En un viejo episodio de “Los Simpson”, Homer se monta en el coche y va a comer a uno de esos sitios de autoservicio en los que aparcas junto al restaurante y te atienden desde una ventana. MacAuto y cosas así. Homer detiene el vehículo al lado del local de fast food y en la ventanilla hay un joven con gorra y acné. Lo que ofrece la cadena de comida rápida en cuestión es la posibilidad de meter los alimentos que uno pida en la freidora: no sólo la carne y las patatas, sino también los postres y cualquier otra cosa que a uno se le ocurra; es el cliente el que decide. Tras atiborrar el asiento del copiloto con diversos manjares saturados de grasa, una fritanga que podría romper récords en la subida del colesterol (cortezas, burritos y demás comida en tamaño doble, todo ello frito), el encargado con acné propone: “Si quiere le paso la bolsa por la freidora”, y Homer acepta y a continuación pide una Coca-Cola, también frita. De modo que, una vez alejado del local y sin que nadie le moleste, el señor Simpson se da el festín: cajas, bolsas y envases fritos incluidos. En otro capítulo, en una ruta solitaria de fast food, nuestro héroe amarillo pide una pizza de tamaño familiar, le echa dentro un montón de patatas fritas y una langosta enorme y se come la mezcla, sin olvidar el cartón, como si fuera un bocadillo.
Cuando vi el episodio del local en el que fríen cuanto el cliente pida, pensé: “Qué imaginación tienen en esta serie”. Unos días después, leyendo “Homo Sampler. Tiempo y consumo en la Era Afterpop”, el imprescindible ensayo de Eloy Fernández Porta, encontré una anécdota que revela de nuevo cómo la realidad suele ser más sorprendente que la ficción. En las páginas dedicadas a las golosinas y a la basura, Eloy nos remite a los extras del dvd de “Super Size Me”, el documental de Morgan Spurlock en el que éste se somete a una severa dieta de hamburguesas y refrescos de McDonald’s durante un mes, tres veces al día. He visto la película, pero no los extras. Eloy apunta que Spurlock lleva al espectador a The Chip Shop, un restaurante de Londres con enormes freidoras en las que “se somete a fritanga todo aquello que el cliente desee”. Con preferencia por los dulces, añade el autor. Los dulces más dañinos: los de la bollería industrial. En dicho extra del dvd bañan un Bounty en la freidora. Citemos a Eloy: “Grasientas, diabéticas o indigestas, ninguna golosina es comparable con este dulce pergeñado a partir de un engrudo de sucedáneo de coco –la lista de ingredientes le atribuye un 20% de fruto– barnizado con doble capa de chocolatazo, en dos modalidades: choco con leche y cacao negro símil Lindt Noir”. Así que, visto o leído este ejemplo, la hazaña de Homer, consistente en engullir envases fritos, no está tan alejada de esta anécdota del Bounty pasado por la freidora.
He buscado la web del local inglés para ver el menú. Es como cualquier otro establecimiento de comida rápida, pero añaden algunas variantes, como lo del chocolate frito y las diversas marcas que tienen a disposición del cliente: Bounty, Twinkies, Mars, Snickers, etcétera. Me ha llamado la atención uno de los almuerzos incluidos en el menú, a disposición del público en internet: el “Hangover Special”, o sea, el “Especial Resaca”. La realidad siempre supera a la ficción. A veces, cuando paso por delante de los locales de comida rápida, o cuando entro a cenar en ellos, compruebo que las variantes del menú son cada día más extrañas, más retorcidas. A veces despachan algunos alimentos que, citando al superior de John Rambo, el Coronel Trautman, “harían vomitar a una cabra”.