martes, agosto 04, 2009

Dos comportamientos

Titular de El Mundo: “17 muertos en la carretera en el fin de semana de la Operación Salida”. Esa es una de las razones por las que no salí de Madrid el último fin de semana. Detesto viajar en esas fechas en las que media España sale de vacaciones y la otra media vuelve a casa. Cada vez que estoy en la carretera no dejo de asombrarme con el comportamiento de muchos conductores (y me refiero a ellos, no a ellas): parece que a unos cuantos les han regalado el carnet de conducir en una tómbola.
El último fin de semana que viajamos a Zamora vimos un comportamiento que en el pasado he visto en otros conductores. Ella acababa de adelantar a un señor que iba en su coche y, justo al pasarlo, éste aceleró y volvió a adelantarnos. Me dijo que no lo entendía: que por qué razón la adelantaba un fulano inmediatamente después de ser adelantado. Yo lo intuí porque, como digo, en el pasado he ido de copiloto junto a uno o dos conductores que hacían esto que voy a relatar; y porque soy observador. Es un comportamiento propio de quienes a veces van de machos por la vida. Se me ocurren dos razones para saber por qué, cuando adelantas a alguien, de repente pisa el acelerador y se resiste a que completes la operación. La primera razón es porque el conductor que acaban de dejar atrás se pica al comprobar que le ha adelantado un coche de menos caballos, con menor potencia que el suyo; que le ha rebasado alguien que conduce un vehículo más barato y que corre menos. Por supuesto, el individuo en cuestión no se puede permitir esa afrenta. Porque para él es una afrenta. Es como cuando el feo de la clase se liga a la más bella antes que el más guapo: éste último no puede soportarlo y además no lo entiende. Entonces pisa el acelerador y tal vez diga en voz alta: “Te vas a enterar”. Y lo adelanta en un periquete y quizá luego lo mire, justo cuando están a la misma altura, con un gesto de superioridad. Viene a ser algo del estilo a: “Yo la tengo más larga que tú, amigo”, sólo que lo está demostrando con su coche de más potencia y con su nivel adquisitivo, superior al del otro. No descubro la pólvora si digo que, para unos cuantos hombres, su vehículo es como su miembro. La segunda razón para esos adelantamientos suicidas y sin motivo aparente se da cuando (como el otro día cuando viajábamos a Zamora) una mujer adelanta a un hombre. Algunos no son capaces de soportarlo. Van despacio por la carretera y entonces los pasa otro coche. Y miran y descubren con estupor que quien les está adelantando es una fémina. Y tampoco pueden permitírselo. Por eso aceleran y tienen que ganar “la carrera”, pues para ellos es una carrera. La carrera entre los hombres y las mujeres, que pasa de la competencia laboral a la rivalidad en el asfalto. A veces quien adelanta reúne los dos requisitos: su coche es menos potente y además es una mujer. Y ahí ya se ha liado.
Son dos clases de comportamiento. Pero hay más, desde luego. Sé que quizá a algunas personas, acostumbradas a viajar en autobús o en tren, les cueste creerlo. Pero sólo hay que fijarse. A algunos hombres se les desencaja la cara cuando las mujeres les adelantan. No dan crédito. No pueden soportarlo. Luego vienen los accidentes. En el pasado, hace muchos años, viajé con un par de personas que incluso lo comentaban al volante: “A mí no me adelanta una tía”, etcétera. Resulta bastante lamentable. En realidad no debería sorprendernos la mala educación en carretera: la mitad de la población está mal educada, sólo hay que verlo en el metro, en la cola de la pescadería o en el teatro. Si son maleducados como ciudadanos, ¿cómo íbamos a esperar que estuvieran bien educados como conductores?