Esta breve novela se hizo famosa por la adaptación al cine que hizo René Clément, y que no recuerdo haber visto. La Segunda Guerra Mundial vista desde otra óptica: la de dos niños en una granja y cómo el mundo de violencia y las decisiones extrañas de los adultos condiciona sus juegos, que nada tienen que ver con el sexo (contrariamente a lo que el título podría sugerir). La infancia durante la guerra, como digo, vista desde su perspectiva: ese territorio que no entienden y que van a vulnerar con sus propias reglas desde la inocencia. Éste es su inicio:
La columna de gente reanudó su marcha a duras penas. Parecía una larga lombriz: la cabeza avanzaba, la cola se detenía, la cola avanzaba, la cola se detenía. Paulette, tumbada en el suelo, levantó la cabeza y de repente vio pies, pies y más pies, piernas y más piernas.
Se puso en pie, siguió andando y, distraídamente, intentó identificar los pies de su padre, pues en aquel momento ya era imposible reconocer a nadie por los zapatos: todo el mundo, o casi todo, caminaba descalzo. Aquí y allá había zapatos y zuecos llenos de agujeros, pero estaban inertes y vacíos.
Paulette examinó todos aquellos pies sangrantes. Vio sangre rosa, sangre malva, sangre amarillenta, sangre sucia y azulada; sangre rojo amapola, rojo frambuesa, rojo cereza, rojo grosella, rojo tomate, rojo fresa. Se mordió fieramente el índice, solo para ver qué ocurría. Apenas dos pequeñas marcas, ínfimas, violáceas.
-Rojo sangre –dijo sin convicción.
Un torbellino la arrastró hacia el arcén.
[Muñeca Infinita. Traducción de Vanesa García Cazorla]