martes, julio 07, 2009

Londres

Hubiera deseado quedar allí por siempre.
Encontrar una obligación menor
que me diera, sin penas,
el justo dinero para vivir.
No regresar a España nunca más,
y vivir anónimo
como un rey en su inventado sueño de destierro.
Asistir a la ópera, bajo aquellos oscuros
corredores del metro.
Y saber para siempre que ningún rostro humano
me sería penosamente familiar.
Y perder la conciencia de la lengua
y con ella, tal en sutil venganza,
la de la poesía.
No escribir más, no tener amigos,
y cuidar raramente
de mi plácido y sobrio, noble jardín inglés,
vigilar mi casa y ocupar mi tiempo
en el libre y claro amor a mí mismo.
Alcanzar una honorable vejez,
después de muchos años,
y la dulce pérdida de mi estirpe,
mi nombre y mi memoria en umbroso rincón
de cualquier cementerio londinense,
allí donde jamás me encontrase el destino
que me consume y dar esquinazo al tiempo,
a dios, al diablo y a la humanidad entera.




Manuel Vilas, El nadador (Poesía, 1988 – 2002)