Salí fascinado de ver “Los cronocrímenes”. Llevaba tanto tiempo esperando el estreno que el entusiasmo me había abandonado ya antes de entrar en la sala. Pero lo recuperé pronto. La película de Nacho Vigalondo me ha gustado más de lo que esperaba. Ya lo anunciaban sus cortometrajes. Ya lo sabíamos por la repercusión que ha tenido el filme fuera de España: premios, presencia en prestigiosos festivales, próximo estreno en Estados Unidos y la compra de los derechos por parte de los norteamericanos para elaborar su remake; detrás estará Steven Zaillian, director ocasional y notable guionista. Yo les recomendaría que fueran a verla. No esperen al remake, que suele ser menor (léase: “Abre los ojos” y “Vanilla Sky”). No esperen a que pongan a Bruce Willis; vayan a ver a Karra Elejalde. El propio Vigalondo cuenta en su blog que, desde que rodó la película, ha leído y escuchado las críticas más contrarias y dispares. O se ama su película o se odia. Creo que lo segundo está relacionado con la envidia. En España, a algunos les sienta mal que alguien con cuatro céntimos y mucha ilusión ponga en pie un proyecto que compran fuera antes de estrenarse, alguien que consigue hacer una película de ciencia ficción sin recurrir a efectos especiales ni grandes alardes técnicos. “Los cronocrímenes” es una cinta clásica en las formas: tiene lo indispensable, o sea, un par de escenarios, un guión magnífico y cuatro o cinco actores. Alguien a quien, además, le sale la jugada redonda. Tiene numerosos puntos en común con la trilogía de “Regreso al futuro”, y Vigalondo ha reconocido que la segunda entrega es su favorita. No sé qué tal funcionará en taquilla. Porque no se le ha dado tanta publicidad como a “El orfanato”, que no estaba mal, pero a mi juicio es inferior.
El argumento es sencillo en apariencia, pero la madeja no tarda en enredarse y poner al espectador a pensar (algo que el espectador medio detesta, por cierto: prefiere que se lo den todo mascado, como en las de Michael Bay). Un hombre llamado Héctor (Karra Elejalde) descubre en un bosque, cerca de casa, a una chica desnuda. No sabe si está dormida, inconsciente o muerta. En ese instante de duda le ataca un personaje grotesco: con la cabeza vendada, un abrigo gris y unas tijeras, como salido de nuestra peor pesadilla. En la huída, se refugia en un laboratorio. Allí, otro hombre le convence para esconderse dentro de una especie de cisterna, que resulta ser una máquina del tiempo. Héctor viaja hacia atrás en el tiempo. Pero viaja sólo una hora, con lo cual puede verse a sí mismo, tratar de entender el rompecabezas, averiguar quién se oculta tras el vendaje y por qué le ha clavado unas tijeras.
En “Los cronocrímenes” nada es lo que parece. Todo resulta ser un mecanismo de espejos y paradojas, y a medida que nos adentramos en la acción, ésta se vuelve más compleja. Me gustan las alusiones a otras cintas sobre viajes en el tiempo, como las de “Regreso al futuro”, uno de mis filmes predilectos (llegué a aprenderme sus diálogos de memoria, y no es broma): las baterías necesarias para que la máquina funcione son casi idénticas a las barras de plutonio que alimentaban al Condensador de Fluzo. Y las alusiones al maquillaje del cine de horror de culto: el hombre de las tijeras es un cruce entre El Hombre Invisible y Darkman, con un toque de chicle rosa; el rostro de Elejalde, en cada giro de guión más herido y tumefacto, remite a Mister Hyde (versión Rouben Mamoulian). Me gusta el modo en que la obra deriva del suspense al terror, de ahí a la comedia y luego al drama. Me encanta el filme. Harry Knowles, reputado crítico de USA, la definió así: “Un héroe imperfecto en una película perfecta”.