martes, octubre 05, 2010

Ya a la venta: Amor malo y feroz


Recibí por correo una carta junto al manuscrito de una de mis novelas como respuesta de un agente literario de Nueva York. Leí la carta mientras bebía una cerveza y fumaba un cigarrillo. Decía (junto con “Estimado Sr. Barlow”):

Le devolvemos su novela no porque no sea publicable, sino porque el mercado hoy día no se encuentra receptivo a novelas sobre transportistas de madera borrachos, sobre paletos y sobre la caza del ciervo. Nuestros comentarios se refieren a su potencial comercialización más que a su publicabilidad, y aunque en ocasiones su novela sea divertidísima, esté extremadamente bien escrita y tenga una trama excelente, personajes reales, diálogos refrescantes, bellas descripciones y ningún error tipográfico, no tenemos plena confianza en que pudiéramos encontrarle su ubicación en el mercado. Nos encantaría, sin embargo, leer cualquier otra cosa que haya escrito o que vaya a escribir en el futuro.

Lo firmaba algún gilipollas. No leí su nombre. Enrollé una hoja de papel en la máquina de escribir y tecleé mi propia carta. Decía:

Usted, señor, es un ignorante. ¿Cómo cojones sabe que no se va a vender si no intenta venderla? ¿Y cree que puedo sacarme otra del culo en cinco minutos? Estuve trabajando en esa cabrona durante dos años. ¿Tiene idea de lo hecho polvo que se queda uno después de terminarla? Le gusta hacer de Dios con la gente, ¿es eso? Retuvo mi manuscrito durante tres meses y ni siquiera lo hizo circular por ahí. Y aquí he estado yo todo este tiempo creyendo que quizá había alguien pensando en comprarlo. Ojalá estuviera usted aquí en mi casa. Le daría una paliza del copón. Le llenaría el culo de barro y se lo patearía hasta secarlo. Cabrón de mierda. Espero que se quede sin trabajo. De todos modos lo hace de puta pena. Espero que su mujer le pegue la gonorrea. Ojalá tuviera yo su trabajo y usted el mío. ¿Qué le parece pintar casas con treinta y ocho grados de temperatura? Le aseguro que no tiene ni pizca de gracia. Espero que de camino a casa lo atropelle un taxi. Y que después se muera tras un mes de dolores atroces.

Hice subir la carta por el rodillo y la leí. Me pareció que era bastante buena. Expresaba justo lo que sentía. Me hizo sentirme mucho mejor. La leí dos veces y luego la saqué de la máquina, la rompí y la tiré. Después me puse a trabajar en un relato.



Larry Brown, Amor malo y feroz