Esta semana he visto dos películas con un denominador común: un final amargo y contundente, que deja molidos a los espectadores. Aún diría que tienen otra cosa en común: su análisis de la maldad. Una es de terror y suspense: “La niebla de Stephen King”, titulada así para que no la confundamos con la de John Carpenter. La segunda es puro cine negro: “Antes que el diablo sepa que has muerto”.
“La niebla” la dirige el guionista y director Frank Darabont, un hombre obsesionado con la obra de Stephen King y que se revela, por el momento, como el cineasta que mejor sabe adaptarlo y entenderlo, a la vez que traiciona algunas partes sin que se pierda el espíritu. Darabont empezó con un cortometraje basado en un cuento de King: “La mujer de la habitación”. Y todo el mundo recordará “La milla verde” y “Cadena perpetua”. Darabont sabe quitar lo que sobra de las tramas de Stephen King (véase “La milla verde”) o convertir un relato breve en un largometraje (véase “Cadena perpetua”). Quizá porque su anterior película, “The Majestic”, fue un fracaso de taquilla, el director ha vuelto a King. Pero esta vez el asunto no va de cárceles, sino que ha optado por una historia de terror. No sé cuándo leí la novela corta en la que se basa “La niebla”, pero probablemente fue hace siglos porque mi edición data del año ochenta y seis. La recuerdo como una narración claustrofóbica y, dentro de la obra de King, un relato menor. Tras ver la película he vuelto a hojear el libro. Ambas siguen a un grupo de personajes atrapados en un supermercado, al que rodea una espesa niebla colonizada por monstruos y bichejos especializados en desmembrar seres humanos y comérselos. Pero lo interesante no es la alusión de ambas al pulp de horror y sus tentáculos y matanzas, sino el análisis de cómo los hombres, encerrados en un espacio no muy grande y sometidos a tensiones y peligros, acaban destruyéndose entre ellos, igual que lobos hambrientos y desesperados. Con un pie en la tumba por la situación, en cada una de esas personas va saliendo a flote su verdadero rostro: el mal, la bondad, el egoísmo, la necesidad de sobrevivir. El mal está fuera, sí, pero también dentro del supermercado. Darabont mejora el original de King, aunque no alcanza el talento mostrado en “Cadena perpetua”, hasta la fecha su mejor obra. El final abierto que había escrito King es cambiado de manera radical por Darabont y, así, nos ofrece uno de los desenlaces más terribles de los últimos años. No sé cómo los ejecutivos de Hollywood se lo han permitido. Y, aunque ese cierre sea tan doloroso, lo cierto es que la concepción de la película mejora mucho. Vayan a verla, pero no lleven a sus hijos.
Sidney Lumet ha recuperado su vigor narrativo con “Antes que el diablo sepa que has muerto”. Creo que la frase del título proviene de un viejo brindis irlandés: “Ojalá puedas pasar media hora en el cielo antes de que el diablo sepa que has muerto”. Lumet escarba, al igual que Darabont, en la maldad que anida en los seres humanos. Un matrimonio regenta una joyería. Sus hijos andan mal de dinero: el mayor tiene varias adicciones y el pequeño está separado de su mujer y no tiene un centavo para la manutención de ella y del hijo de ambos. El mayor planea un atraco a la joyería. No llevarán armas y los padres cobrarán el dinero del seguro. Por supuesto, una idea tan inmoral y descabellada sólo puede salir mal: mentiras, traiciones, asesinatos. No se puede jugar a ciertas cosas, y menos cuando la familia y el dinero caminan juntos. Porque entonces salpica a los tuyos y florece la culpa y ya sólo te queda arder en el infierno. El cine de Lumet vuelve a tener puro nervio y músculo.