Uno de los rasgos comunes de las películas nominadas este año en los Oscar y en los Globos de Oro es que la mayoría parten de una fuente literaria: novelas, obras de teatro, cuentos, cómics, etcétera. Lo apuntamos en su momento. Al principio nos sorprendió esa recurrencia a la literatura. Compruebo ahora que no es tan extraño: en el libro “Martin Scorsese. Un recorrido personal por el cine norteamericano” este director cita un montón de clásicos. Al final recoge las fichas de la filmografía que ha utilizado en su análisis y puedo asegurar que el noventa por ciento de aquellos clásicos en blanco y negro se inspiraban en fuentes literarias.
Lo que entonces no sufrían era la plaga de remakes a la que hoy nos someten desde Estados Unidos. Antaño sólo lo hacían por una razón poderosa: rodar una versión hablada de una película muda, por ejemplo. He sabido que los productores planean realizar una versión nueva de “El fugitivo”, que a su vez estaba inspirada en una exitosa serie de televisión. Ojo al dato: la película que protagonizaba Harrison Ford es del noventa y tres. Ni siquiera han pasado veinte años, pero es un tiempo que Hollywood considera excesivo pues en la meca del cine las personas y las películas envejecen de un día para otro. La promesa de hoy es considerada vieja mañana, y se le busca sustituto. En el libro de viajes “Los Ángeles”, la autora A. M. Homes dice que uno de los síntomas de aquel territorio es que no se ve gente mayor por las calles. A los viejos los apartan, o se apartan ellos mismos, o se operan el careto para parecer chavales: es un síntoma clave de la ciudad y del mundo relacionado con el estrellato. “El fugitivo” lo tuvo todo: fue un taquillazo, recibió premios y nominaciones al Oscar (Tommy Lee Jones lo ganó por su papel de perseguidor). Y se recuerda y revisa con agrado. Luego leí que iban a hacer otra vez “La historia interminable”. No sé qué sentido tiene esto. En el número de este mes de la revista Imágenes de Actualidad, en la página siete viene un artículo sobre otros remakes que planean en Estados Unidos. Por falta de espacio y por no marear al personal voy a citar sólo unos cuantos largometrajes que serán revisitados: “Los pájaros”, “El corazón del ángel”, “El increíble hombre menguante”, “La semilla del diablo”, “Capitán Blood”, “Bonnie y Clyde”, “Metrópolis”, “Tras el corazón verde”. Es decir: películas intocables, imposibles de mejorar por mucho que avance la tecnología y por muchos efectos especiales que metan.
Un remake sólo tiene sentido si es una variación del original (por ejemplo: “El cabo del miedo”, versión desquiciada de “El cabo del terror”, ambas estupendas) o si mejora algo que ya era considerado malo o mediocre (aceptémoslo: el remake de “Las colinas tienen ojos” superaba a su fuente). El remake simboliza el espíritu de Hollywood. Es como la carne de quienes viven en L.A.: hay que cambiarla, ponerla al día, actualizarla. En una palabra: rejuvenecerla. Algo que se da mucho en la industria es lo siguiente. Producen una película modesta que se convierte en un éxito. Pronto hacen la segunda parte. Sigue dando beneficios, así que se firman acuerdos y contratos para realizar media docena de secuelas. Cuando la última se estrella en taquilla, alguien dice: “Hagamos un remake. Para las nuevas generaciones. Una visión nueva y fresca del personaje”. Si tiene éxito, entonces se sacan de la manga la precuela: “Contemos los orígenes del personaje”. Dos décadas después volverán a hacer el remake del remake. Y las secuelas. Y otra precuela. De modo que damos vueltas en torno a lo mismo y vemos siempre los mismos argumentos, pero con otras caras.