martes, enero 18, 2011

Diarios de bicicleta, de David Byrne


Durante sus giras por varios países, el músico David Byrne se toma siempre un respiro: coge su bicicleta y recorre a solas las calles, los cafés y las exposiciones. De ahí se desprende el germen de este libro, estos diarios que insertan fotografías y que contienen su parte de ensayo, porque Byrne analiza la situación política de las ciudades, así como comenta su infraestructura, habla de sus museos o de las condiciones para el ciclista. Algunas ciudades norteamericanas en las que siempre tropieza con lo insólito, y ciudades tan distintas entre sí como Berlín, Estambul, Buenos Aires o Londres. El de viajes es uno de mis géneros favoritos. En su visita al edificio donde estuvo la Stasi, la policía de la RDA, esto es lo que Byrne cuenta:

Tal como es hoy día, el museo es rudimentario. En una planta de antiguas oficinas se muestran extravagantes aparatos de espionaje: cámaras ocultas en troncos, en grandes botones de abrigo o en rocas falsas. También hay una casita para pájaros… un tanto obvio, creo yo.
Quizá la intención era no esconder demasiado bien todos esos aparatos de vigilancia. Quizá se consideraba más importante hacer que la gente supiera que estaba siendo observada y escuchada, en lugar de crear simples sospechas sobre espionaje generalizado. Una cámara tan flagrante confirmaría los rumores. Si no eres consciente de estar siendo observado, si no te lo demuestran de vez en cuando para que vivas atemorizado, entonces, ¿qué sentido tiene? La mejor vigilancia es hacer que todo el mundo sospeche que está siendo permanentemente observado. Así el gobierno no tiene ni siquiera que controlar las cámaras, basta con que la gente crea que alguien puede estar vigilando. En algunos edificios de Estados Unidos se instalan cámaras de vigilancia falsas, para ahuyentar a los malhechores. Por supuesto, en el cuartel general de la Stasi no todo eran aparatos de vigilancia graciosos, no todo era tecnología caduca del tipo que hoy día nos hace sonreír. El resultado eran vidas arruinadas, devastadas, destruidas; la más mínima sospecha acababa con la carrera de uno. Se encarcelaba y se torturaba a la gente sin una razón determinada (¿a qué me suena esto?), y se aplicaba una gran censura a la información y a la cultura. Y, en el Este, tampoco se comía demasiado bien.


[Traducción de Marc Viaplana]