Andaba por ahí con una pandilla y estaba muerta de miedo. Formábamos parte de la banda de LOS ESCORPIONES.
Papá ya no me quería. Y ya está.
Andaba desesperada buscando el amor que me había robado.
Mis amigos eran como yo. Estaban desesperados, eran producto de familias destrozadas, de la pobreza, y estaban dispuestos a cualquier cosa con tal de escapar de la miseria.
A pesar de las restricciones escolares, hacíamos exactamente lo que nos daba la gana y así se estaba bien. Nos emborrachábamos. Nos drogábamos. Jodíamos. Nos hacíamos el mayor daño sexual que podíamos. El speed, la sobrecarga afectiva, y el dolor aturdían de vez en cuando nuestros cerebros. Demenciaban nuestros aparatos perceptivos.
Sabíamos que no podíamos cambiar la mierda en la que vivíamos, de modo que tratábamos de cambiarnos a nosotros mismos.
Yo me odiaba a mí misma. Hacía lo posible por hacerme daño.
No recuerdo con quién jodí la primera vez que jodí, pero no debía de saber nada sobre el control de natalidad porque me quedé preñada. Recuerdo mi aborto. Ciento noventa dólares.
[Traducción de Antonio Mauri]