lunes, octubre 13, 2008

Lecturas adolescentes

Entro en Fnac. En Callao. Prácticamente vivo en Fnac. Me gusta, además de lo evidente, porque allí no me siguen los vigilantes con cara de pocos amigos, como me sucede en otros sitios (hasta el punto de ponerme nervioso mientras hojeo los libros, como si fuera culpable de un crimen que no he cometido). Hace unos días vi a un tipo robar un pack de dvd. No me di cuenta del robo hasta unos segundos después de haberlo visto abandonar el edificio. Pasó igual que una centella, así que no me pregunten qué aspecto tenía porque no lo sé. Yo subía en las escaleras mecánicas hasta la primera planta, cuando reparé en que alguien con una caja bajo el brazo se metía por la escalera de subida. Pretendía bajar por allí, en sentido contrario al movimiento. Pensé: “Este tío está ciego, no se ha fijado en que por aquí no se baja”. Me di la vuelta. Y vi cómo bajaba los escalones a grandes saltos y luego salía por la puerta, hacia la calle. Entonces pensé: “¿Por qué hace eso? Ah, claro, estaba mangando”. Una buena estrategia porque al pie de las escaleras de entrada, o sea las de subida, no hay controles ni detectores. Y el exterior está a un paso.
Como digo, entré en Fnac. La mitad del edificio estaba rodeada por colas de adolescentes. En su mayoría, chicas. En la sección de libros había mucha gente. Y una invasión literal de muchachas. Pero las colas de abajo no guardaban relación con esta planta. Sentí curiosidad por saber qué estaban comprando las chicas con tanta avidez, porque llegaban y cogían su ejemplar y se iban muy contentas. Al principio de la planta cuarta, en una especie de hall donde colocan los best-seller o lo que más se lleva en ese momento (los cómics que han inspirado las últimas películas de superhéroes, por ejemplo), había una mesa repleta de ejemplares de un libro de cubiertas negras. Curioseé el título. “Amanecer”. Me costó recordar de qué se trata. No es que yo conozca esos libros, sobre vampiros juveniles, pero recordé que en Estados Unidos acaban de rodar la película basada en uno de ellos: “Twilight”, cuyos cartel y reparto tienen una pinta espantosa (y no me refiero al terror), pero que merece a priori mi respeto porque la directora del filme es Catherine Hardwicke, responsable de uno de los más ácidos retratos sobre la adolescencia en USA, “Thirteen”. Y, si quieren saber algo más sobre la vida de sus hijos, procuren verla. Cuando abandonaba el edificio, traté de enterarme de la razón de las colas. Creo que ponían episodios de “Perdidos”.
Si he querido contar esta anécdota es porque solemos criticar mucho que en España no se lee y que los chavales no leen y todo eso. Y no siempre es totalmente cierto. Leen lo que les interesa, lo que les motiva, y eso no es malo porque unas lecturas llevan a otras. Los chicos no leen, dicen sus profesores de literatura. Claro, señora, porque usted les da “La Celestina” y eso no les interesa. A mí tampoco me interesó en su momento. Las muchachas estaban como locas con este nuevo libro de amores vampíricos. Y eso que se trata de un auténtico ladrillo en peso: más de setecientas páginas. Pero ya quisiera yo ver a los adultos corriendo en manada a su librería favorita para comprarse un libro justo el día en que sale a la venta. Ya quisiéramos muchos ver ese acontecimiento. De momento, sólo lo hemos presenciado en las rebajas. O cuando los agricultores regalan cajas de fresas o tiran sacos de patatas en señal de protesta. O en cualquier otra historia gratuita en la que la gente es capaz de pegarse. ¿No me creen? Pues fíjense en el público cuando los Reyes Magos arrojan caramelos desde las cabalgatas.