martes, junio 09, 2009

Nubarrones

Es domingo. Día de elecciones europeas. Me levanto a las ocho de la mañana, tras haber dormido unas cinco horas o quizá algo menos. La noche anterior se celebró un recital poético y colectivo en Lavapiés y la cosa se alargó hasta las tantas; me retiré con prudencia, antes de lo que me hubiera gustado, para planchar la oreja durante unas horas. El caso es que me levanto de un sopor subido, como si dijéramos. Nos espera un viaje a Zamora con el único propósito de votar. ¿Por qué no voté por correo? Buena pregunta, amigo. Porque pensaba pasar ese fin de semana en mi tierra, donde hubiera saludado a unos cuantos amigos escritores y poetas que participaron en la Feria del Libro, pero a última hora me liaron para enrolarme en un festival de poesía en el Bar Tapas y Fotos. De modo que toca hacer un viaje relámpago a nuestra tierra.
Es una mañana tranquila en las carreteras. Con pocos coches alrededor. Así, incluso el trayecto es agradable. En una parada para repostar entro en un autoservicio. Veo el típico cajón lleno de películas baratas. Y, sorpresa, encuentro por tres euros y pico dos filmes que no son los mejores de Al Pacino, pero merecen la pena sólo por verlo a él: “Melodía de seducción” y “Un domingo cualquiera”. También descubro dos packs: uno, con tres cintas de Chuck Norris; otro, con otras tres de Charles Bronson. Me recuerdo a mí mismo, de crío, viendo sus películas de acción. Fueron dos de mis ídolos. Bronson aún lo es por algunos títulos iniciales de su filmografía. El viaje continúa. Llegamos a media mañana. Se hace raro no tener equipaje en el asiento de atrás. Se hace raro llegar allí y saber que uno va a marcharse unas horas después, sin pasar la noche en la casa familiar. Voy a votar. Me toca en el colegio donde estudié de pequeño. No me gusta volver a ese edificio: me devuelve a un tiempo de ceros tan grandes como norias, de castigos, de tirones de patillas, de algún pescozón de añadidura, de residuos franquistas. Por fortuna, en los últimos años tuvimos dos o tres maestros a los que podemos recordar con agrado. Me fijo en el suelo del patio de recreo. Ahora está hecho de baldosas. Cuando yo era un crío, el suelo del recreo era de grava. Las caídas (siempre nos caíamos durante el juego, las broncas y las correrías) eran brutales: la grava se metía en las heridas y se nos despellejaban los codos y las rodillas tras tropezar. Para que veas cómo cambian las cosas. Cambian para mejor. Hubiera preferido caerme sobre estas baldosas y no sobre la grava.
En Zamora siempre pasa lo mismo: sales a dar una vuelta a la manzana y te encuentras con gente conocida. Es una ventaja que me viene bien, porque así estoy un rato con familiares, con amigos, con poetas. También veo unos minutos a mi gato. Me pregunto qué pensará de todo esto, de cuando aparezco y desaparezco y no vuelvo hasta dentro de unas semanas o de cuando paso por la ciudad dos fines de semana seguidos. Me pregunto entonces: ¿quién sufre más durante nuestras ausencias: la madre de uno o la mascota de uno? Porque las madres saben cuándo nos vamos y cuándo volvemos. En cambio, para los gatos y los perros es un enigma. Pasamos la tarde en familia. Mi familia secundaria. El cielo está negro en mi tierra y amenaza lluvia. Me gusta ese tiempo. Aunque tal vez fuera una metáfora y yo no me di cuenta porque en el viaje de regreso, casi ya de noche, escuchando la radio, dicen que la extrema derecha y el centro derecha resurgen con fuerza en Europa. Es como ver, proyectada sobre un trozo de césped, la sombra alargada de un paredón, de un ciprés, de una lápida, de una guadaña, de unas tijeras.