Me gustaban los jueves y me gustaba esa hora para comenzar a beber. Al día siguiente no tenía que madrugar y mis estancias en el local podían prolongarse cuanto quisiera. Conversaciones y música, así como alguna partida se desarrollaban sin dificultad y hasta algunas noches podía olvidarme de la soledad de mi cama, la soledad buscada desde que Clara me dijera adiós para siempre y desapareciera de mi vida y de la ciudad.
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