Diablo Cody quiso suplir una fantasía entrando a trabajar de stripper en tugurios de Minnesota. Por el día curraba en una oficina. A veces contaba sus aventuras en un blog. Un día se dio cuenta de que ya no le gustaba; había paseado bastante por el lado oscuro. Dejó la barra. Le ofrecieron publicar su diario en un libro. Después escribió el guión de Juno y ganó un Oscar. Ahora trabaja para Steven Spielberg.
Juno rebosaba ingenio y mala leche. Y es lo que podemos encontrar en el interesante relato de Cody. Que nadie espere "alta literatura". Cody es mejor como guionista, pero eso no significa que el libro sea malo. Para empezar, no estamos ante una muñeca sin cerebro. Diablo Cody hace algo que pocas strippers harían: introduce en su narración numerosas referencias a la pintura, a la música, al cine y, a veces, a la literatura. Es una tía culta metida en un negocio sórdido. Al contrario que, por ejemplo, sucede en las muy recomendables memorias de Jenna Jameson cuando ésta habla de su faceta de stripper, la autora de Juno no opta por el lado dramático de la experiencia, sino por el humor. Lo suyo es la comedia y se nota en su diario. Sabe reírse de su nula experiencia como bailarina, de las muñecas "a lo Pamela Anderson" que trabajan con ella, y que son una suma de silicona, uñas postizas y pelucas, de los tipejos perturbados y repulsivos que le piden que se desnude en un peep-show. Muy divertido, pues. Sin pelos en la lengua. Y, además, demuestra la locura de trabajar en esos clubes. Un fragmento:
Yo no llevaba la entrepierna perfectamente depilada y arreglada como algunas chicas; de hecho, ni siquiera es rosa. Lo mío se parece más a un oscuro y siniestro taco de lengua, de un tono más magullado que sonrojado. Pero pronto aprendí que a nadie le importa lo que tengas entre las piernas. Descuidado, prieto, con piercings, afeitado, menor de edad o "distinguido", no deja de ser un coño y vale su profundidad en oro líquido cuando eres una stripper.