En un artículo de opinión, incluido en la web de la Asociación de Internautas, Jorge Marsá escribe al respecto de Spotify, el programa sueco de música vía streaming: “Un modelo que, además, acabará con buena parte de las descargas de música, porque resulta mucho más cómodo escucharla en Spotify que andar bajándose los archivos”. Estoy de acuerdo. Sobre esta aplicación ha escrito algunas veces Félix Romeo (resulta imprescindible la lectura de su libro “Amarillo”) en sus columnas. En su último texto para un suplemento cultural habló de cómo utiliza Spotify para rastrear las grabaciones de las voces de varios escritores leyendo fragmentos de sus libros o recitando sus poemas: caso de Allen Ginsberg, Jean Cocteau, Jack Kerouac o William S. Burroughs. Semanas atrás traté de acceder al programa, sin éxito, ya que el registro gratuito requiere de una invitación de otro usuario. Unos días después encontré una manera de entrar en el programa sin invitaciones. Basta con poner nuestros datos personales y un correo electrónico para acceder y descargarse el programa, que ocupa muy poco: dos megas y pico. Y a disfrutar.
Acostumbro a utilizar la radio on line de iTunes (no conozco Last.fm), pero la diferencia de aquel con Spotify es notable: en este último, además de la posibilidad de oír los diversos canales de radio, puede uno buscar los temas que se le antojen y escucharlos de manera seguida o aleatoria. Un ejemplo: en la opción de búsquedas puse “Elvis” y luego pulsé el Play para escuchar temas de Elvis Presley (y versiones de sus temas) hasta el hartazgo. El programa incluye otra ventaja, consistente en Listas de Reproducción. Algunos internautas no sólo elaboran las suyas, sino que los demás podemos acceder a ellas si las cuelgan en la red. Otro ejemplo: mientras escribo estas líneas, disfruto de una de las listas elaboradas por la revista “Rolling Stone”, un “Top 500” que incluye canciones de David Bowie, Thin Lizzy, Ramones, Neil Young, The Rolling Stones, Bob Dylan, Queen o The Doors. La ventaja es que también encuentro temas que no conocía, de otros músicos algo menos célebres. Aparte de estas canciones podemos acceder a entrevistas con músicos y escritores. Este tipo de programas reducen las descargas. Y las reducirán más en el futuro. Porque al fin y al cabo muchos sólo escuchamos música cuando estamos sentados ante el ordenador. Y para eso no es mala opción utilizar esta herramienta.
El caso es que, en la red, cada poco tiempo nos sirven un juguete nuevo y estamos encantados de utilizarlo. Siempre se pregunta uno: “Pero, ¿cómo no se me ocurrió a mí?”, al ver la cantidad de personas que se convierten en millonarias (algunas muy jóvenes) con los diversos inventos de internet, tales como Google o Facebook. Por supuesto, habrá algunas personas retrógradas, generalmente intelectuales, que prefieran seguir oyendo música en el casete o en la vieja gramola del abuelo. Me refiero a esa gente reacia a los cambios tecnológicos, furiosa con el correo electrónico, con el chat o con las redes de intercambio de archivos. Me hacen gracia quienes arremeten contra esta clase de adelantos pero no renuncian a la luz eléctrica, al combustible, a la televisión por cable o al coche para viajar. Quizá, si por ellos fuera, aún estaríamos alumbrándonos con velas y moviéndonos por ahí en carromato. El hombre debe adaptarse a los avances tecnológicos (en algunos casos, incluso resignarse), como apuntaba Mario Crespo el otro día en este periódico.