La conversación más repetida de las últimas semanas ha girado en torno a la última obra maestra de Clint Eastwood, “Gran Torino” (la penúltima fue “El intercambio”, y ambas merecían los Oscar a los que no fueron nominadas). De “Gran Torino” he hablado con mucha gente en Zamora: amigos, familiares, conocidos. Hay respecto a esta película una inusual unanimidad: le gusta a todo el mundo, salvo a los que van de modernillos o de postmodernos y son incapaces de aceptar el clasicismo. Esa unanimidad no es frecuente. Es difícil remontarse a un filme que convenza por igual a la crítica, a quienes la convierten en un taquillazo y a quienes tienen un gusto exquisito. Pienso, por ejemplo, en “El silencio de los corderos”. Ahí estábamos todos de acuerdo. Aunque con Eastwood, por lo general, suele haber unanimidad. Me decía un colega allá en mi ciudad, en la barra de un bar, que le gustaban todas las películas de Clint Eastwood. A mí también, es el mejor. Incluso mi opinión es más drástica: en su filmografía hay obras maestras, buenas películas y películas algo flojas. Pero no he encontrado ninguna de la que pueda decir que es un bodrio absoluto, como me pasa, por ejemplo, con muchas de las últimas de Harrison Ford.
Tras estas conversaciones, sin embargo, me he dado cuenta de algo: poca gente conoce de verdad la carrera cinematográfica (y personal) de Clint Eastwood. Y con ello me refiero a haber visto todo desde “Por un puñado de dólares”, incluso el episodio que dirigió para los “Cuentos asombrosos” de Steven Spielberg o un filme tan flojo como “Ciudad muy caliente” o películas de su autoría poco conocidas como “Bird” y “El aventurero de medianoche”. De su filmografía como director existe un título que aún no he encontrado por ahí, bastante escurridizo: “Primavera en otoño”. Pero vamos con unos cuantos ejemplos. Alguien me dijo que creía que Eastwood es así en su vida diaria, en la realidad, como el cascarrabias con corazón de “Gran Torino” y los personajes duros que conoce la mayoría. No es cierto, y lo sabe cualquiera que se haya interesado en su vida, bien sea leyendo algo sobre su biografía o bien tragándose varios documentales. Clint Eastwood ha sido siempre un hombre interesado en el jazz y otras manifestaciones artísticas. En la política (fue alcalde de Carmel). En la historia. Se dice de él que es un hombre amable, atento, nada que ver con un tipo que rompe caras. Quizá sí hay algo que une a la persona real con sus personajes: es un individuo de pocas palabras, como cuentan en el documental “Clint Eastwood: La leyenda”. Dicen que, en muchas películas, prefería reducir los diálogos de sus personajes, en una especie de expresión minimalista que, a mi juicio, enlaza con la poesía: decirlo todo con pocas palabras. Esa es la semilla de Clint Eastwood. También afirman que las películas comerciales le han servido para construir sus proyectos más arriesgados y personales.
Uno de mis amigos me dijo que no le gustaba “Sin perdón” porque vapulean a su personaje. Se arrastra por el suelo, enfermo y mojado, mientras Gene Hackman lo pisotea y humilla. Sin embargo, creo que mi colega no ha visto los numerosos filmes en que a Eastwood lo apalizan, lo insultan, lo dejan al borde de la muerte, y cito algunos de memoria: “El fuera de la ley”, “Cometieron dos errores”, “Impacto súbito”, “Escalofrío en la noche” o “El bueno, el feo y el malo”. El otro día supe que mucha gente no ha visto varios de sus mejores títulos como director: “El aventurero de medianoche”, “Bird”, “Cazador blanco, corazón negro”, “Bronco Billy” o “Medianoche en el jardín de bien y del mal”, por citar algunas. Aconsejo que no se las pierdan.