Empecemos por las cifras. En YouTube, web donde está colgado, lleva ya un millón y pico de visitas. Ostenta cuatro mil puntuaciones. Y, a la hora de escribir estas líneas, mil novecientos noventa y cinco comentarios. Es uno de los vídeos más vistos y populares de la red. Hace furor. Lo citan y comentan en numerosos blogs y foros. Y todavía no lo he encontrado en los periódicos, pero acabarán informando porque todo aquello que origina tantos seguidores tarde o temprano acaba por aparecer en la prensa. El documento fue grabado hace unos cuatro años, pero subido a la red en el pasado mes de abril.
Me refiero, por supuesto, al célebre “Contigo no, bicho”. Son tres minutos y veintiocho segundos en los que graban a un tipo en pantalón corto y con el torso desnudo, en la cocina de un piso, al llegar a casa después de una borrachera. Es un monólogo en el que cuenta cómo una chica lo rechazó cuando trataba de ligársela: “Contigo no, bicho”, le dijo ella. El monólogo no tiene desperdicio: es espontáneo, hay humor, carece de guión previo y es totalmente amateur, y por eso, y por la gracia del protagonista, funciona. También funciona porque muchos usuarios (varones) se ven identificados. En algún momento de la vida, todos nos hemos visto envueltos en situaciones similares: después de la farra, con los ojos torturados por el sueño, sed de agua fría y un fracaso durante la ruta nocturna que nos deja molidos durante unos días. No es difícil encontrarlo en la red. Basta con poner en Google el título.
Mi intención, al hablar hoy de este vídeo humorístico, no es quedarme en la anécdota, sino ir más allá. Por lo que tiene de importancia en el sistema de comunicaciones. Lo que a uno le gusta de esto, y de YouTube en particular, es que a veces basta un poco de humor, una idea graciosa, un plano amateur, y una cámara de vídeo o incluso un móvil, para ponerse de moda. Es la ventaja de internet. Antes de la red uno sólo podía mostrar sus creaciones (vídeos, cortometrajes, películas caseras, monólogos de humor, poemas, cuentos, etcétera) por los canales oficiales. Si los que estaban arriba decidían editar, publicar o exhibir esas creaciones. Sólo así el público podía descubrirlas. Con internet eso ha cambiado. Porque, aunque en YouTube también proliferan los fakes, las chorradas, las imitaciones baratas y las idas de olla de muchos, es posible encontrar talento. ¿Qué talento hay en el vídeo mencionado más arriba?, me dirán algunos. Pues la gracia natural del protagonista. Me ha hecho reír más que algunos monólogos que he visto en la televisión. Que alguien con una pequeña cámara grabe un vídeo casero sin guión y, tras colgarlo en la red, sume más de un millón de visitas es espectacular. Es un acontecimiento. Y YouTube, que detestan algunas grandes empresas porque la gente cuelga fragmentos de sus emisiones ahí, sirve además como herramienta para otros motivos: como arma de protesta, como publicidad de las creaciones propias, como punto de encuentro entre amigos (el clásico vídeo que uno cuelga en la red para que así puedan verlo los colegas que viven en otros países). Lo que a uno no le entusiasma de este asunto es el modo en que las empresas copian a la gente de a pie, al ciudadano de la calle, que es quien tuvo la primera idea. En cuanto uno hace algo que llama la atención, y suma visitas y origina comentarios, los grandes grupos no tardan mucho en robar la idea, o contratar al tipo, o usar las herramientas en su beneficio. Así matan el espíritu indie y amateur. Véase lo que ocurre con los blogs de los escritores famosos. Se los ponen las empresas y les pagan por postear.