídeos musicales. Tocaron una hora y cuarto, que es justo lo que sospechaba que iban a durar. Con un único disco en la maleta no se puede hacer más. Blunt fue simpático en todo momento, chapurreó varias frases en español ("Utiliza condones", entre ellas), no se mostró como un divo enfurecido al ver poquita gente. Su voz resulta magnífica y el sonido era impecable, no distorsionaba, no dio problemas. Incluso ofreció un tema nuevo y una versión del "Where is my Mind?" de Pixies. Muy bien, ya digo. Pero mis gustos son más canallas.