En el año noventa y cuatro fui a ver la versión Disney de Stephen Herek de “Los tres mosqueteros”. Entonces no había leído aún los libros de Alexandre Dumas y apenas recordaba el buen sabor que me habían dejado en la infancia dos de las adaptaciones de Richard Lester (no tuve valor para ver la tercera, rodada en el ochenta y nueve, y a la que calificaron de bodrio). El cine de Lester suele ser entusiasta, como si en los rodajes estuvieran siempre bebiendo sangría y bailando la conga. Si no me creen, además de sus versiones mosqueteras, vean “Qué noche la de aquel día”, “Help!”, “Golfus de Roma”, la segunda y la tercera parte de “Superman” o su mejor obra, “Robin y Marian”, que contaba con dos actores antológicos: Audrey Hepburn y Sean Connery. Pero Stephen Herek no es Richard Lester. De su filmografía sólo he visto dos o tres películas. Cuando se estrenó su adaptación de las novelas de Dumas ya digo que fui a verla. Si mal no recuerdo, dije lo que todo el mundo que no había leído los libros dijo por aquel entonces: “No está mal. Es entretenida”.
El otro día estaba en Zamora, estaba descansando en el sofá y en la tele ponían “Los tres mosqueteros” de Herek y Disney. No tenía otra cosa que hacer mientras mis huesos se recuperaban y me dio por revisarla. Unos años atrás leí la novela y también “Veinte años después” (aún me falta “El vizconde de Bragelone”), y ambos libros me parecieron memorables. Así que ahora estaba preparado para afrontar esta versión descafeinada y para chavales. También cuenta el hecho de que uno es casi quince años más viejo y las cosas se ven desde otra perspectiva. En fin, ahora lo sé: Herek no hizo una película entretenida, sino un bodrio mayúsculo. Empecemos con el reparto. Parece una secuela de “Arma joven” o de “Intrépidos forajidos”. Estos son los mosqueteros, ojo al dato: Chris O’Donnell, peinado como para ir a un desfile del Día del Orgullo Gay; Charlie Sheen, con pinta de navajero metido en el trullo; el insoportable Oliver Platt, con cara de borracho que no sabe dónde se ha metido; y Kiefer Sutherland, cuya dignidad es lo único aceptable de la cinta, aunque su físico barbudo y su rostro moderno no pegan ni con cola en un filme de capa y espada. Es decir, un crimen aún mayor que el cometido con “El hombre de la máscara de hierro” (la de Leonardo DiCaprio), que es más o menos lo mismo pero con actores buenos en el peor momento de sus carreras y haciendo de mosqueteros maduros. ¿Y qué decir del Richelieu de Tim Curry, en una de sus peores interpretaciones? Un Richelieu lascivo, salidorro, empeñado en tocarle los senos a Lady DeWinter: una caricatura, un bufón que deja el personaje a la altura del betún. Y luego está el ritmo, la acción: saltos, acrobacias y carreras y peleas propias de las películas de universitarios. Tampoco se salva el humor, muy infantil.
Pero lo más infame es que la adaptación no es tal. No fui capaz de reconocer nada de Dumas, salvo los nombres de los personajes. Me figuro al guionista, David Loughery (nominado a un Razzie por “Star Trek V”), pensando: “Tengo que adaptar un libro antiguo de ochocientas páginas. En vez de leerlo, me inventaré la historia basándome en la sinopsis. Sólo se darán cuenta fuera de USA”. Y es una pena. Uno se pone a repasar las versiones de “Los tres mosqueteros” y han hecho series y películas de dibujos, montones de parodias y malas adaptaciones. A D’Artagnan lo ha interpretado gente tan dispare como Cantinflas, Gene Kelly, Belmondo, Sancho Gracia, Michael York o Gabriel Byrne. Mariano Ozores hizo de Richelieu. En fin, que se pide un poco de respeto y algo de fidelidad. Dejen de traicionar a Dumas.