En tiempos de crisis las empresas se agarran a un clavo ardiendo para vender y que nosotros piquemos. También en épocas sin crisis: recuerdo aquel diario nacional que, hace años, regalaba cruasanes con el periódico. El otro día estaba en un kiosco, repasando las revistas. Con los años dejé de comprar la que, en sus comienzos y gracias a Javier Rioyo y Javier Angulo entre otros fundadores, fue una de las más prestigiosas revistas de cine: Cinemanía. Era una publicación de calidad, con contenidos serios, interesantes reportajes y una firme apuesta por el cine español. Ya no es lo que era, entre otras cosas por su manía de tender hacia el chiste, con lo cual nos toca leer un montón de referencias a la política y al marujeo español. ¿Es eso serio en una revista de cine? En el último número, quizá porque ya no venden tanto como en los comienzos, dan un vale de descuento de dos euros para cuando uno vaya a lavar el coche. ¿Tiene esto algo que ver con el cine? Las ideas más peregrinas se dan cita en algunas revistas, periódicos, empresas de telefonía y demás negocios. Es decir: ya no saben qué regalar al público para que pique el anzuelo. Y se acaba cayendo en el ridículo.
Casi todas las noches veo durante un rato un canal que se llama Antena Neox y lo hago para no perderme la repetición de los episodios de “Los Simpson”, que emiten a la hora de comer en Antena Tres. Y, a menudo, puedo ponerlos en versión original con subtítulos (ventajas de la televisión digital terrestre). En las pausas para la publicidad bombardean siempre al espectador con los tonos que uno puede descargarse al móvil. Suelen ser chorradas de animalitos: dibujos de peluches que cantan canciones horteras. Pero la última noche pusieron algo que me dejó k.o. El anuncio mostraba a una mujer rodeada de hombres. Me parece que ella estaba en un ascensor y entonces sonaba una brutal ventosidad. Los hombres la miraban perplejos, no dando crédito al hecho: que una mujer en público soltara esa muestra de gas con ruido. Ella sonreía y sacaba un teléfono móvil. Los hombres y el espectador entendían que el ruido no provenía de su retaguardia y de su necesidad de aliviarse, sino que era un tono de broma para el móvil. El ruido de una ventosidad. El locutor decía: “¿Quieres tener esta broma en tu móvil? Envía Pedo al…” y recitaba un número de teléfono. Muy mal tiene que estar la cosa para que vendan sonidos de pedo para el móvil. Lo peor es que habrá gente que pague por bajarse ese tono. Tan lamentable y bochornoso que no me lo creía, al principio. Lo repito: “Envía Pedo al…”
A menudo recibo invitaciones por correo electrónico en las que me aseguran que soy maravilloso y que necesitan mi obra en tal o cual página web. Como soy suspicaz, siempre analizo la web completa, sobre todo la letra pequeña. Suelen ser portales en los que te registras para que cuelguen algún cuento tuyo, pero para mantenerlo debes pagar una cantidad de dinero. A eso lo llamo yo una estafa. La semana pasada recibí una invitación por correo electrónico de un país de Latinoamérica. Me invitaban a participar en un encuentro internacional de escritores. No me fío ni de mi sombra, así que analicé la página, el correo y los documentos adjuntos. Al principio no encontraba el truco, todo parecía correcto, en orden. Tras muchas vueltas y tras leer la letra pequeña, di con ello: en ningún momento hablaban de pagar a los participantes, ni las dietas ni el billete de avión ni los gastos que ocasionaría alojarse en un hotel; y además, por inscribirse para participar, cobraban ciento cincuenta dólares. O sea, además de gastarte dinero en viajes, comidas y alojamiento, tienes que pringar talegos.